28 de noviembre de 2012

Soy yo, Tu sacerdote...


La Rue du Bac y Sor Catalina Labouré.




La capilla de las apariciones de la Medalla Milagrosa se encuentra en la Rue du Bac, de París, en la Casa Madre de las Hijas de la Caridad. Es fácil llegar por "Metro". Se baja en Sevre-Babylone, y detrás de los grandes almacenes "Au Bon Marché" está el edificio. Una casona muy parisina, como tantas otras de aquel barrio tranquilo. Se cruza el portalón, se pasa un patio alargado y se llega a la capilla.

La capilla es enormemente vulgar, como cientos o miles de capillas de casas religiosas. Una pieza rectangular sin estilo definido. Aún ahora, a pesar de las decoraciones y arreglos, la capilla sigue siendo desangelada. 

Uno comprende que la Virgen se apareciera en Lourdes, en el paisaje risueño de los Pirineos, a orillas de un río de alta montaña; que se apareciera inclusive en Fátima, en el adusto y grave escenario de la "Cova da Iría"; que se apareciera en tantos montículos, árboles, fuentes o arroyuelos, donde ahora ermitas y santuarios dan fe de que allí se apareció María Santísima a unos pastorcillos, a una campesina piadosa... 

Pero la capilla de la Rue du Bac es el sitio menos poético para una aparición. Y, sin embargo, es el sitio donde las cosas están prácticamente lo mismo que cuando la Virgen se manifestó aquella noche del 27 de noviembre de 1830 a la joven Hija de la Caridad, Catalina Labouré, cuya fiesta hoy celebramos. 

Hace ya ocho años de mi primera visita a esta Capilla y desde entonces, siempre que paso por París no dejo de orar ante aquel altar "desde el cual serán derramadas todas las gracias", a contemplar el sillón, sí, un sillón de brazos, tapizado de rojo, gastado y algo sucio por el paso del tiempo, y donde lo fieles dejan cartas con peticiones, porque en él se sentó la Virgen durante su primera aparición y diálogo con sor Catalina.

Si la capilla debe toda su celebridad a las apariciones, lo mismo podemos decir de Santa Catalina Labouré, la privilegiada vidente de nuestra Señora. Sin esta atención singular, la buena religiosa hubiera sido una más entre tantas Hijas de la Caridad, llena de celo por cumplir su oficio. Pero la Virgen se apareció a sor Catalina Labouré en la capilla de la Casa Madre, y así la devoción a la Medalla Milagrosa preparó el proceso que llevaría a sor Catalina a los altares y riadas de fieles al santuario parisino. Y tan vulgar como la calle de Bac fue la vida de la vidente, sin relieves exteriores, sin que trascendiera nada de lo que en su gran alma pasaba. 

Que Santa Catalina Labouré, alma grande y sencilla a la vez, que tuvo la dicha de ver a nuestra Señora, interceda por nosotros, para poder participar un día de la alegría de los santos en el Cielo.

Santa Catalina Labouré, ruega por nosotros.


27 de noviembre de 2012

Míranos, ¡oh Milagrosa!...




Míranos, Madre de amor.

Míranos, que tu mirada,

nos dará la salvación.

25 de noviembre de 2012

"Tú lo dices: Soy Rey...




“... Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz.” (Jn 18, 36-38)

La solemnidad de Cristo Rey, con la que termina el año litúrgico, nos invita a poner a Cristo en el primer lugar de nuestros intereses, de nuestro corazón. Y, en este año, la Iglesia nos propone el Evangelio en el que el Señor acepta el título de Rey, pero lo hace con una connotación especial: Él es el Rey de la verdad y sólo el que está en la verdad puede entenderle, escucharle, seguirle. 

El problema es que la verdad suele aparecer fraccionada: cada uno tiene su verdad y cada uno cree que su verdad es la auténtica e incluso la única. ¿Cómo hacer para no caer en un subjetivismo que nos haga estar engañados, viviendo en la mentira, mientras creemos estar con la verdad y con Cristo?. Sólo hay un camino seguro: escuchar y seguir al Cristo vivo, a la Iglesia.

Así, pues, si la semana pasada meditábamos sobre la vida que trae la palabra de Dios, en comparación con algunas palabras “humanas”, hoy debemos fijarnos en que esa palabra divina es también la que nos da la plenitud de la verdad y que gracias a eso se convierte en el camino más recto para llegar a la vida. Ahora bien, si en algún momento nuestros criterios éticos no coinciden con lo que Cristo nos enseña y la Iglesia nos recuerda, no pensemos que Cristo estaba equivocado porque vivió hace dos mil años, sino que los que estamos equivocados somos nosotros. Si queremos “estar en la verdad” debemos escuchar la voz del Maestro y someternos a ella, en lugar de pretender que sea el Señor el que se someta a nosotros, a nuestros intereses, a las modas o a los dictados de los poderosos de este mundo que buscan manipular las conciencias para su propio beneficio.

22 de noviembre de 2012

El buey, la mula y la frivolidad.




Lo ligero, lo veleidoso y lo insustancial parecen tener las de ganar en nuestra época. No he tenido aún ocasión de leer el libro de Joseph Ratzinger sobre “La infancia de Jesús”, pero muchas de las noticias de prensa que han ido apareciendo me han desconcertado: “El Papa dice que en el pesebre no había ni buey ni mula”; “el papa elimina a la mula y el buey del portal de Belén”, etc.

Sorprende que un libro que trata sobre los primeros años de la vida de Jesús de Nazaret sea recibido de este modo. Jesús es Jesús. Solo Él ha partido al medio la historia de la humanidad: desde Él y por Él los años y los días se cuentan “antes” y “después” de Cristo. Solo Él ha sido reconocido por muchos, entre los que me cuento, como el revelador y la revelación de Dios.

El papa no parece decir nada que no hayan dicho primero los evangelios. San Mateo es extremadamente parco. Hablando de la visita de los Magos dice: “Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron” (Mt 2,11). San Lucas no se extiende mucho más: “dio a luz a su hijo primogénito. Lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en el albergue” (Lc 2,7).

El evento central, el nacimiento de Jesús, es descrito con total austeridad, sin adornos. Se habla del nacimiento del hijo de María y de los primeros cuidados: “lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre”.

Un albergue era una sala amplia y común que tenían algunas viviendas de Palestina para las celebraciones familiares o la acogida de los parientes. Quizá en uno de los muros de la casa había, adosado, un pesebre, donde recostaron a Jesús.

No hay ningún signo de grandeza ni de poder, sino el testimonio de la una familia y de una madre que cumplen con sus deberes.

Los Padres de la Iglesia, meditando sobre el significado de estos textos evangélicos, se hicieron eco de un versículo del libro del profeta Isaías: “El buey conoce a su amo, y el asno (o la mula) el pesebre de su dueño” (Is 1,3). ¿Qué querían decir con eso? Que tanto los judíos como los paganos – es decir, la humanidad entera – precisaban un salvador.

En este texto de Isaías se inspiró la tradición cristiana para introducir, junto a la cuna de Jesús, un buey y un asno (o una mula), capaces de reconocer al único Señor.

La Navidad no es un cuento para niños, sino la respuesta de Dios al drama de la humanidad que busca la paz verdadera. No obstante, nada hay de malo en que una idea, una convicción, se revista de elementos imaginativos, como es el caso del buey y de la mula.

Quedarse en la anécdota sería superficial. Pero todo apunta a pensar que esa superficialidad no es del todo inocente. Tal vez molesta demasiado que Dios se haya acercado tanto a nosotros. (Extraído de Ecclesia Digital).

Santa Cecilia, virgen y mártir.




Hace poco más de dos meses, durante mi estancia en Italia, y como ya comenté en la crónica de la peregrinación, tuve la oportunidad de visitar por segunda vez las Catacumbas romanas de San Calixto y orar ante la cripta de Santa Cecilia, cuya memoria hoy celebramos y donde apareció su cuerpo incorrupto. 

Las Catacumbas de San Calixto se encuentran a la salida de Roma por la vía Apia. En el siglo II, comenzó a utilizarse la zona como lugar de enterramiento, y algunos de sus propietarios, indudablemente cristianos, facilitaron que fuesen enterrados allí otros hermanos en la fe. Por esta época recibió sepultura la joven mártir Cecilia, cuya memoria fue muy venerada desde el momento de su muerte. Perteneciente a una familia patricia, Cecilia se convierte al cristianismo en su juventud. Se casa con Valeriano, a quien también acerca a la fe, y los dos deciden vivir virginalmente. Poco después, Valeriano –que se ocupaba de recoger y sepultar los restos de los mártires– es descubierto y decapitado. Cecilia también es delatada ante las autoridades. Intentan asfixiarla en las calderas de su casa y, tras salir ilesa, es condenada a muerte por decapitación. La ley romana contemplaba que el verdugo podía dar tres golpes con la espada. Cecilia los recibe, pero no muere inmediatamente. Tendida en el suelo, antes de exhalar el último suspiro, tuvo fuerzas para extender tres dedos de la mano derecha y uno de la izquierda, testimoniando hasta el final su fe en el Dios Uno y Trino. Cuando siglos más tarde, en 1599, se inspeccionaron sus reliquias, el cuerpo incorrupto de Santa Cecilia se encontraba aún en esa posición, y el genial artista italiano Maderno la inmortalizó en una escultura que hoy se encuentra en la iglesia de Santa Cecilia en el Trastevere –su antigua casa, donde reposan desde el siglo IX los restos de la santa– y de la que hay una copia en las Catacumbas de San Calixto, en el lugar donde fue inicialmente sepultada. 

En el siglo III, el cementerio es donado al Papa Ceferino (199-217), que confía su gestión al diácono Calixto. Nace así el primer cementerio propiedad de la Iglesia de Roma, que un siglo más tarde custodiará ya los restos mortales de dieciséis papas, casi todos mártires. Calixto trabajó al frente de las catacumbas casi veinte años, antes de convertirse en el sucesor del Papa Ceferino como cabeza visible de la Iglesia. Durante ese tiempo, amplió y mejoró la disposición de las áreas principales del cementerio: en especial, la Cripta de los Papas y la Cripta de Santa Cecilia, cuya imagen arriba podemos contemplar.

21 de noviembre de 2012

Caminamos hacia una vida perdurable...





Los hombres nos habituamos fácilmente a lo que tenemos entre manos. Tanto, que, aunque haya crisis o que incluso tengamos un nivel de vida bien pobre, debido a la falta de salud o de alimentos, preferimos lo que tenemos a lo que sería una vida nueva. El principio de "vale más lo malo conocido que lo bueno por conocer" funciona, al menos entre nosotros, los del Occidente de Europa.

El Señor se ocupa siempre del pueblo creyente. Pero el pueblo está llamado a resurgir del polvo, para hacer frente a una nueva situación. Quienes hayan enseñado la justicia a los hombres, resplandecerán como estrellas por toda la eternidad. Las bendiciones divinas a favor del pueblo creyente tienen su origen en la entrega de Cristo. Como dice la Carta a los Hebreos, Él se ofreció una sola vez por nuestros pecados, para sentarse a la derecha del Padre y conseguir la redención de cuantos creen en Él. Con la obra salvadora de Cristo se han terminado los sacrificios por el pecado, pues su sacrificio, realizado de una vez para siempre, ha perfeccionado a cuantos esperan en Él.

Muchos de los que viven en este mundo, ignoran en la práctica que el universo es consecuencia de la creación por parte de Dios y que algún día terminará. El Dios creador ha establecido al hombre en el mundo. Pero el hombre no tiene en la tierra su patria definitiva, sino que Dios lo ha creado para vivir con Él.

No sabemos cuándo tendrá lugar el fin del mundo; pero sí, sabemos que tiene término y que el Señor nos hará conocer si está a punto de venir el Hijo del Hombre sobre las nubes del cielo. Será el momento de la venida gloriosa del Señor, para dar a cada uno lo suyo, lo que ha merecido a lo largo de su vida en esta tierra.

Entonces será cuando el dueño de la vida reunirá a las gentes, para hacer partícipe a quien lo merezca de la vida sin fin. (José Fernández Lago, Canónigo lectoral de la Catedral de Santiago de Compostela).

8 de noviembre de 2012

¡¡Hasta dar la vida!!





Hace un momento, navegando por este inabarcable mundo de Internet, me he tropezado con una foto un tanto familiar y una publicación que lleva por título el mismo que yo he copiado en este artículo; "Hasta dar la vida", de un joven sacerdote murciano.

Gracias hermano Alejandro, por acercarme, por acercarnos la vida de este enigmático rostro, desconocido entonces, ahora con nombre y apellidos, y un lugar en el Cielo, entre los mártires, y que a todos nos cautivó ciertamente, cuando tuvimos la oportunidad de poder ver en el cine, el genial documental del director José Manuel Cotelo; "La ultima Cima", que bien has comentado. El artículo no tiene desperdicio, y dice así:

"Navegando por los mares de internet me encontré de frente con una foto que me resultó muy familiar. Supongo que a los que hayan visto "La Última Cima" también se les parecerá. Ya en la película me impactó la serenidad y la paz que irradiaban los ojos de este sacerdote a punto de ser fusilado. No sabía nada de él ni de su causa, pero me ha parecido interesante presentaros a una persona valiente que no dudó en dar su vida por Cristo. Hoy, donde tanto nos pensamos muchas veces si hablar o no hablar en público y según delante de quién por miedo a ser tachados de retrógrados, fascistas, homófobos y hasta beatos… pues ¡ojalá hiciéramos méritos en vida para que ser realmente beatos y no sólo eso sino santos también! pues si éstos son los ojos de alguien que va a morir… me atrevo a decir que son los ojos de alguien que tenía la certeza y la serenidad de saber a dónde iba y quién le esperaba.

Beato Martín Martínez Pascual. Nació en Valdealgorfa, provincia de Teruel y diócesis de Zaragoza, el 11 de noviembre de 1910.

Su vocación surgió del contacto con un sacerdote ejemplar, D. Mariano Portolés, que suscitó muchas vocaciones en Valdealgorfa. Este sacerdote cultivaba con esmero los gérmenes de vocación y acompañaba a los seminaristas en vacaciones.

De niño entró en el Seminario de Belchite y luego continuó en el Seminario mayor de Zaragoza donde hizo todos los estudios, salvo el último curso 1934-35, que ya había ingresado en la Hermandad. Recibió la ordenación sacerdotal el 15 de junio de 1935. Fue destinado como formador al Colegio de San José de Murcia y como profesor del Seminario diocesano de San Fulgencio.

Terminado el curso, hizo los ejercicios espirituales en Tortosa del 26 de junio al 5 de julio de 1936. Luego marchó de vacaciones a su pueblo y allí le sorprendió la persecución.

El 26 de julio, avisado de que lo buscaban para matarlo, se escondió en casa de algunas familias amigas. Más tarde huyó a una finca a tres kilómetros del pueblo y se ocultó en una cueva.

El 18 de agosto por la mañana detuvieron a todos los sacerdotes que había en Valdealgorfa. Al no encontrar a Martín, encarcelaron a su padre. Inmediatamente, la familia envió recado a D. Martín para que escapara. Pero éste, en cuanto se enteró, echó a correr a toda prisa hacia el pueblo para presentarse al Comité. Un miliciano muy amigo le salió al paso, rogándole que huyera; pero Martín le dijo que no podía consentir que su padre padeciera por él y que quería correr la misma suerte que los demás sacerdotes. Ya ante el Comité, este miliciano todavía quiso salvar a Martín, diciendo que se trataba de un joven estudiante. Pero él confesó que era sacerdote y dio a su amigo un abrazo para que lo transmitiera a su familia. “Yo quiero morir mártir con mis compañeros”, decía.

Sólo estuvo unos minutos apresado. Inmediatamente lo llevaron a pie hasta la plaza del pueblo, donde lo subieron con otros cinco sacerdotes y nueve seglares a un camión camino del cementerio. Antes de llegar, en el camino, los mataron. Los colocaron de espaldas; pero Martín quiso morir de frente, como lo vemos en la foto. Antes de disparar, les preguntaron si deseaban alguna cosa. Martín respondió: “Yo no quiero sino daros mi bendición para que Dios no os tome en cuenta la locura que vais a cometer”. Y después de bendecirles añadió: “Y ahora que me dejéis gritar con todas mis fuerzas: ¡Viva Cristo Rey!”.(Por Alejandro Cases, Pbro).


7 de noviembre de 2012

Noviembre...





A continuación, invito a leer y meditar la carta, que Don Demetrio Fernández, obispo de Córdoba, ha escrito a la diócesis, con motivo del mes de los difuntos. 

"El mes de noviembre está dedicado especialmente a los difuntos, a todos los que han partido de este mundo y nos traen el precioso recuerdo de su memoria. Coincide con el otoño, y el tiempo contribuye a esa especie de nostalgia, que nos hace recordar momentos felices de nuestra vida pasada al recordarlos a ellos. 

El trato con nuestros seres queridos, los que vivieron con nosotros y ya han partido de este mundo, no sólo mira al pasado del que nos gusta recordar los buenos momentos, sino que mira también al futuro, que está todavía por suceder. Los hermanos difuntos nos hablan de una vida más allá de la muerte, en la que ellos han ingresado, y en la que nosotros entraremos traspasado el umbral de la muerte. Los difuntos nos reclaman en el presente y hacia el futuro. 

Los difuntos siguen vivos, porque tienen alma inmortal. Cuando venimos a este mundo, nuestros padres han aportado la materialidad de nuestro cuerpo, cuyos rasgos se parecen a los suyos. Pero el alma la ha creado Dios directamente para cada uno, y la ha infundido en el momento de la concepción. ¡Somos inmortales! por haber sido creados directamente por Dios en la parte espiritual de nuestro ser. No somos un amasijo de células, ni somos un trozo de carne con ojos. Somos personas humanas, que piensan, aman, deciden, sienten. Tenemos un alma inmortal, que no heredamos de nuestros padres, sino que la recibimos directamente de Dios al ser concebidos. Por eso, todo ser humano concebido merece el respeto de los demás, porque además de la aportación de los padres, Dios ha aportado un alma, creándola nueva para infundirla en aquel embrión que empieza a existir. En cada ser concebido tenemos una persona humana, tenemos un alma inmortal. 

Al término de nuestra vida terrena, se produce la muerte, la separación del alma y del cuerpo.El cuerpo sin alma, queda cadáver sin vida hasta su descomposición. Y en el último día de la historia de la humanidad resucitará de entre los muertos para unirse al alma y participar de su suerte. El alma, sin embargo, ya en la muerte vuela hasta la presencia de Dios para ver a Dios cara a cara. Y entrando en la presencia de Dios, podrá ver intuitivamente cuánto ha sido el amor de Dios y cuál ha sido su respuesta. 

El amor correspondido plenamente conducirá al alma a la gloria, al cielo. Este ha de ser el camino normal para todos. Pero muchas veces no es así. Nuestro caminar por la vida terrena está lleno de dificultades, y nuestra debilidad nos ha llevado a olvidarnos del amor de Dios, apartándonos de Él. Hemos pecado. Es decir, nos hemos encerrado en nosotros mismos, en nuestros intereses egoístas. Hemos ofendido a Dios, padre bueno que sólo quiere nuestro bien. Y hemos ofendido a los demás, a los que no hemos dado el amor que les debíamos. La luz de Dios nos hará ver todo esto sin razonamientos, de manera lúcida. Y ese contraste entre el amor inmenso de Dios hacia nosotros y nuestra mezquina respuesta, producirá un dolor indecible en nuestra alma. Este es el purgatorio. 

En nuestras relaciones de amor con los demás, herir a la persona amada duele muchísimo. Hacer sufrir a quien queremos de verdad nos produce un dolor inmenso, mayor cuanto mayor sea el amor y la ofensa realizada. El amor de Dios a nosotros no puede ser más grande y nuestro olvido o desprecio es muy frecuente y a veces muy grave. Por eso, el purgatorio es una situación muy dolorosa para el alma. 

La Iglesia, que es madre buena, sabe que sus hijos que más sufren son las almas del purgatorio. Y por eso, nos invita continuamente a tenerlas presentes en nuestra oración y a ofrecer sufragios por ellas. Sería como prestarles nuestro amor, para que les sirva de bálsamo en el sufrimiento purgativo que les prepara para el cielo. Y nos recuerda que todos nuestros sufrimientos y fatigas de la vida nos van purificando en el amor, nos libran realmente del purgatorio, para que llegado el momento de la partida, de la muerte, podamos ir directamente al cielo. 

Mes de noviembre. Mes de los difuntos, para recordarlos y para ayudarlos. Mes que a todos nos hace pensar en la vida eterna, que se va alcanzando en el camino de la vida terrena". (+ Demetrio Fernández, obispo de Córdoba).


3 de noviembre de 2012

3 de noviembre: San Martín de Porres.




Martín nos demuestra con el ejemplo de su vida que podemos llegar a la salvación y a la santidad por el caminoque nos enseñó Cristo Jesús: a saber, si, en primer lugar, amamos a Dios con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma y con toda nuestra mente; y si, en segundo lugar, amamos al prójimo como a nosotros mismos.

Él sabía que Cristo Jesús padeció por nosotros y, cargado con nuestros pecados, subió al leño, y por esto tuvo un amor especial a Jesús crucificado, de tal modo que, al contemplar sus atroces sufrimientos, no podía evitar el derramar abundantes lágrimas. Tuvo también una singular devoción al santísimo sacramento de la eucaristía, al que dedicaba con frecuencia largas horas de oculta adoración ante el sagrario, deseando nutrirse de él con la máxima frecuencia que le era posible.

Además, san Martín, obedeciendo el mandato del divino Maestro, se ejercitaba intensamente en la caridad para con sus hermanos, caridad que era fruto de su fe íntegra y de su humildad. Amaba a sus prójimos, porque los consideraba verdaderos hijos de Dios y hermanos suyos; y los amaba aún más que a sí mismo, ya que, por su humildad, los tenía a todos por más justos y perfectos que él.

Disculpaba los errores de los demás; perdonaba las más graves injurias, pues estaba convencido que era mucho más lo que merecía por sus pecados; ponía todo su empeño en retornar al buen camino a los pecadores; socorría con amor a los enfermos; procuraba comida, vestido y medicinas a los pobres; en la medida que le era posible, ayudaba a los agricultores y a los negros y mulatos, que, por aquel tiempo, eran tratados como esclavos de la más baja condición, lo que le valió, por parte del pueblo, el apelativo de «Martín de la caridad».

Este santo varón, que con sus palabras, ejemplos y virtudes impulsó a sus prójimos a una vida de piedad, también ahora goza de un poder admirable para elevar nuestras mentes a las cosas celestiales. No todos, por desgracia, son capaces de comprender estos bienes sobrenaturales, no todos los aprecian como es debido, al contrario, son muchos los que, enredados en sus vicios, los menosprecian, los desdeñan o los olvidan completamente. Ojalá que el ejemplo de Martín enseñe a muchos la dulzura y felicidad que se encuentra en el seguimiento de Jesucristo y en la sumisión a sus divinos mandatos.


2 de noviembre de 2012

REQUIESCANT IN PACE.



"Escucha Señor, nuestras súplicas, 
para que, al confesar 
la resurrección de Jesucristo, tu Hijo, 
se afiance también la esperanza 
de que nuestros hermanos difuntos resucitarán. 
Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén".