31 de diciembre de 2008

Gracias Señor, por el año que termina.


“Señor Dios, dueño del tiempo y de la eternidad, tuyo es el hoy y el mañana, el pasado y el futuro.

Al terminar este año quiero darte gracias por todo aquello que he recibido de Tí.

Gracias por la vida, por la salud y la enfermedad, por la alegría y el dolor, por cuanto fue posible y por lo que no pudo ser. Te ofrezco cuanto hice en este año, el trabajo que pude realizar, las cosas que pasaron...

Pero también Señor, hoy quiero pedirte perdón por el tiempo perdido, por las obras vacías y por el trabajo mal hecho...


También perdón por la oración que poco a poco fui aplazando y que hasta ahora vengo a presentarte, por todos mis olvidos, descuidos y silencios…


Deseo vivir cada día del nuevo año, con optimismo y bondad, llevando a todas partes un corazón lleno de comprensión y paz.


Cierra mis oídos a toda falsedad y mis labios a palabras mentirosas, egoístas o hirientes.


Abre mí ser a todo lo que es bueno, que mí espíritu se llene sólo de bendiciones y las derrame a cada paso que doy.


Cólmame de bondad y de alegría para que cuantas personas se acerquen a mí, encuentren un poquito de Tí.


Dentro de poco, iniciaremos un nuevo año, detengo mi vida ante el nuevo calendario aún sin estrenar y te los presento a ti Señor, ya que sólo "TÚ" sabes si llegaré a vivirlos.


Te pido por todas las familias, concédeles paz, alegría, salud y fortaleza.


Dios Todopoderoso, danos un año lleno de Bendiciones y enséñanos a seguir siendo instrumentos de tu bondad. Amén.

25 de diciembre de 2008

NATIVITAS DOMINI NOSTRI IESU CHRISTI.


La Iglesia en su misión de ir por el mundo llevando la Buena Nueva ha querido dedicar un tiempo a profundizar, contemplar y asimilar el Misterio de la Encarnación del Hijo de Dios. A este tiempo lo conocemos como Navidad. Cerca de la antigua fiesta judía de las luces y buscando dar un sentido cristiano a las celebraciones paganas del solsticio de invierno, la Iglesia aprovechó el momento para celebrar la Navidad.

En este tiempo, los cristianos por medio del Adviento nos preparamos para recibir a Cristo, "luz del mundo" (Jn 8, 12) en nuestras almas, rectificando nuestras vidas y renovando el compromiso de seguirlo con más fidelidad. Durante el Tiempo de Navidad al igual que en el Triduo Pascual de la semana Santa, celebramos la redención del hombre gracias a la presencia y entrega de Dios, pero a diferencia del Triduo Pascual en el que recordamos la Pasión y Muerte del Salvador, en la Navidad recordamos que Dios se hizo hombre y habitó entre nosotros.

Así como el sol despeja las tinieblas durante el alba, la presencia de Cristo irrumpe en las tinieblas del pecado, para mostrarnos el camino a seguir. Con su luz nos muestra la verdad de nuestra existencia. Cristo mismo es la vida que renueva la naturaleza caída del hombre y de la naturaleza. La Navidad celebra esa presencia renovadora de Cristo que viene a salvar al mundo.

La Iglesia en su papel de Madre y Maestra por medio de una serie de fiestas busca concienciar al hombre de este hecho tan importante para la salvación. Por ello, es necesario que todos los cristianos vivamos con recto sentido, la riqueza de la vivencia real y profunda de la Navidad, el Nacimiento de Jesús, el Hijo de Dios.

24 de diciembre de 2008

EN EL MISTERIO DE BELÉN.


Esta noche, todos los caminos llevan a Belén. ¡Ha nacido Jesús, en Belén de Judá!.
Las Escrituras Santas nos cuentan algo de este acontecimiento que ha marcado para siempre el rumbo de la humanidad, y nos dice el Evangelio de Lucas; “Por aquellos días, salió un decreto del emperador César Augusto ordenando un censo en todo el Imperio. Y todos iban a empadronarse, cada uno a su ciudad. También José, desde Galilea, subió a Judea, a la ciudad de David, llamada Belén, y allí se inscribió con su esposa María que estaba embarazada. Y mientras estaban en Belén, le llegó a María el momento de parto, y dio a luz a su hijo y lo envolvió en pañales acostándolo en un pesebre, por no haber sitio en la posada”.
También escuchamos en el Evangelio, lo que en la Noche santa los Ángeles dijeron a los pastores y que ahora la Iglesia nos proclama: “Hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un salvador, el Mesías, el Señor. Y aquí tenéis una señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre”.
Nada prodigioso, nada extraordinario, nada espectacular se les da como señal a los pastores. Verán solamente un niño envuelto en pañales que, como todos los niños, necesita los cuidados maternos; un niño que ha nacido en un establo y que no está acostado en una cuna, sino en un pesebre. La señal de Dios es el niño, su necesidad de ayuda y su pobreza. Sólo con el corazón los pastores podrán ver que en este niño se ha realizado la promesa del profeta Isaías que hemos escuchado en la primera lectura: “un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado”.
Tampoco a nosotros se nos ha dado una señal diferente. El ángel de Dios, a través del mensaje del Evangelio, nos invita también a encaminarnos con el corazón, hacia el portal de Belén para ver al niño acostado en el pesebre
La señal de Dios es la sencillez, la señal de Dios es el niño. La señal de Dios es que Él se hace pequeño por nosotros. Éste es su modo de reinar. Él no viene con poderío y grandiosidad. Viene en la debilidad de un niño recién nacido y necesitado de nuestra ayuda. Pide nuestro amor: por eso se hace niño. No quiere de nosotros más que nuestro amor, a través del cual aprendemos espontáneamente a entrar en sus sentimientos, en su pensamiento y en su voluntad: aprendamos a vivir con Él y a practicar también con Él la humildad de la renuncia que es parte esencial del amor. Dios se ha hecho pequeño para que nosotros pudiéramos comprenderlo, acogerlo, amarlo.
El Hijo mismo es la Palabra, la Palabra eterna se ha hecho pequeña, tan pequeña como para estar en un pesebre. Se ha hecho niño para que la Palabra esté a nuestro alcance. Dios nos enseña así a amar a los pequeños. A amar a los débiles. A respetar a los niños.
El niño de Belén nos hace poner los ojos en todos los niños que sufren y son explotados en el mundo, tanto los nacidos como los no nacidos. En los niños que sufren la miseria y el hambre; en los que son maltratados y explotados, en los niños carentes de todo amor. En todos ellos, es el niño de Belén quien nos reclama; nos interpela el Dios que se ha hecho pequeño. En esta noche, oremos para que el resplandor del amor de Dios acaricie a todos estos niños, y pidamos a Dios que nos ayude a hacer todo lo que esté en nuestra mano para que se respete la dignidad de los niños; que nazca para todos la luz del amor, que el hombre necesita más que las cosas materiales necesarias para vivir.
La Navidad, se ha convertido en la fiesta de los regalos, pero el verdadero regalo que podemos hacer en Navidad a los demás, es darnos a nosotros mismos para imitar a Dios que se ha dado a sí mismo. Entre tantos regalos que compramos y recibimos no olvidemos el verdadero regalo: darnos mutuamente algo de nosotros mismos. Darnos mutuamente nuestro tiempo. Abrir nuestro tiempo a Dios.
Y en las comidas de estos días de fiesta recordemos la palabra del Señor: “Cuando des una comida o una cena, no invites a quienes corresponderán invitándote, sino a los que nadie invita ni pueden invitarte”. Precisamente, esto significa también: Cuando tú haces regalos en Navidad, no has de regalar algo sólo a quienes, a su vez, te regalan, sino también a los que nadie hace regalos ni pueden darte nada a cambio. Así ha actuado Dios mismo, y nosotros, lo hemos hecho también en la parroquia con la campaña de alimentos para los más necesitados.
Pidámosle al Señor en esta noche santa, que nos dé la gracia de mirar esta noche el pesebre con la sencillez de los pastores para recibir así la alegría con la que ellos volvieron a sus casas. Roguémoslo que nos dé la humildad y la fe con la que san José miró al niño que María había concebido del Espíritu Santo. Pidamos que nos conceda mirarlo con el amor con el cual María lo contempló. Y pidamos que la luz que vieron los pastores también nos ilumine y se cumpla en todo el mundo lo que los ángeles cantaron en aquella noche: “Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor”.
Jesús, que en tu nacimiento lo haces al modo de los más abandonados, danos a nosotros la capacidad de soportar todo con amor, con paciencia, con esperanza. Tú eres el único, que teniéndolo todo, preferiste no ser nadie, enséñanos a aprender de ti, a esperar siempre y nada más que en ti..
Acuérdate buen Jesús, Rey de Reyes, Señor de Señores, de los muchos niños que no escucharán villancicos en esta Navidad, de los muchos niños que no tendrán regalos, de los muchos niños que quizás, ahora y nunca, tendrán una Feliz Navidad.
Ten misericordia de nosotros, Señor, de los hombres y mujeres que peregrinamos en este mundo, y vamos a tu encuentro, ten misericordia.
Y recuerda, Jesús, que el mejor regalo que hemos tenido, lo has sido tú. Si tú no naces en nuestros corazones, es inútil celebrar la Navidad.
Gracias Jesús, por nacer en la pobreza de Belén. Gracias, mil gracias, Jesús, por hacerte niño, y venir a vivir con nosotros.

14 de diciembre de 2008

EN UNA NOCHE OSCURA...



Juan de Yepes, nombre de pila de San Juan de la Cruz, nació en Fontiveros, Ávila, en 1542. Es el patrono de los poetas en lengua española. A los veintiún años ingresó como novicio en la orden de los Carmelitas y al año siguiente se trasladó a Salamanca para iniciar estudios en Teología, para poco después entrar en contacto con Santa Teresa de Jesús. San Juan de la Cruz, siguió a Santa Teresa en su Reforma Carmelitana. En 1568 fundó en Duruelo el primer convento de Carmelitas Descalzos de la rama masculina, donde instauró unos hábitos monacales basados en la austeridad y en la contemplación más rigurosas. Debido a este cisma entre los carmelitas calzados y los carmelitas descalzos, dio a parar con sus huesos en la cárcel, donde escribió buena parte de su obra bajo la pena del cautiverio, y donde mortificó su cuerpo y depuró su alma.

Santa Teresa había visto en Juan un alma muy pura, a la que Dios había comunicado grandes tesoros de luz y cuya inteligencia había sido enriquecida por el cielo. Los escritos del santo justifican plenamente este juicio de Santa Teresa, particularmente los poemas de la "Subida al Monte Carmelo", la "Noche Oscura del Alma", la "Llama Viva de Amor" y el "Cántico Espiritual", con sus respectivos comentarios. Así lo reconoció la Iglesia en 1926, al proclamar doctor a San Juan de la Cruz por sus obras Místicas.

La doctrina de San Juan se resume en el amor del sufrimiento y el completo abandono del alma en Dios. Ello le hizo muy duro consigo mismo; en cambio, con los otros era bueno, amable y condescendiente. Por otra parte, el santo no ignoraba ni temía las cosas materiales, puesto que dijo: "Las cosas naturales son siempre hermosas; son como las migajas de la mesa del Señor.

San Juan de la Cruz vivió la renuncia completa que predicó tan persuasivamente. Pero a diferencia de otros menores que él, fue "libre, como libre es el espíritu de Dios". Su objetivo no era la negación y el vacío, sino la plenitud del amor divino y la unión sustancial del alma con Dios. "Reunió en sí mismo la luz extática de la Sabiduría Divina con la locura estremecida de Cristo despreciado".

San Juan de la Cruz murió en Úbeda, (Jaén), el 14 de diciembre de 1591. Fue beatificado en 1657 y canonizado en 1726.
CANTICO ESPIRITUAL
¿Adónde te escondiste, Amado,
y me dejaste con gemido?
Como el ciervo huiste
habiéndo me herido;
salí tras ti clamando, y eras ido.

Pastores, los que fuerdes
allá por las majadas, al otero
si por ventura vierdes
aquel que yo más quiero
decidle que adolezco, peno y muero.

Buscando mis amores
iré por esos montes y riberas
ni cogeré las flores,ni temeré las fieras,
y pasaré los fuertes y fronteras.

PREGUNTA A LAS CRIATURAS
¡Oh bosques y espesuras
plantadas por la mano del Amado!
¡Oh prado de verduras
de flores esmaltado!
decid si por vosotros ha pasado.

RESPUESTA DE LAS CRIATURAS
Mil gracias derramando
pasó por estos sotos con presura,
y, yéndolos mirando,
con sola su figura
vestidos los dejó de hermosura. [...]

8 de diciembre de 2008

MARÍA INMACULADA.


El Dogma de la Inmaculada Concepción, sostiene la creencia de que María, Madre de Jesús, a diferencia de todos los demás seres humanos, no fue alcanzada por el pecado original sino que, desde el primer instante de la creación de su alma, estuvo libre de todo pecado. No debe confundirse esta doctrina con la de la maternidad virginal de María, que sostiene que Jesús fue concebido sin intervención de varón y que María permaneció virgen antes, durante y después del parto.

Al desarrollar la doctrina de la Inmaculada Concepción, la Iglesia Católica contempla la predilección especial por parte de Dios hacia María por el hecho de ser la Madre de Jesús y sostiene que Dios preservó a María libre de todo pecado y, aún más, libre de toda mancha o efecto del pecado original.

El día 8 de diciembre de 1854, con la bula “Ineffabilis Deus”, el Papa Pio IX, proclama como dogma de fe, la Concepción Inmaculada de la Santísima Virgen María:


“...Para honra de la Santísima Trinidad, para la alegría de la Iglesia Católica, con la autoridad de nuestro Señor Jesucristo, con la de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo y con la nuestra: Definimos, afirmamos y pronunciamos que la doctrina que sostiene que la Santísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de culpa original desde el primer instante de su concepción, por singular privilegio y gracia de Dios Omnipotente, en atención a los méritos de Cristo-Jesús, Salvador del género humano, ha sido revelada por Dios y por tanto debe ser firme y constantemente creída por todos los fieles. Por lo cual, si alguno tuviere la temeridad, lo cual Dios no permita, de dudar en su corazón lo que por Nos ha sido definido, sepa y entienda que su propio juicio lo condena, que su fe ha naufragado y que ha caído de la unidad de la Iglesia y que si además osaren manifestar de palabra o por escrito o de otra cualquiera manera externa lo que sintieren en su corazón, por lo mismo quedan sujetos a las penas establecidas por el derecho”.