24 de abril de 2011

¡Cristo ha resucitado!






¡FELIZ PASCUA DE RESURRECCIÓN!

23 de abril de 2011

A Jesús crucificado...





Al verte cargar la cruz, por mis pecados,

y por amor a nosotros, azotado y mal herido

ayudarte a cargarla, habría querido

para que te sintieras por este siervo venerado.



De estar allí, seguro que nada habría cambiado,

como tus discípulos, quizás habría temido

y con misión e igual, habrías cumplido

y cobarde, ni a tus pies me habría arrimado.




No estuve allí, pero estoy lloroso y abatido

porque siento; Señor que te he fallado.

y aunque quise cumplir, no te he cumplido...



Pero espero igual, al morir sentirme perdonado

y porque ya, de mis faltas, estoy arrepentido

sé que encontraré, refugio en el cielo y a tu lado.

17 de abril de 2011

Bendito el que viene en nombre del Señor, ¡Hosanna en el cielo!



El Domingo de Ramos abre solemnemente la Semana Santa, con el recuerdo de las palmas y de la Pasión, de la entrada de Jesús en Jerusalém y la liturgia de la palabra que evoca la Pasión del Señor en el Evangelio de San Marcos.

En este día, se entrecruzan las dos tradiciones litúrgicas que han dado origen a esta celebración: la alegre, multitudinaria, festiva liturgia de la Iglesia Madre de la ciudad santa, que se convierte en -mimesis-, imitación de los que Jesús hizo en Jerusalén, y la austera memoria - anamnesis - de la Pasión que marcaba la liturgia de Roma. Liturgia de Jerusalén y de Roma, juntas en nuestra celebración. Con una evocación que no puede dejar de ser actualizada.

Vamos con el pensamiento a Jerusalén, subimos al Monte de los olivos para recalar en la capilla de Betfagé, que nos recuerda el gesto de Jesús, gesto profético, que entra como Rey pacífico, Mesías aclamado primero y condenado después, para cumplir en todo las profecías.

Por un momento la gente revivió la esperanza de tener ya consigo, de forma abierta y sin subterfugios aquel que venía en el nombre del Señor. Al menos así lo entendieron los más sencillos, los discípulos y gente que acompañó a Jesús, como un Rey.

San Lucas no habla de olivos ni palmas, sino de gente que iba alfombrando el camino con sus vestidos, como se recibe a un Rey, gente que gritaba: "Bendito el que viene como Rey en nombre del Señor. Paz en el cielo y gloria en lo alto".

Palabras con una extraña evocación de las mismas que anunciaron el nacimiento del Señor en Belén a los más humildes. Jerusalén, desde el siglo IV, en el esplendor de su vida litúrgica celebraba este momento con una procesión multitudinaria. Y la cosa gustó tanto a los peregrinos que occidente dejó plasmada en esta procesión de ramos una de las más bellas celebraciones de la Semana Santa.

Con la liturgia de Roma, por otro lado, entramos en la Pasión y anticipamos la proclamación del misterio, con un gran contraste entre el camino triunfante del Cristo del Domingo de Ramos y el Viacrucis de los días santos.

Sin embargo, son las últimas palabras de Jesús en el madero la nueva semilla que debe empujar el remo evangelizador de la Iglesia en el mundo.

"Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu". Este es el evangelio, esta la nueva noticia, el contenido de la nueva evangelización. Desde una paradoja este mundo que parece tan autónomo, necesita que se le anuncie el misterio de la debilidad de nuestro Dios en la que se demuestra el culmen de su amor. Como lo anunciaron los primeros cristianos con estas narraciones largas y detallistas de la Pasión de Jesús.

Era el anuncio del amor de un Dios que baja con nosotros hasta el abismo de lo que no tiene sentido, del pecado y de la muerte, del absurdo grito de Jesús en su abandono y en su confianza extrema. Era un anuncio al mundo pagano tanto más realista cuanto con él se podía medir la fuerza de la Resurrección.

La liturgia de las palmas anticipa en este domingo, llamado pascua florida, el triunfo de la resurrección; mientras que la lectura de la Pasión nos invita a entrar conscientemente en la Semana Santa de la Pasión gloriosa y amorosa de Cristo el Señor.

13 de abril de 2011

¿Por qué confesarse con un cura?



No podemos negar, y eso lo constatamos cada vez más los sacerdotes, como el número de los que acuden al Sacramento de la Confesión ha descendido notablemente. Muchos no se han confesado desde que hicieron la Primera Comunión, amparándose en excusas tales como; "yo me confieso con Dios y con los santos", "al cura no le interesa mi vida íntima", "el cura es un pecador como yo", "mis cuentas se las debo a Dios"... y un sin fin de tonterias por el estilo. Otros, han abandonado esta práctica por dejadez o vergüenza simplemente. Pero lo más curioso de todo esto, es ver como se acude a recibir la Sagrada Comunión "más panchos que anchos", como decimos vulgarmente, como si nada hubiese pasado, sin los menores escrúpulos de conciencia, y creo no estar equivocado. Y es que el mayor mal de nuestro mundo, ya lo han dicho muchos Papas y santos en los últimos tiempos, es creer que nada es pecado, que todo vale, o en el peor de los casos, que el pecado y el demonio, (y perdón por si alguien se escandaliza), no existen.


En esta ocasión, adjunto una breve meditación del arzobispo castrense, Monseñor Juan del Río Martín, sobre el Sacramento de la Confesión y su importancia en nuestras vidas de cristianos y que bien nos puede servir de examen de conciencia para ver como está siendo nuestra práctica del sacramento o para retomarla y acudir con mayor frecuencia si la hemos abandonado.


"El olvido o la negación del pecado por parte del hombre moderno no significan que la realidad no exista, basta contemplar el panorama diario del mundo para percatarnos de que el pecado y el mal está ahí; hace estragos en el corazón de las personas y de los pueblos. Todo eso no es un invento de la Iglesia para tener atemorizada a la gente, como dicen algunos. Pero además, sucede que no podemos vivir sin la experiencia personal del perdón, ya que sería renunciar a la paz y a la tranquilidad de la conciencia. Ésta nos viene dada por la muerte y resurrección de Cristo, mediante la celebración del sacramento de la Penitencia según lo dispuesto p or la Iglesia.


Surge una cuestión: ¿por qué hay que acudir a un sacerdote y decirles nuestros pecados? El penitente encuentra en el confesor, no al individuo particular, sino a un ministro de Cristo y de la comunidad. El Señor se ha revelado al hombre por medio de nuestra carne, ello demuestra que su gracia salvadora siempre nos llega a través de signos y lenguajes propios de nuestra condición humana. Nosotros tenemos necesidad de saber que Dios nos ha perdonado. Por eso requerimos de alguien que, revestido de la potestad de “perdonar y retener” que Cristo dio a sus discípulos (cf. Mt 18,18; 16,17-19; Jn 20,19-23), nos dé la certeza interior de haber sido realmente perdonados y acogido por Dios. Solos, nunca sabríamos si lo que nos ha alcanzado es la gracia divina o la propia emoción.


La confesión no es un juicio de condena, sino la presencia del amor misericordioso de Dios, fuente de paz, alegría y consuelo. De ahí, la necesidad de recurrir a ella con frecuencia, porque mientras caminemos en “este valle de lágrimas” siempre habrá errores y debilidades. Para ello, es necesario hacer con seriedad los pasos que marca la tradición católica: contrición, confesión, y satisfacción (cf. Catecismo, 1450-1460).


El reciente discurso de Benedicto XVI a la Penitenciaria apostólica (25.3.2011), nos recuerda como el sacramento de la Reconciliación es “la escuela penitencial”. Comienza con el examen de conciencia que tiene un valor pedagógico de enseñarnos a mirar a nuestro interior y confrontarlo con la verdad del Evangelio. Continuando con la experiencia de ser escuchado en profundidad, a la vez de saber aceptar las amonestaciones y consejos del confesor, que son importantes para proseguir el camino espiritual y para la sanación interior del penitente. También la confesión integra de los pecados educa al cristiano en la humildad, en el reconocimiento de su propia fragilidad, en la necesidad del perdón divino y en la confianza de que la Gracia transforma la vida. Por último, acoger la absolución con verdadero arrepentimiento de los pecados es un instante especial donde se experimenta el amor misericordioso de Dios, a la vez que es una incitación a la conversión continua.


Este milagro de amor que es el sacramento del Perdón, no puede ser suplido por ningún gabinete psicológico, porque la Confesión no es un simple desahogo, sino la necesidad vital de cicatrizar las heridas de los pecados mediante el reencuentro con Dios y con la Iglesia".

10 de abril de 2011

¡TÚ ERES LA VIDA ETERNA!



Vivimos en este mundo pero, un día nos iremos

y marcharemos del mundo como vinimos a él.


¡TÚ ERES LA VIDA ETERNA, SEÑOR!.


Hablamos en este mundo pero, un día callaremos,

y escucharemos el silencio de tu presencia.


¡TÚ ERES LA VIDA ETERNA, SEÑOR!.


Trabajamos en esta tierra pero, un día, descansaremos

y veremos el fruto de lo que hicimos.


¡TÚ ERES LA VIDA ETERNA, SEÑOR!.


Creemos mientras vivimos, pero un día, no hará falta

porque contemplaremos cara a cara tu rostro.


¡TÚ ERES LA VIDA ETERNA, SEÑOR!.


Esperamos y caminamos, pero un día nos detendremos

porque Tú al final nos esperas vivo.


¡TÚ ERES LA VIDA ETERNA, SEÑOR!.

3 de abril de 2011

Maestro de buen humor.




En el año 1974, un año antes de su marcha al Cielo, San Josemaría Escrivá, recorrió la Peninsula Ibérica, teniendo encuentros o catequesis, como a él le gustaba llamar, con millares de personas. Algunas de estas catequesis-encuentros, fueron filmados, y gracias a ello, hoy podemos disfrutar de los entrañables momentos que muchos tuvieron la suerte de vivir en primera persona, con un español afincado en Roma, reconocido santo de fama universal. Si algo podemos destacar de él, es din duda alguna, su buen humor. El mismo lo decía en varias ocasiones. Cuando comenzó, contaba con 24 años, buen humor y la Gracia de Dios, y nada más.... El siguiente video da buena cuenta de ello.

2 de abril de 2011

Karol Josef Wojtyla Kaczorowska.


Un día como hoy, pero de 2005, hace ya 6 años, y ¿quién no lo guarda en el recuerdo?, el gran Papa Juan Pablo II, partía para la Casa del Padre después de una larga y dolorosa enfermedad. Aquella noche, para la Iglesia y para el mundo, fue una noche vivida de forma especial, todos estabamos con la mirada y el corazón puestos en Roma, y a través del televisor, con la mirada fija en la ventana del que hasta ese momento había sido, durante tantos años, su apartamento privado, mientras tanto, las campanas doblaban...había muerto el Papa.

Esa noche, aquella noche especial, sentí, muchos sentímos, que un nuevo santo entraba en el Cielo e intercedía por la Iglesia, la misma Iglesia a la que tanto amó y a la que tanto sirvió, hasta llegar a derramar su sangre, como los grandes mártires, en la Plaza de San Pedro aquella fatídica tarde del 13 de mayo de 1981.

Karol Josef Wojtyla Kaczorowska, nombre de pila de Juan Pablo II, fue el primer papa no italiano desde el holandés Adriano VI (1522-1523) y dentro de un mes, será incluido en el católogo de los beatos. Fue un gran Papa para la Iglesia, porque fue un gran hombre para la humanidad. Fue grande para la humanidad, porque fue un gran pastor para su Iglesia. Gracias Santo Padre.