25 de marzo de 2010

En la fiesta de la Encarnación.


La doctrina de la Encarnación de Cristo se gesta en el hecho de que la segunda persona de la Santísima Trinidad, el Hijo o el Logos (la Palabra), "se hizo carne" cuando fue concebido en el seno de la Virgen María. En la Encarnación, la naturaleza divina del Hijo fue unida de forma perfecta con la naturaleza humana en la persona de Jesucristo, que era "Dios verdadero y hombre verdadero" (Credo de Caldedonia). La Encarnación se conmemora y celebra cada año en la Fiesta de la Encarnación, también conocida como Anunciación.
Esta doctrina es fundamental en la fe cristiana, como así sucede en la Iglesia Católica, la Iglesia Ortodoxa y la mayoría de los Protestantes.
Entre los primeros cristianos hubo un desacuerdo considerable al respecto de la encarnación de Cristo. Los cristianos creían que era el Hijo de Dios. Sin embargo, se discutía la naturaleza exacta de lo que significa ser "hijo".
La doctrina de que Cristo era plenamente Dios y plenamente Hombre a la vez creció y se convirtió en la creencia dominante de la Iglesia Católica, mientras que todas las creencias alternativas fueron etiquetadas como herejías. Las más conocidas de estas alternativas son: el Gnosticismo, que afirma que Jesús era un ser divino que tomó apariencia humana pero que no era de carne; el Arrianismo, que sostiene que Cristo fue un ser creado, similar en concepto a un ángel; y el Nestorianismo, que mantiene que el Hijo de Dios, y el hombre, Jesús, compartían el mismo cuerpo pero eran dos personalidades diferentes.
Las definiciones finales de la encarnación y naturaleza de Jesús se cerraron con el Concilio de Éfeso, el Concilio de Calcedonia y el Primer Concilio de Nicea. Estos concilios declararon que Jesús era plenamente Dios, creado del Padre; y plenamente hombre, tomando su carne y naturaleza humana de la Virgen María. Estas dos naturalezas, humana y divina, fueron hipostáticamente unidas en la persona de Jesucristo.

20 de marzo de 2010

Oración por la Iglesia en Irlanda.



Dios de nuestros padres,
renuévanos en la fe que es nuestra vida y salvación,
en la esperanza que promete el perdón y la renovación interior,
en la caridad que purifica
y abre nuestros corazones en tu amor,
y a través de ti en el amor de todos nuestros hermanos y hermanas.

Señor Jesucristo,
que la Iglesia en Irlanda renueve su compromiso milenario
en la formación de nuestros jóvenes
en el camino de la verdad, la bondad, la santidad
y el servicio generoso a la sociedad.

Espíritu Santo, consolador, defensor y guía,
inspira una nueva primavera de santidad y entrega apostólica
para la Iglesia en Irlanda.

Que nuestro dolor y nuestras lágrimas,
nuestro sincero esfuerzo para enderezar los errores del pasado
y nuestro firme propósito de enmienda,
produzcan una cosecha abundante de gracia
para la profundización de la fe
en nuestras familias, parroquias, escuelas y asociaciones,
para el progreso espiritual de la sociedad irlandesa,
y el crecimiento de la caridad, la justicia, la alegría y la paz
en toda la familia humana.

A ti, Trinidad,
con plena confianza en la protección de María,
Reina de Irlanda, Madre nuestra,
y de San Patricio, Santa Brígida y todos los santos,
nos confiamos nosotros mismos, nuestros hijos,
y confiamos las necesidades de la Iglesia en Irlanda. Amén.

19 de marzo de 2010

San José, un hombre justo.


La devoción a San José se fundamenta en que este hombre "justo" fue escogido por Dios para ser el esposo de María Santísima y hacer las veces de padre de Jesús en la tierra. Durante los primeros siglos de la Iglesia la veneración se dirigía principalmente a los mártires. Quizás se veneraba poco a San José para enfatizar la paternidad divina de Jesús. Pero, así todo, los Padres (San Agustín, San Jerónimo y San Juan Crisóstomo, entre otros), ya nos hablan de San José. Según algunos, esta devoción comenzó en el Oriente donde existe desde el siglo IV, relata también que la gran basílica construida en Belén por Santa Elena había un hermoso oratorio dedicado a nuestro santo.

San Pedro Crisólogo: "José fue un hombre perfecto, que posee todo género de virtudes" El nombre de José en hebreo significa "el que va en aumento. "Y así se desarrollaba el carácter de José, crecía "de virtud en virtud" hasta llegar a una excelsa santidad.

En el Occidente, referencias a (Nutritor Domini) San José aparecen en el siglo IX en martirologios locales y en el 1129 aparece en Bologna la primera iglesia a él dedicada. Algunos santos del siglo XII comenzaron a popularizar la devoción a San José entre ellos se destacaron San Bernardo, Santo Tomás de Aquino, Santa Gertrudiz y Santa Brígida de Suecia. Según Benito XIV (De Serv. Dei beatif., I, iv, n. 11; xx, n. 17), "La opinión general de los conocedores es que los Padres del Carmelo fueron los primeros en importar del Oriente al Occidente la laudable práctica de ofrecerle pleno culto a San José".

En el siglo XV, merecen particular mención como devotos de San José los santos Vicente Ferrer (m. 1419), Pedro d`Ailli (m. 1420), Bernadino de Siena (m. 1444) y Jehan Gerson (m. 1429). Finalmente, durante el pontificado de Sixto IV (1471 - 84), San José se introdujo en el calendario Romano en el 19 de Marzo. Desde entonces su devoción ha seguido creciendo en popularidad. En 1621 Gregorio XV la elevó a fiesta de obligación. Benedicto XIII introdujo a San José en la letanía de los santos en 1726.

San Bernardino de Siena "... siendo María la dispensadora de las gracias que Dios concede a los hombres, ¿con cuánta profusión no es de creer que enriqueciese de ella a su esposo San José, a quién tanto amaba, y del que era respectivamente amada? " Y así, José crecía en virtud y en amor para su esposa y su Hijo, a quién cargaba en brazos en los principios, luego enseñó su oficio y con quién convivió durante treinta años.

Los franciscanos fueron los primeros en tener la fiesta de los desposorios de La Virgen con San José. Santa Teresa tenía una gran devoción a San José y la afianzó en la reforma carmelita poniéndolo en 1621 como patrono, y en 1689 se les permitió celebrar la fiesta de su Patronato en el tercer domingo de Pascua. Esta fiesta eventualmente se extendió por todo el reino español. La devoción a San José se arraigo entre los obreros durante el siglo XIX. El crecimiento de popularidad movió a Pío IX, el mismo un gran devoto, a extender a la Iglesia universal la fiesta del Patronato (1847) y en diciembre del 1870 lo declaró Santo Patriarca, patrón de la Iglesia Católica. San Leo XIII y Pío X fueron también devotos de San José. Este últimos aprobó en 1909 una letanía en honor a San José.

Santa Teresa de Jesús. "Tomé por abogado y señor al glorioso San José." Isabel de la Cruz, monja carmelita, comenta sobre Santa Teresa: "era particularmente devota de San José y he oído decir se le apareció muchas veces y andaba a su lado."

"No me acuerdo hasta ahora haberle suplicado cosa que la haya dejado de hacer. Es cosa que espanta las grandes mercedes que me ha hecho Dios por medio de este bienaventurado santo...No he conocido persona que de veras le sea devota que no la vea mas aprovechada en virtud, porque aprovecha en gran manera a las almas que a El se encomiendan...Solo pido por amor de Dios que lo pruebe quien no le creyere y vera por experiencia el gran bien que es encomendarse a este glorioso patriarca y tenerle devocion..." -Sta. Teresa.

San Alfonso María de Ligorio nos hace reflexionar: "¿Cuánto no es también de creer aumentase la santidad de José el trato familiar que tuvo con Jesucristo en el tiempo que vivieron juntos?" José durante esos treinta años fue el mejor amigo, el compañero de trabajo con quién Jesús conversaba y oraba. José escuchaba las palabras de Vida Eterna de Jesús, observaba su ejemplo de perfecta humildad, de paciencia, y de obediencia, aceptaba siempre la ayuda servicial de Jesús en los quehaceres y responsabilidades diarios. Por todo esto, no podemos dudar que mientras José vivió en la compañía de Jesús, creció tanto en méritos y santificación que aventajó a todos los santos.

San Josemaría Escrivá nos dice: “José era efectivamente un hombre corriente, en el que Dios se confió para obrar cosas grandes. Supo vivir, tal y como el Señor quería, todos y cada uno de los acontecimientos que compusieron su vida. Por eso, la Escritura Santa alaba a José, afirmando que era justo (Cfr. Mt I, 19.). Y, en el lenguaje hebreo, justo quiere decir piadoso, servidor irreprochable de Dios, cumplidor de la voluntad divina (Cfr. Gen VII, 1; XVIII, 23–32; Ez XVIII, 5 ss; Prv XII, 10.); otras veces significa bueno y caritativo con el prójimo (Cfr. Tob VII, 5; IX, 9.). En una palabra, el justo es el que ama a Dios y demuestra ese amor, cumpliendo sus mandamientos y orientando toda su vida en servicio de sus hermanos, los demás hombres”. (Es Cristo que pasa, 40).

16 de marzo de 2010

El sacerdote, testigo de la misericordia de Dios.



Celebramos este fin de semana y como cada año, la campaña del Día del Seminario. Desde este blog, me uno a este día tan importante para toda la Iglesia, pidiendo al Padre, que nos dé siempre pastores según su corazón; sacerdotes, testigos de la misericordia de Dios a ejemplo del santo cura de Ars.

Jesús, Buen Pastor,
que has querido guiar a tu pueblo
mediante el ministerio de los sacerdotes:
¡gracias por este regalo para tu Iglesia y para el mundo!

Te pedimos por quienes has llamado a ser tus ministros:
cuídalos y concédeles ser fieles.

Que sepan estar en medio y delante de tu pueblo,
siguiendo tus huellas e irradiando tus mismos sentimientos.

Te rogamos por quienes se están preparando
para servir como pastores:
que sean disponibles y generosos
para dejarse moldear según tu corazón.

Te pedimos por los jóvenes a quienes hoy también llamas:
que sepan escucharte y tengan el coraje de responderte,
que no sean indiferentes a tu mirada tierna y comprometedora,
que te descubran como el verdadero Tesoro
y estén dispuestos a dar la vida «hasta el extremo».

Te lo pedimos junto con María, nuestra Madre,
y san Juan María Vianney, el santo Cura de Ars,
en este Año Sacerdotal. Amén.

¡Sigue adelante, hijo!...


En el libro “Siempre alegres para hacer felices a los demás”, del sacerdote español Don Jesús Urteaga, conocido como el “cura de la tele” y fallecido en agosto del pasado año, se nos narra la vida real de un personaje norteamericano, que cuenta con muchos fracasos en su infancia: “No podré olvidar jamás – nos dice el protagonista- tres palabras de mi padre que cambiaron mi vida. Las dijo en un tranvía, entre dos campanadas del conductor. Tres palabras para ayudar y alentar a un chico”. Su padre era herrero, y trabajaba en una cochera de tranvías de Boston. El chico tenía entonces 17 años, y el resultado de los exámenes trimestrales fue catastrófico: “desilusionado con los resultados de mis exámenes, el padre director había concertado a toda prisa una entrevista con mi padre. La cita tenía que ser a última hora. Las luces de las calles estaban encendidas antes de que regresara a casa. Mi padre trabajaba diez horas diarias.

Recuerdo muy bien aquella noche fatídica. Cincuenta y tres años después puedo recordar perfectamente lo que ocurrió. A las ocho de la noche estábamos en el Seminario. Yo me temía lo peor y así fue. El rector le dijo a mi padre: ‘después de todo, Dios llama a sus hijos por caminos muy distintos, son pocos los llamados a la vida intelectual, y menos todavía los que alcanzan la vida sacerdotal; porque, no lo he dicho todavía, yo quería ser sacerdote.

Mi padre trató de defenderme por el fracaso de los exámenes, pero el rector le cortó en seco: ‘no debe usted afligirse. San José era carpintero. Dios encontrará trabajo para ese hijo suyo’. Nos despedimos. No había nada que hacer. Estaba claro que me expulsaban del colegio.

Como si fuera ayer, recuerdo aquella noche fría, oscura, húmeda. Fuimos a casa en silencio, cada uno dando vueltas a sus propios pensamientos. Los míos eran tristes. Al fin, demostrando indiferencia como suelen hacer los chicos, dije: ‘que se queden con su título. Conseguiré un empleo y te ayudaré en el trabajo, padre’.

Mi padre puso su mano sobre mi hombro y me dijo estas pocas palabras, que hoy las escribo por si pueden alentar a otros: ¡sigue adelante hijo!… y yo seguí.

Y a continuación iba la firma del que tenía ya setenta años cumplidos y que a los 17 expulsaron del colegio, porque no valía para estudiar para sacerdote. La firma decía; Richard, Cardenal Cushing. Arzobispo de Boston”.

¡Adelante!, Dios sabe más…y sin embargo, cuenta con nosotros.


¡Ven, oh Santo Espíritu!: ilumina mi entendimiento, para conocer tus mandatos: fortalece mi corazón contra las insidias del enemigo: inflama mi voluntad… He oído tu voz, y no quiero endurecerme y resistir, diciendo: después…, mañana... Nunc cœpi! ¡Ahora!, no vaya a ser que el mañana me falte.

¡Oh, Espíritu de verdad y sabiduría, Espíritu de entendimiento y de consejo, Espíritu de gozo y paz!: quiero lo que quieras, quiero porque quieres, quiero como quieras, quiero cuando quieras…. Amén.

15 de marzo de 2010

Oración por los sacerdotes.


Oración por los sacerdotes, compuesta por el Cardenal Richard Cushing, Arzobispo de Boston;


"Dios Todopoderoso y Eterno,

mira con amor el rostro de tu Hijo

y por amor a El

que es el Sumo y Eterno Sacerdote

ten misericordia de tus sacerdotes.

Acuérdate oh compasivo Señor

que ellos son sino frágiles y débiles seres humanos.

Remueve en ellos el don de la vocación

que de modo admirable se consolidó

por la imposición de las manos de tus Obispos.

Mantenlos siempre cerca de Ti.

No permites que el enemigo les venza,

para que nunca se hagan participes

de la más mínima falta

contra el honor de tan sublime vocación.

Señor Jesús,

te pido por tus fieles y fervorosos sacerdotes

así como por los sacerdotes infieles y tibios;

por los sacerdotes que trabajan en su propia tierra

o los que Te sirven lejos, en lugares o misiones distantes;

por tus sacerdotes tentados,

por los que sienten la soledad, el tedio o el cansancio;

por los sacerdotes jóvenes

o por los que estén a punto de morir

así como por las almas de sacerdotes en el Purgatorio.

Pero sobretodo,

te encomiendo los sacerdotes que más aprecio:

el sacerdote que me bautizó

o me ha absuelto de mis pecados;

los sacerdotes a cuyas misas he asistido

y me han dado Tu Cuerpo y Sangre en la Comunión;

los sacerdotes que me han aconsejado,

me han consolado o animado

y aquellos a quienes de alguna forma

les estoy más en deuda.

Oh Jesús,

mantenlos a todos cerca de tu Corazón

y bendícelos abundantemente

en el tiempo y en la eternidad. Amén".

14 de marzo de 2010

Un Dios Padre que es Misericordia.


El Evangelio de este IV domingo de Cuaresma constituye una de las páginas más célebres del Evangelio de Lucas y de los cuatro Evangelios: la parábola del hijo prodigo. Todo, en esta parábola, es sorprendente; nunca había sido descrito Dios a los hombres con estos rasgos. Ha tocado más corazones esta parábola sola que todos los discursos de los predicadores juntos. Tiene un poder increíble para actuar en la mente, en el corazón, en la fantasía, en la memoria. Sabe tocar los puntos más diversos: el arrepentimiento, la vergüenza, la nostalgia.

La parábola se introduce con estas palabras: «Solían acercarse a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharle. Y los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos: "Ése acoge a los pecadores y come con ellos". Entonces Jesús les dijo esta parábola...» (Lc 15, 1-2). Siguiendo esta indicación, queremos reflexionar sobre la actitud de Jesús hacia los pecadores.

Es sabida la acogida que Jesús reserva a los pecadores en el Evangelio y la oposición que ello le procuró por parte de los defensores de la ley, que le acusaban de ser «un comedor y un bebedor, amigo de publicanos y pecadores» (Lc 7, 34). Uno de los dichos históricamente mejor atestiguados de Jesús enuncia: «No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores» (Mc 2, 17). Sintiéndose por Él acogidos y no juzgados, los pecadores le escuchaban gustosamente.

¿Pero quiénes eran los pecadores, qué categoría de personas era designada con este término? Alguno, en el intento de exonerar del todo a los adversarios de Jesús, a los fariseos, sostuvo que con este término se entiende a los criminales, a los fuera de la ley. Si así fuera, los adversarios de Jesús tenían toda la razón de escandalizarse y de considerarle una persona irresponsable y socialmente peligrosa. Sería como si hoy un sacerdote frecuentara habitualmente a mafiosos y criminales y aceptara sus invitaciones a comer, bajo el pretexto de hablarles de Dios.

En realidad las cosas no son así. Los fariseos tenían una visión propia de la ley y de lo que es conforme o contrario a ella, y consideraban réprobos a todos los que no se conformaban con su rígida interpretación de la ley. Pecadores, en resumen, eran para ellos todos los que no seguían sus tradiciones y dictámenes. Siguiendo la misma lógica, ¡los Esenios de Qumran consideraban injustos y transgresores de la ley a los propios fariseos! También ocurre hoy. Ciertos grupos ultraortodoxos consideran automáticamente herejes a cuantos no piensan exactamente como ellos.

Un eminente estudioso escribe al respecto: «No es verdad que Jesús abriera las puertas del reino a criminales empedernidos e impenitentes, o negara la existencia de "pecadores". Jesús se opuso a las normas elaboradas por Israel, por las cuales algunos israelitas eran tratados como si estuvieran fuera de la alianza y excluidos de la gracia de Dios».

Jesús no niega que exista el pecado y que existan los pecadores. El hecho de llamarles «enfermos» lo demuestra. Sobre este punto es más riguroso que sus adversarios. Si estos condenan el adulterio de hecho, Él condena también el adulterio de deseo; si la ley decía no matar, Él dice que no se debe siquiera odiar o insultar al hermano. A los pecadores que se acercan a Él, les dice: «Vete y no peques más»; no dice: «Vete y sigue como antes».

Lo que Jesús condena es establecer por cuenta propia cuál es la verdadera justicia y despreciar a los demás, negándoles hasta la posibilidad de cambiar. Es significativo el modo en que Lucas introduce la parábola del fariseo y del publicano. «Dijo también a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás, esta parábola» (Lc 18, 9). Jesús era más severo hacia quienes, despectivos, condenaban a los pecadores que hacia los pecadores mismos.

Pero el hecho más novedoso e inaudito en la relación entre Jesús y los pecadores no es su bondad y misericordia hacia ellos. Esto se puede explicar humanamente. Existe, en su actitud, algo que no se puede explicar humanamente, esto es, sosteniendo que Jesús fuera un hombre como los demás, y es el hecho de perdonar los pecados.

Jesús dijo al paralítico: «Hijo, tus pecados te son perdonados». «¿Quién puede perdonar los pecados, más que Dios?», gritan espantados sus adversarios. Y Jesús: «Para que sepáis que el Hijo del hombre tiene poder para perdonar los pecados, "Levántate" –dijo al paralítico–, toma tu camilla y vete a casa». Nadie podía verificar si los pecados de aquel hombre habían sido o no perdonados, pero todos podían constatar que se levantaba y caminaba. El milagro visible atestiguaba lo invisible.

También el examen de las relaciones de Jesús con los pecadores contribuye a dar una respuesta a la pregunta: ¿Quién era Jesús? ¿Un hombre como los demás, un profeta, o algo más y diferente? Durante su vida terrena Jesús no afirmó jamás explícitamente que fuera Dios (y hemos explicado con anterioridad también por qué), pero actuó atribuyéndose poderes que son exclusivos de Dios.

Volvamos ahora al Evangelio del domingo y a la parábola del hijo pródigo. Hay un elemento común que une entre sí las tres parábolas de la oveja perdida, de la dracma perdida y del hijo pródigo narradas una tras otra en el capítulo 15 de Lucas. ¿Qué dice el pastor que ha encontrado la oveja perdida y la mujer que ha encontrado su dracma? «¡Alegraos conmigo!». ¿Y qué dice Jesús como conclusión de cada una de las tres parábolas? «Habrá más alegría en el cielo por un pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no tengan necesidad de conversión».

El centro de las tres parábolas es por lo tanto la alegría de Dios. (Hay alegría «ante los ángeles de Dios» es una forma hebraica de decir que hay alegría «en Dios»). En nuestra parábola, la alegría se desborda y se convierte en fiesta. Aquel padre no cabe en sí y no sabe qué inventar: ordena sacar el vestido de lujo, el anillo con el sello de familia, matar el ternero cebado, y dice a todos: «Comamos y celebremos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido hallado”.

Recordemos hermanos, que hay más alegría en el cielo, por un solo pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan conversión. Pidámosle al Padre de la misericordia, que cada día en nuestra vida de cristianos, sea un verdadero camino de conversión.