29 de septiembre de 2008

En la fiesta de los Santos Arcángeles


En el evangelio que se ha proclamado hoy, hemos escuchado de labios de Jesús la siguiente afirmación; “Yo os aseguro; veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del Hombre”, y hoy la Iglesia en su liturgia, honra a tres de esos ángeles a los que la Sagrada Escritura llama con nombre propio. El primero de ellos es Miguel Arcángel, y su nombre significa; ¿Quién como Dios?, el segundo es Gabriel; “Fortaleza de Dios” y por último, Rafael; “Medicina de Dios”.
En estos días en que vivimos tan predispuestos a no aceptar sino lo que podemos directamente comprobar, experimentar, palpar, ver, podría parecer de ilusos hablar de ángeles; sino fuera porque se refiere Jesús a ellos en distintos momentos y porque la Iglesia los describe como seres espirituales, no corporales, según enseña unánimemente la Sagrada Escritura y la Tradición.
La fe católica y la aceptación de la Biblia conducen de modo necesario a considerar a las criaturas angélicas como otra más de las obras de Dios. Los ángeles se encuentran presentes en la historia de la relación de los hombres con Dios.
Aparecen, junto al hombre con toda naturalidad, como un elemento más de esa existencia sobrenatural y trascendente que nos ha sido revelada. Y su presencia es habitual: unos personajes espirituales, según se desprende de su comportamiento, no sujetos a las leyes físicas como el hombre, que en ocasiones, se designan por su nombre propio, como es el caso de Miguel, Gabriel y Rafael. Los vemos al comienzo de la historia de la salvación, en el Paraíso, y en otros numerosos momentos de esa historia, casi siempre como mensajeros de Dios. Especialmente significativo, en este sentido, es el anuncio de la Encarnación del Hijo de Dios a María, por medio del arcángel Gabriel, con lo que dio comienzo la singular y salvadora presencia de Dios en el mundo.
El mismo Jesucristo habla de ellos varias veces. Por ejemplo, en el evangelio de hoy como hemos podido escuchar, cuando se refiere al fin del mundo. Pero antes habían aparecido ya en gran número con ocasión de su nacimiento, anunciando el hecho a los pastores de Belén; le sirvieron en el desierto después de su ayuno y de haber sido tentado por el diablo; un ángel le confortará en la agonía de Getsemaní; están presentes junto al sepulcro de Cristo resucitado; cuando ascendió finalmente a los cielos, hacen caer a sus discípulos en la cuenta de la realidad que vivían, para que comenzarán sin más dilación la extensión del Evangelio.
La fiesta de los tres arcángeles que hoy celebramos, debe ser una buena ocasión para que fomentemos más el trato con ellos. Los ángeles están junto a cada uno de nosotros, custodiándonos, asistiéndonos en nuestro camino hasta la Casa del Padre.
Entre otros muchos piropos que le dedicamos a nuestra Madre del Cielo, la llamamos con el título de Reina de los Ángeles. A Ella, hoy, en este día de fiesta, le suplicamos confiadamente que nos recuerde, siempre que sea preciso, que contamos para nuestro bien con la poderosa y amable asistencia de nuestros ángeles. Que el Señor camine siempre con nosotros, y que sus ángeles y arcángeles nos acompañen. San Miguel, ruega por nosotros; San Gabriel, ruega por nosotros; San Rafael, ruega por nosotros.

Gracias, Señor.


Hace ya un año, y parece que fue ayer... Sí, un año, solo uno, y Dios quiera que sean muchos más, cuarenta, cincuenta, sesenta, los que Él quiera, pero que sean años gastados en su servicio. Ha pasado el tiempo y aún siento la emoción de aquella mañana de sábado, 29 de septiembre, fiesta de los Santos Arcángeles, en la que mi obispo me ordenaba presbítero. Muchas han sido las experiencias, muchos los momentos vividos, contigo Señor y con tanta gente que formamos la gran familia de los bautizados. Que gran sacramento nos dejaste, que ardua tarea nos encomiendas Señor, pero sin tí, que poca cosa somos... Contamos con tu fuerza, con tu ayuda, con tu alegría, con tu paz y aun así, sin tí, que poca cosa somos... Gracias por fijarte en mí, y en los que hoy son mis compañeros de ministerio. Al igual que a mi, un día los llamaste. Gracias por mis hermanos sacerdotes, que vivamos la unidad y seamos fieles instrumentos en tus manos... Gracias Señor por este año que ha pasado, por todo lo bueno que me has dado y que me ha hecho participar de tu gloria, por lo no tan bueno y que me ha hecho participar de tu cruz... Gracias Señor por todo. Que te siga respondiendo siempre con la mayor de las alegrías, en esta vida y un día, en el Cielo. Gracias Señor, por este año de ministerio.

28 de septiembre de 2008

En el servicio está la alegría



Recordábamos ayer la figura de San Vicente de Paúl. Sacerdote francés, del siglo XVI, fundador de la Congregación de la Misión, destinada a la formación del clero y al servicio de los pobres, y de la Congregación de las Hijas de la Caridad, junto a Santa Luisa de Marillac. Este gran hombre, se caracterizó por ser feliz, pero no a su manera, sino a la manera de Aquel que lo llamó más tarde a alcanzar la felicidad plena, el Señor. Los cristianos, desgraciadamente vivimos muchas veces sumergidos en el ritmo del mundo que no nos damos cuenta, que en el servicio auténtico, estamos agradando a Dios y caminamos hacia la felicidad eterna. Y digo en el servicio auténtico, porque servicio no es el ritmo de vida que llevamos muchas veces tan ocupados en poca cosa, aunque tengamos mil cosas, es decir, más pendientes de nosotros y de nuestro tiempo, que del Señor y de los necesitados. Y al final de la jornada nos quedamos tan tranquilos pensando que hemos hecho lo que teniamos que hacer. Miremos a los santos, ellos son modelos para nuestra vida, así la Iglesia los ha reconocido y así nosotros los veneramos. San Vicente de Paúl gastó su vida en el servicio sincero y auténtico a Dios y a los demás, ¿y nosotros?. Tu y yo tan ocupados con tantos proyectos, ¿realmente estamos sirviendo como el Señor quiere?, ¿somos felices al gusto de Dios o al nuestro?. Y termino, con estos ya conocidos versos de Tagore dedicados a dos nuevos diáconos de mi diócesis, ministros de la Iglesia, que desde ayer desempeñan el ministerio de la palabra y del servicio a los más necesitados. Para ustedes Aday y Fernando. ¡Felicidades!. Y sean eternamente felices al gusto de Dios.
"Dormía y soñaba que la vida no era sino alegría.
Me desperté y ví que la vida no era servicio.
Serví, y comprendí que en el servicio estaba la alegría".

26 de septiembre de 2008

Espiritualidad cristiana


Los cristianos creemos que la persona humana no es sólo materialidad, sino que esta constituida por esa genial, maravillosa y extraordinaria combinación de alma y cuerpo. Al ejercicio de esta propiedad única y anímica del ser humano, como es el alma, le llamamos "espiritualidad". Esto hace que seamos seres cualitativamente distinos del resto de la Creación. Seres capaces de sentir, pensar, razonar, meditar... La espiritualidad cristiana, podríamos decir que es la manifestación de nuestra condición espiritual de "hijos de Dios", a imagen de nuestro Señor Jesucristo. Es una donación, porque Dios mismo nos ha dado su Espíritu para que seamos hijos en el Hijo. Este Espíritu Santo, que es "Señor y dador de vida", asi lo creemos y rezamos en el Credo, se expresa en nuestra "Vida interior" de mil formas distintas. De esta manera, dentro de nuestra propia tradición cristiana, e inspiradas en el mismo ideal evangélico de Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios, tenemos hoy en la Iglesia diferentes "espiritualidades", que han surgido a lo largo de la historia o recientemente, en torno a personas y comunidades concretas, en donde el seguimiento de Cristo, se realiza desde familias espirituales con formas, géneros y estilos de vida concretos, diferentes o semejantes entre sí, pero con un único centro, Cristo, y un único camino e ideal, el Evangelio. Por ello, seamos de una u otra espiritulidad, lo que importa es encontrarnos cada dia con el Señor, amarlo en los hermanos, y no perderlo por nada del mundo.

LA SANTA CRUZ


Días atrás, celebrábamos la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz. En dicha fiesta, se nos invitaba a contemplar el Árbol de la Cruz donde estuvo clavada la salvación del mundo, como cantamos cada Viernes Santo. La Santa Cruz es la señal del cristiano y en ella nos gloriamos, porque en este madero santo, nos salvó y liberó Jesucristo, nuestro Señor. Así como en la Antigua Alianza, el pueblo miraba el estandarte creado por Moisés para sanar, así también nosotros, en el camino de la vida miramos a la Cruz y encontramos consuelo y perdón. Nuestro Señor, elevado en lo alto, es señal inequívoca de que la vida eterna se derrama sobre el mundo: "porque Dios no mandó a su Hijo al mundo para condenar al mundo sino para que el mundo se salve por El". Jesús nos compra con su sangre y en este gesto de entrega y de amor para todas las generaciones de la Historia, se muestra la gloria de Dios Padre. Miremos siempre la Santa Cruz, llevémosla con garbo, es nuestra seña de identidad. Con paz y alegría, ningún día sin Cruz.
...
En la cruz esta la vida
Y el consuelo,
Y ella sola es el camino
Para el cielo.
En la cruz esta el Señor
De cielo y tierra
Y el gozar de mucha paz,
Aunque haya guerra,
Todos los males destierra
En este suelo,
Y ella sola es el camino
Para el cielo.
De la cruz dice la Esposa
A su Querido
Que es una palma preciosa
Donde ha subido,
Y su fruto le ha sabido
A Dios del cielo,
Y ella sola es el camino
Para el cielo.
Es una oliva preciosa
La santa cruz,
Que con su aceite nos unta
Y nos da luz.
Toma, alma mía, la cruz
Con gran consuelo,
Y ella sola es el caminoPara el cielo.
Es la cruz el árbol verde
Y deseado
De la Esposa que a su sombra
Se ha sentado
Para gozar de su Amado,
El Rey del cielo,
Y ella sola es el camino
Para el cielo.
El alma que a Dios está
Toda rendida,
Y muy de veras del mundo
Desasida
La cruz le es árbol de vida
Y de consuelo,
Y un camino deleitoso
Para el cielo.
Después que se puso en cruz
El Salvador,
En la cruz esta la gloria
Y el honor,
Y en el padecer dolor
Vida y consuelo,
Y el camino mas seguro
Para el cielo.
(De Santa Teresa de Jesús)