13 de julio de 2008

SER SEMBRADORES JUNTO AL SEMBRADOR


En el Evangelio de este Domingo XV del Tiempo Ordinario, como hemos podido escuchar, Jesús nos presenta la parábola del sembrador. De verdad, creo que el Señor se lució con esta parábola, al explicar de una forma tan sencilla como tenemos que recibir los cristianos cada día la Palabra de Dios.
Los que conocemos algo de las faenas del campo, sabemos que no es nada fácil preparar el terreno para recibir el grano. Se requiere de muchos cuidados, un día y otro, y todo eso, tras arar la tierra con mucha paciencia. El labrador, espera paciente el fruto de su trabajo, ve dorarse los campos y ve también como los frutos van tomando color, pero aun sabe que falta tiempo para la cosecha. Y nosotros, que poco pacientes somos, como queremos ver enseguida los frutos de nuestro trabajo, con lo que hemos trabajado y sembrado en la viña y aun no vemos siquiera el menor de los indicios de que algo comienza a germinar. Como nos falta adquirir la paciencia de los sencillos labradores que esperan, simplemente esperan, a que llegue la hora. ¿Y que decir del terreno de nuestra vida?. Qué poco nos cultivamos, para que en lugar de ser ese terreno pedregoso o lleno de zarzas, seamos una tierra fértil, bien abonada, dispuesta a recibir la semilla del Sembrador y dar buenos frutos, y una vez recibida, seamos también nosotros sembradores en los fértiles corazones de los demás.
Señor, tú lo sabes todo, tú conoces y esperas el momento justo, nosotros somos unos impacientes, lo queremos ver todo al instante. Tu Palabra llega cada día al terreno de nuestra vida, y no siempre Señor te lo encuentras arado, abonado y bien preparado para recibir la semilla como tu esperabas. Nuestra insconstancia, los afanes de la vida, y mil cosas más, impiden que produzcan en nosotros buenos frutos. Señor, perdónanos por nuestra impaciencia, que esperemos siempre en Tí. Sólo Tú tienes Palabras de vida eterna. Pero a pesar de nuestras incoherencias Señor, no te canses nunca de depositar cada día, Tu Palabra en nuestros corazones.

10 de julio de 2008

CON EL CORAZÓN SE CREE


En la fe, no basta creer, hay que confesar. También, no basta confesar, hay que creer. El P. Raniero Cantalamessa, predicador del Papa, nos dice que el pecado más frecuente en los laicos es creer sin confesar, ocultando la propia fe por respetos humanos. El pecado más frecuente en nosotros, hombres de la Iglesia, puede ser también, el de confesar sin creer. Es posible, que la fe, también la fe en la presencia real de Cristo en la Eucaristía, se convierta poco a poco en un "credo" que se repite con los labios, como una declaración de pertenencia, y una especie de bandera, sin preguntarnos nunca si se cree verdaderamente en lo que se dice, se escribe o se predica. San Agustin, traduciendo una frase de Pablo nos dice: "De las raíces del corazón brota la fe". Otros dicen: "de lo que rebosa el corazón, hablan los labios", pero sea cual sea la frase, el sentido es el mismo. Que nuestro corazón esté siempre lleno, y no de cualquier cosa, sino lleno del Amor de Dios que nos haga decir cada día, creo en tí Señor. A pesar de mis dudas y descuidos, creo en Ti.

9 de julio de 2008

A SOLAS CONTIGO, SEÑOR


Hace pocos días, me encontré con esta oración, y mientras la rezaba comprendí que en ella nos podemos sentir muy bien identificados cualquiera de los que seguimos a Cristo. La vida del cristiano, del creyente, es saber esperar en el Señor a pesar de los pecados y miserias personales, a pesar de los olvidos y de las faltas de amor para con Él. El nos ama por encima de todo. Por eso la quiero compartir con todos vosotros. Y dice así:


LLegó la oscuridad,
el mundo está en silencio,
y en esta intimidad
siento necesidad de hablar Contigo, Señor.
Quiero decirte...
Que otra vez te he fallado
...¡y son ya tantas veces!
Recuerdo esta mañana
repleta de alegría:
Te prometí mil cosas...
sacrificos sin fin,
que iba a perdonar,
que tendría paciencia,
que sabría callarme,
sonreir a la ofensa...
Pero ahora...
con mi alma desnuda
y aquí, a solas Contigo,
quiero pedirte, Señor,
que me des tu perdón,
que me des tu paz
.