29 de noviembre de 2010

Para pensar...


La pasada semana, durante los Ejercicios Espirituales a los que asistí con un grupo de compañeros, el sacerdote que nos daba las meditaciones, nos contó una historia de esas que nos hacen reflexionar, y que hace ya algunos años que escuché. Tal vez, ya muchos la conocéis, pero para los que no, dice así:

“Cuando aquella tarde llegó a la vieja estación le informaron que el tren en el que ella viajaría se retrasaría aproximadamente una hora.

La elegante señora, un poco fastidiada, compró una revista, un paquete de galletas y una botella de agua para pasar el tiempo.

Buscó un banco en el andén central y se sentó preparada para la espera. Mientras hojeaba su revista, un joven se sentó a su lado y comenzó a leer un diario.

Imprevistamente, la señora observó como aquel muchacho, sin decir una sola palabra, estiraba la mano, agarraba el paquete de galletas, lo abría y comenzaba a comerlas, una a una, despreocupadamente.

La mujer se molestó por esto, no quería ser grosera, pero tampoco dejar pasar aquella situación o hacer de cuenta que nada había pasado; así que, con un gesto exagerado, tomó el paquete y sacó una galleta, la exhibió frente al joven y se la comió mirándolo fijamente a los ojos.

Como respuesta, el joven tomó otra galleta y mirándola la puso en su boca y sonrió.

La señora ya enojada, tomó una nueva galleta y con ostensibles señales de fastidio, volvió a comer otra, manteniendo de nuevo la mirada en el muchacho.

El diálogo de miradas y sonrisas continuó entre galleta y galleta.

La señora cada vez más irritada, y el muchacho cada vez más sonriente.

Finalmente, la señora se dio cuenta de que en el paquete solo quedaba la última galleta. “No podrá ser tan descarado”, pensó mientras miraba alternativamente al joven y al paquete de galletas.

Con calma el joven alargó la mano, tomó la última galleta, y con mucha suavidad, la partió exactamente por la mitad. Así, con un gesto amoroso, ofreció la mitad de la última galleta a su compañera de banco.

- ¡Gracias! – Dijo la mujer tomando con rudeza aquella mitad.

- De nada. – Contestó el joven sonriendo suavemente mientras comía su mitad. Entonces el tren anunció su partida…

La señora se levantó furiosa del banco y subió a su vagón. Al arrancar, desde la ventanilla de su asiento vio al muchacho todavía sentado en él andén y pensó:“¡Que insolente, qué mal educado, qué ser más despreciable!”.

Sin dejar de mirar con resentimiento al joven, sintió la boca reseca por el disgusto que aquella situación le había provocado.

Abrió su bolso para sacar la botella de agua y se quedó totalmente sorprendida cuando encontró, dentro de su cartera, su paquete de galletas INTACTO”.

Ciertamente, esto no deja de ser una historia, pero muy cercana a nuestra realidad. Cuantas veces nuestros prejuicios, nuestras decisiones apresuradas nos hacen valorar erróneamente a las personas y cometer las peores equivocaciones. Cuántas veces la desconfianza, ya instalada en nosotros, hace que juzguemos, injustamente a personas y situaciones, y sin tener aun el por qué, las encasillamos en ideas preconcebidas, muchas veces tan alejadas de la realidad que se presenta.

Así, por no utilizar nuestra capacidad de autocrítica y de observación, perdemos la gracia natural de compartir y enfrentar situaciones, haciendo crecer en nosotros la desconfianza y la preocupación. Nos inquietamos por acontecimientos que no son reales, que quizás nunca lleguemos a contemplar, y nos atormentamos con problemas que tal vez nunca ocurrirán.

Que este tiempo de Adviento que ayer comenzábamos, nos ayude a profundizar en nuestras actitudes como cristianos, a crecer en Amor y Esperanza, y a vivir las próximas fiestas de la Navidad del Señor, con el Señor de la Navidad.

27 de noviembre de 2010

Míranos, ¡oh, Milagrosa!.


Míranos, ¡oh, Milagrosa!
Míranos, Madre de amor.
Míranos, que tu mirada
nos dará la salvación.

Son tus ojos los luceros
que en la noche del dolor,
dan aliento y esperanza
al humano corazón.

De tus manos extendidas
brotan rayos de fulgor:
son las gracias escogidas
que a tus hijos da el Señor.

¡Milagrosa! la plegaria
que a ti sube en un cantar,
a nos, vuelva transformada
en celeste bendición.

Te coronan las estrellas
con un nimbo de esplendor:
eres Reina de belleza,
de bondad y de perdón.

20 de noviembre de 2010

¿Qué significa llevar la cruz?


Esta mañana, un amigo al que le tengo un cariño especial, una de esas personas estupendas que aparecen en nuestras vidas sin buscarlas y menos aún, sin esperarlas, me llamó por teléfono y estuvimos charlando un buen rato, y entre otras cosas que no vienen a cuento, me recordaba lo que yo muchas veces le repito, de que todos, en nuestras vidas de cristianos, tenemos que llevar de una forma u otra, la cruz de cada día, y siempre con alegría.

Y queridos amigos, es que nuestro Señor Jesucristo ya nos lo dice en el Evangelio: “El que no lleva su cruz y viene detrás de mí, no puede ser discípulo mío”. (Lucas 14, 27).

Los discípulos comprendieron pronto el alcance de aquellas palabras del Maestro. Seguramente sabían, que los criminales, en esos tiempos eran ejecutados en una cruz, y por tanto, sabían de sobra, que llevar la cruz significaba una sola cosa: un viaje a la muerte. Y es que el discípulo de Jesús que lleva la cruz muere a la vida pasada y entra en una nueva vida, la vida de Cristo. Es una vida con Cristo crucificado, una vida en la que la voluntad de Dios está siempre por encima de cada cosa que emprendemos. Es seguir a Cristo en el camino de la negación propia, aceptar el sufrimiento como parte de la vida.

De esta manera, una vez aprendida y aceptada la aplicación de la cruz a la vida personal, queda resuelto el problema de la toma de decisiones en la vida diaria. Mi deseo ya no está centrado en lo que quiero hacer, sino en lo que es bueno y perfectamente aceptable hacer según la voluntad de Dios para mi vida. Llevar la cruz significa, morir a uno mismo y nacer para Dios en Cristo.

Llevando la cruz morimos al hombre viejo, que consistía en marchar al ritmo del mundo. Ahora, el nuevo hombre ve al mundo de otra manera, desde la aceptación de la voluntad de Dios en cada momento.

La vida del cristiano no es fácil, y esto lo sabemos de sobra. Nadie llega jamás a ser discípulo de Cristo y vivir a su vez una vida fácil y cómoda, al margen de sufrimientos y contrariedades. Jamás se encontrará un verdadero discípulo de Cristo viviendo cómodamente la vida, sino preocupado por el cumplimiento fiel de su misión bien sea como casado, soltero o célibe.

Ser cristiano, entre otras cosas, es saber llevar nuestra cruz y la de los demás, aceptando con amor y esperanza, no con resignación, las contrariedades de cada jornada, mirando en la Cruz al Crucificado, al autor de nuestra salvación que por nosotros murió, y como nos dice el apóstol, más aún, resucitó.

En la Cruz está la salvación, de la Cruz nos vino la salvación. Cristo la abrazó hace más de dos mil años, y salió victorioso, a nosotros nos toca cada día, ahora, en este momento…y saldremos también victoriosos junto con Él.

En definitiva, y como se suele decir; “Ninguna joya puede ser pulida sin fricción, ni el hombre perfeccionarse (ser santo) sin dificultades (sin las pequeñas o grandes cruces de cada día)”.

19 de noviembre de 2010

¿Qué es el dolor?...


En esta tarde, Cristo del Calvario,
vine a rogarte por mi carne enferma;
pero, al verte, mis ojos van y vienen
de tu cuerpo a mi cuerpo con vergüenza.

¿Cómo quejarme de mis pies cansados,
cuando veo los tuyos destrozados?
¿Cómo mostrarte mis manos vacías,
cuando las tuyas están llenas de heridas?.

¿Cómo explicarte a ti mi soledad,
cuando en la cruz alzado y solo estás?
¿Cómo explicarte que no tengo amor,
cuando tienes rasgado el corazón?.

Ahora ya no me acuerdo de nada,
huyeron de mí todas mis dolencias.
El ímpetu del ruego que traía
se me ahoga en la boca pedigüeña.

Y sólo pido no pedirte nada,
estar aquí, junto a tu imagen muerta,
ir aprendiendo que el dolor es sólo
la llave santa de tu santa puerta. Amén.

17 de noviembre de 2010

"Reza, ten fe y no te preocupes"...



Estas son las mismas palabras que a modo de consejo Padre Pío daba a sus hijos espirituales y a cuantos se acercaban a contarle sus problemas y preocupaciones.
Hoy, durante la oración de la tarde, me venian al pensamiento varias personas y amigos que sé que tienen en sus vidas tantas preocupaciones y sufrimientos que no les dejan vivir ni dormir en paz, y recordaba aquella escena del clásico "Diario de un cura rural" en donde un joven sacerdote recién ordenado, al llegar las dificultades propias del ministerio, entraba en una crisis de fe que llega a replantearse su vocación sacerdotal, y al entrar en diálogo con un sacerdote mayor, este le dice; "sufres más que rezas", invitándolo a ponerse más en manos de Dios y abandonarse a su divina voluntad, antes que dar vueltas sobre si mismo y llenarse de confusión.
Estas palabras, desde que vi esta fenomenal película, las llevo presente en mi vida sacerdotal, rezar, rezar siempre ante que sufrir y darle mil vueltas a problemas que por mucho que nos preocupemos, no vamos a solucionar nada. Por ello, en esta noche, a cuantos se vean llenos de contrariedades y mil problemas, les invito junto con Padre Pío, a dejarse llenar de amor y de paz a través de la oración, y a que se tomen en serio este sencillo consejo que a tantos ayudó en su día y sigue ayudando; "Reza, ten fe y no te preocupes"... y de verdad, que Dios que es Misericordioso, escuchará nuestras plegarias si sabemos esperar..., no con resignación, como muchos hacen, sino con ESPERANZA.

16 de noviembre de 2010

Un nuevo día.


En esta luz del nuevo dia
que me concedes, oh Senor,
dame mi parte de alegria
y haz que consiga ser mejor.

Dichoso yo, si al fin del dia
un odio menos llevo en mi,
si una luz más mis pasos guia
y si un error más yo extingui.

Que cada tumbo en el sendero
me vaya haciendo conocer
cada pedrusco traicionero
que mi ojo ruin no supo ver.

Que ame a los seres este dia,
que a todo trance ame la luz,
que ame mi gozo y mi agonia,
que ame el amor y ame la cruz. Amén.

12 de noviembre de 2010

Un sacerdote deber ser...



Muy grande y a la vez muy pequeño.

De espíritu noble como si llevara sangre real

y sencillo como un labriego.

Fuente inagotable de santidad

y pecador a quien Dios perdonó.

Señor de sus propios deseos

y servidor de los débiles y vacilantes.

Quien jamás se doblegó ante los poderosos

y se inclina, no obstante, ante los pequeños,

y es dócil discípulo de su Maestro

y caudillos de valerosos combatientes.

Pordiosero de manos suplicantes

y mensajero que distribuye oro a manos llenas.

Animoso soldado en el campo de batalla

y mano tierna a la cabecera del enfermo.

Anciano por la prudencia de sus consejos

y niño por su confianza en los demás.

Alguien que aspira siempre a lo más alto

y amante de lo más humilde.

Hecho para la alegría

y acostumbrado al sufrimiento.

Transparente en sus pensamientos.

Sincero en sus palabras.

Amigo de la paz.

Enemigo de la pereza.

Seguro de si mismo.

“Completamente distinto de mí”


(De un manuscrito medieval hallado en Salzburgo)

3 de noviembre de 2010

Por los que salen a nuestro encuentro...gracias Señor.


Hace varios años, en mi época de seminarista, un sacerdote que nos predicaba un retiro, hablando sobre la amistad, nos decía que conocía a un sacerdote que le daba muchísima pena, porque en las diferentes parroquias por las que había pasado, y que no eran pocas, al marcharse, no había hecho ni dejado atrás ni una simple amistad, ni un solo amigo. Ciertamente de pena…

En días pasados, unos amigos me regalaron una oración muy bonita sobre la amistad que a continuación comparto con todos vosotros. Y hoy, en esta mañana de noviembre, doy gracias al Señor por la cantidad de personas y amigos que el Señor ha ido poniendo en mi camino. Con unos la amistad y el trato es más fuerte que con otros, por diferentes motivos, pero ahí están todos. No sé quien dijo una vez que los curas estamos solos, je, je. Eso es lo que se cree, y como decía un santo, y lo que al diablo le conviene e interesa…

“Gracias Señor, por mis amigos, Tú sabes cuáles, cuántos y cómo son. Algunos más antiguos, otros más recientes. Unos alegres y expresivos, otros tímidos y callados, otros sinceros y bulliciosos,… en definitiva, todos diferentes, todos especiales y muy valiosos. Porque el amor de mis amigos, Señor, me hace ser más humano, más comprometido. Mi amistad por ellos es un intercambio de ideas, de palabras, de silencios llenos de vida. Es dejar que tu luz penetre nuestras vidas y bajo esa luz, comprobar gozosamente, que juntos buscamos la verdad, que juntos iluminamos nuestras existencias y la de nuestros hermanos. Te pido Señor, que tengan una buena comunicación contigo, aunque a veces, entre nosotros no nos comuniquemos tanto. Que cada vez seamos más amigos, que nuestra amistad sea cada vez más fuerte y más hermosa, y que cada uno, al reflejarnos en el alma del otro, encontremos el camino de lo Eterno. Gracias Señor. Amén”.

2 de noviembre de 2010

Descansen en paz.


Ayer recordábamos la fiesta de todos los Santos, de aquellos hermanos nuestros que gozan ya de la visión de Dios. Hoy recordamos a los que se purifican en el Purgatorio, antes de su entrada en la Gloria.

Como nos dice el Martirologio Romano: “La Santa Madre Iglesia, se interesa ante el Señor en favor de las almas de todos cuantos nos precedieron en el signo de la fe y duermen ya en la esperanza de la resurrección, y por todos los difuntos desde el principio del mundo, cuya fe sólo Dios conoce, para que, purificados de toda mancha de pecado y asociados a los ciudadanos celestes, puedan gozar de la visión de la felicidad eterna”.

El Purgatorio es la mansión temporal de los que murieron en gracia, es el sufrimiento de las almas que no se condenan por no haber muerto en pecado mortal, pero tienen que purificarse, de algún rastro de pecado, antes de entrar en el cielo. La existencia del Purgatorio, es dogma de fe, definido en los Concilios de Lyon y Florencia. También el Concilio de Trento ratifica esta definición.

Pero en el Purgatorio hay alegría. Y hay alegría, porque hay esperanza; en él sólo están los salvados. Santa Francisca Romana tuvo un día una visión de este lugar y dijo: "esta es la mansión de la esperanza".

Es una esperanza con dolor: el fuego purificador. Pero es un dolor aminorado por la esperanza. La ausencia del amado es un cruel martirio, pues el anhelo de todo amante es la visión, la presencia y la posesión. Si las almas santas ya sufrieron esta ausencia en la tierra. -"que muero porque no muero", clamaba Santa Teresa de Jesús-, mucho mayor será el hambre y sed y fiebre de Dios que sientan las almas ya liberadas de las ataduras corporales.

Dios nos ha concedido a nosotros el poder maravilloso de aliviar las penas de las benditas almas del Purgatorio, mediante la oración, las pequeñas y grandes obras, y como no, la aplicación del sacrificio de la Santa Misa. Con ello, podemos acelerar su entrada en el Paraíso.

Ya en el Antiguo Testamento -en el segundo libro de los Macabeos- vemos a Judas enviando una colecta a Jerusalén para ofrecerla como expiación por los muertos en la batalla. Pues, dice el autor sagrado, "es una idea piadosa y santa rezar por los muertos para que sean liberados del pecado".

Los paganos deshojaban rosas y tejían guirnaldas en honor de los difuntos. Nosotros debemos hacer mucho más que esto. "Un cristiano -dice San Ambrosio- tiene mejores presentes para los difuntos. Cubrid de rosas, si queréis los mausoleos, pero envolvedlos, sobre todo, en aromas de oraciones".

De este modo, la muerte cristiana, unida a la de Cristo, tiene un aspecto pascual: es el tránsito de la vida terrena a la vida eterna de estar junto a Dios para siempre.

Como dice aquel epitafio conocido; “Una lágrima por un difunto se evapora, una flor sobre su tumba se marchita, pero una oración por su alma, la recoge el Señor”.

Que las almas de todos los fieles difuntos, por la misericordia de Dios, descansen en paz. Amén.

1 de noviembre de 2010

Santos y santas de Dios, rogad por nosotros.


Con esta invocación, culminamos las letanias de los santos en algunas celebraciones. La fiesta de “Todos los Santos” que celebra hoy nuestra Madre la Iglesia, y a quienes nos encomendamos, nos recuerda, que honramos a todos aquellos hermanos nuestros que vivieron esta vida en continua amistad con Dios y ahora lo contemplan cara a cara en su Reino. Celebramos a todos los que la Iglesia ha declarado oficialmente santos y a todos aquellos que sin estar en las listas oficiales, si que están en la lista de Dios, es decir, en el libro de la vida, y que son muchísimos más. Celebramos a aquellos que nos siguen enseñando que las bienaventuranzas del Evangelio, que escuchamos en la liturgia de hoy, siguen teniendo valor y son el mejor camino para llegar a la felicidad más pura y más bella que llamamos, con nuestro limitado lenguaje, el cielo.

Los santos son personas que han vivido en nuestro mundo, en tiempos también difíciles como el nuestro, poco ayudados o frecuentemente atacados y combatidos. Unos han sido padres de familia, otros adolescentes o jóvenes que han confesado a Cristo y han dado su sangre por Él, otros más han fundado una familia en la Iglesia, misioneros o madres de familia, doctores de la Iglesia o humildes hermanos legos, muchos, pero muchos, que ni siquiera figurarán en calendarios o serán llevados a los altares, pero han demostrado que sí es posible programar y vivir las vida según Dios. Fueron personas que pasaron de la teoría a la práctica, que supieron amar y fraguar en su vida el Evangelio, convirtiéndose en verdaderos discípulos y seguidores, y no se quedaron sólo en palabras. De ellos afirma la liturgia de la Misa: “en ellos encontramos ejemplo y ayuda para nuestra debilidad”. ¿No es esto lo que creemos y vivimos cuando expresamos que nuestra vida no termina con la muerte sino que esperamos la vida en plenitud, la vida de Dios?.

Pongamos empeño cada día en ser de verdad santos, cada uno en el lugar que ocupa en la sociedad, pero aspirando siempre a alcanzar aquella patria definitiva donde infinidad de hermanos nuestros ya alaban a Dios por los siglos de los siglos.

Todos los santos y santas de Dios, rogad por nosotros.