27 de marzo de 2009

Carta de un "no nacido", desde el Reino del Amor...


Hace poco, me encontré con esta carta, redactada y dirigida a una madre, en nombre de su hijo abortado intencionalmente, tal vez ya la conozcan, pero para los que no, la carta dice asi;


Querida mamá:

Soy tu hijo, ¿recuerdas?. No he desaparecido, pues Dios me infundió un alma eterna en el momento en que fui concebido. No vi nunca la luz del día pero vivo para siempre. Sé porqué me mataste. El que debió haber sido mi padre andaba lejos del país. Tu te sentías sola porque él andaba muy ocupado en sus negocios. En su ausencia, surgió otro hombre. De ese romance fui engendrado yo.

Nunca olvidaré los meses que me acunaste en tu vientre, ¡me sentí tan seguro y amado! Comprendo que no me desearas, ¿qué pensaría papá a su regreso? Había que blanquear el desliz matando al delator, y ese era YO. Por entonces no supe de las discusiones con tu amante, pues él quería verme nacido y tú no. ¡Qué peleas, hasta que le arrancaste el dinero que costó mi defunción! A todo le ponen precio, hasta el asesinato de un inocente. “Qué caros son los abortos”, comentaste.

No justifico tu crimen, pero te perdono. Perdono a papá por haber sido tan irresponsable. También perdono al que, vestido de blanco, se manchó con mi sangre. ¡Qué dolor cuando me punzó con aquella enorme aguja y después me despedazó a sangre fría! Sé que tú nunca olvidarás el ruido de aquella aspiradora que se tragó mi cuerpecito a pedazos. Sé que te causó un trauma que llevas en silencio tratando de pensar que no fue nada. Sí era algo, era alguien… era yo, tu hijo.

Conozco mamá, tus largas noches en vela y tus sobresaltos. Sé que luchaste mucho en tu interior sobre tu decisión de abortarme. En el fondo me amabas pero pudo más en ti el miedo. Sé que me amabas, pues aún sueñas conmigo y más de una vez te has preguntado, con remordimientos, si soy niña o niño, piensas cómo sería hoy día y qué alegrías te hubiera traído… ¡Soy niño! Me parezco más a ti que al seductor con el que andabas. ¿Cómo me vas a olvidar, si yo a cada momento pido a Papá Dios que borre esas pesadillas que turban tu descanso y te dan muerte en vida? Por eso, qué alegría cuando buscaste a un sacerdote que te inspiró confianza y te reconciliaste con el Señor de la Vida.

Querida mamá, quiero verte feliz. Recuerda los consejos que te dio el sacerdote al despedirte: “hija, Dios Padre ya ha hecho su obra de amor en ti y a su tiempo irás sanando”. Mientras te estoy escribiendo, tengo a mi lado a mi amigo Antonio. Lo mató su mamá porque ella decía ser demasiado joven para ocuparse con ser madre. Tampoco él recibió nombre alguno de sus padres pero sí de Dios, quien nos ama infinitamente. Tengo muchísimos amigos que corrieron la misma suerte. A Carlitos lo abortaron porque su madre fue violada. El odio y el dolor resultante lo descargaron sobre el pobre inocente. Él siempre pregunta: “¿Por qué si mi mamá no amaba al hombre que la violó, me mato a mí, que la hubiera amado siempre y jamás me hubiera avergonzado de ella?”.

Aquí en el reino del amor, sólo entendemos el lenguaje del amor. Por eso, no comprendemos esos “argumentos” acerca del aborto: por malformación del feto, por violación, por dificultades económicas de los padres, por no querer más hijos…

Me cuentan que ni las guerras, ni Hitler con sus cámaras de gas letal han realizado tan brutal y desmedida masacre. Con los abortos se ha privado a la humanidad de brillantes poetas, sacerdotes, médicos, filósofos, músicos, pilotos, estadistas, pintores, arquitectos, santos y santas. A mí todos me dicen que quizá hubiera sido un habilidoso cirujano o un pianista a lo Mozart. Cuando nos reunamos, ya verás qué manos tengo, mami. Lo que más me gusta es cuando me dicen “tu mamá tiene que ser muy hermosa”.

No llores mami. Confía en Dios hasta que nos volvamos a ver. ¡Ah, se me olvidaba! Aunque me consumo por verte, no te des prisa en venir, pues mis hermanos te necesitan. Hazles a ellos lo que nunca pudiste hacerme a mí. Fíjate que cuando bañas a mis hermanitos o les das de mamar, no sé, me entra un poquito de añoranza de todo lo que pudo ser y no fue. Me hubiera gustado ser amamantado con la leche de tus pechos, ser acariciado por esas manos tuyas tan lindas y tan semejantes a las mías, manos de cirujano malogrado.

Quizás te preguntas dónde estoy. No te preocupes, estoy en los brazos de Jesús que me amó hasta dar su vida por mí. En Él todos encontramos la Vida.

Y termino pidiéndote un favor. No para mí, como comprenderás, sino para otros niños. Que no los maten como a mí. Si conoces a una joven que quiera abortar o a un sujeto que monta campañas a favor del aborto, un médico asesino que se burla de Hipócrates o una enfermera que se presta a ese crimen, extiéndeles el amor de Dios, nuestro Padre. Entonces acuérdate de nosotros y díle que no mate más, que los niños le pertenecen a Dios. Grítales a todos que tenemos derecho a vivir como ellos, y que aunque nadie nos ame tenemos derecho a vivir y amar.

Te espero con la boca aún sin estrenar, rebosante de besos que tengo guardados solamente para ti…te quiero mucho mami... Muaaahhhhhhhh.

25 de marzo de 2009

Angelus Domini nuntiavit Mariae.


En este día, los cristianos nos recogemos ante el gran misterio de la Encarnación del Verbo, del Hijo de Dios.

La fiesta de la Encarnación, hunde sus raíces en los primeros siglos de la era cristiana. Es así, que los primeros testimonios de esta solemnidad litúrgica aparecen en el siglo IV. Los Padres de la Iglesia, así lo creían, demostraban y predicaban. Ya en el siglo VII, el Papa Sergio I, introdujo esta celebración en la Iglesia Romana y ya, desde el principio, se viene celebrando la fiesta el 25 de marzo.

La Encarnación se encuentra en el centro de nuestra fe, en la que se revela la gloria de la Trinidad y su amor por los hombres.

Dios envía a su arcángel Gabriel a una ciudad desconocida, a una mujer humilde, para decirle que será la madre de su Hijo. María no se asusta ante la presencia, ante la aparición del enviado, del mensajero de Dios. Lo que le turba es el mensaje, ella siendo tan pequeña, no sabe si estará a la altura de las circunstancias, pero se fía plenamente de Dios y pone en sus manos, el destino de su vida.

La encarnación del verbo en las entrañas purísimas de María, fue así de sencillo. No hubo grandes eventos ni portentosas y extraordinarias manifestaciones. La sencillez de María fue así, de principio a fin, y todos los eventos que la rodearon así lo fueron. Ella, una joven más, de entre las muchas jóvenes doncellas del Israel de su tiempo, fue la elegida y predestinada por Dios desde mucho tiempo atrás, para que fuese la Madre del Salvador.

El misterio de la Encarnación significa que en un instante, la segunda persona de la Trinidad, el verbo de naturaleza divina, asumió plenamente la naturaleza humana, sin desechar su condición divina y se hizo carne en las entrañas de María.

Sin saber lo que acontecía, María dando su Sí a las palabras del ángel, engendró antes al Señor en su corazón que en sus entrañas. María por ser la Madre de Dios, fue adornada por parte del Creador, con una serie de privilegios. Entre otros, el de permanecer al margen del pecado original en su propia concepción. Por ello, la propia Iglesia considera que la Santísima Virgen María, en el primer instante de su concepción, por singular gracia y privilegio, concedido por Dios omnipotente y en previsión de los méritos de su Hijo, Salvador del género humano, fue preservada inmune de toda mancha de pecado, es decir, honramos a la virgen María con el título de la Inmaculada Concepción, por ser la Madre de Cristo.

María es mujer sencilla, mujer valiente, mujer fiel, mujer de fe, esperanza y caridad. Ella es la estrella que nos guía en el camino de Jesucristo. A Jesús se va y se viene por María.

Gracias Madre por tu fidelidad al plan de Dios; gracias Madre, por el regalo de tu Hijo; gracias Madre, por ser ejemplo, modelo y guía en el seguimiento de Cristo. Gracias Madre, porque tu Sí, mereció la pena.

20 de marzo de 2009

NO AL ABORTO, SÍ A LA VIDA.


A continuación, pueden leer el "Manifiesto de Madrid" o "declaración de Madrid" (sobre el aborto y la prevista Ley del gobierno de Zapatero).

«Nosotros, profesores de universidad, investigadores, académicos, e intelectuales de diferentes profesiones, ante la iniciativa del Grupo Socialista en el Congreso, por medio de la Subcomisión del aborto, de promover una ley de plazos, suscribimos el presente Manifiesto en defensa de la vida humana en su etapa inicial, embrionaria y fetal y rechazamos su instrumentalización al servicio de lucrativos intereses económicos ó ideológicos.

En primer lugar, reclamamos una correcta interpretación de los datos de la ciencia en relación con la vida humana en todas sus etapas y a este respecto deseamos se tengan en consideración los siguientes hechos:

a) Existe sobrada evidencia científica de que la vida empieza en el momento de la fecundación. Los conocimientos más actuales así lo demuestran: la Genética señala que la fecundación es el momento en que se constituye la identidad genética singular; la Biología Celular explica que los seres pluricelulares se constituyen a partir de una única célula inicial, el cigoto, en cuyo núcleo se encuentra la información genética que se conserva en todas las células y es la que determina la diferenciación celular; la Embriología describe el desarrollo y revela cómo se desenvuelve sin solución de continuidad.

b) El cigoto es la primera realidad corporal del ser humano. Tras la fusión de los núcleos gaméticos materno y paterno, el núcleo resultante es el centro coordinador del desarrollo, que reside en las moléculas de ADN, resultado de la adición de los genes paternos y maternos en una combinación nueva y singular.

c) El embrión (desde la fecundación hasta la octava semana) y el feto (a partir de la octava semana) son las primeras fases del desarrollo de un nuevo ser humano y en el claustro materno no forman parte de la sustantividad ni de ningún órgano de la madre, aunque dependa de ésta para su propio desarrollo.

d) La naturaleza biológica del embrión y del feto humano es independiente del modo en que se haya originado, bien sea proveniente de una reproducción natural o producto de reproducción asistida.

e) Un aborto no es sólo la «interrupción voluntaria del embarazo» sino un acto simple y cruel de «interrupción de una vida humana».

f) Es preciso que la mujer a quien se proponga abortar adopte libremente su decisión, tras un conocimiento informado y preciso del procedimiento y las consecuencias.

g) El aborto es un drama con dos víctimas: una muere y la otra sobrevive y sufre a diario las consecuencias de una decisión dramática e irreparable. Quien aborta es siempre la madre y quien sufre las consecuencias también, aunque sea el resultado de una relación compartida y voluntaria.

h) Es por tanto preciso que las mujeres que decidan abortar conozcan las secuelas psicológicas de tal acto y en particular del cuadro psicopatológico conocido como el «Síndrome Postaborto» (cuadro depresivo, sentimiento de culpa, pesadillas recurrentes, alteraciones de conducta, pérdida de autoestima, etc.).

i) Dada la trascendencia del acto para el se reclama la intervención de personal médico es preciso respetar la libertad de objeción de conciencia en esta materia.

j) El aborto es además una tragedia para la sociedad. Una sociedad indiferente a la matanza de cerca de 120.000 bebés al año es una sociedad fracasada y enferma.

k) Lejos de suponer la conquista de un derecho para la mujer, una Ley del aborto sin limitaciones fijaría a la mujer como la única responsable de un acto violento contra la vida de su propio hijo.

l) El aborto es especialmente duro para una joven de 16-17 años, a quien se pretende privar de la presencia, del consejo y del apoyo de sus padres para tomar la decisión de seguir con el embarazo o abortar. Obligar a una joven a decidir sola a tan temprana edad es una irresponsabilidad y una forma clara de violencia contra la mujer.

En definitiva, consideramos que las conclusiones que el Grupo Socialista en el Congreso, por medio de la Subcomisión del aborto, trasladará al Gobierno para que se ponga en marcha una ley de plazos, agrava la situación actual y desoye a una sociedad, que lejos de desear una nueva Ley para legitimar un acto violento para el no nacido y para su madre, reclama una regulación para detener los abusos y el fraude de Ley de los centros donde se practican los abortos».

19 de marzo de 2009

De María esposo, y de Dios, padre en la tierra.


Celebramos a San José, esposo de la Virgen María y padre terreno de nuestro Señor.
De San José, muy pocas cosas podemos decir si nos atenemos a los datos que las Sagradas Escrituras nos ofrecen. De él sabemos que fue un hombre corriente de su tiempo al que Dios confió llevar a cabo obras grandes y que supo vivir tal y como el Señor quería, todos y cada uno de los acontecimientos que conformaron su vida. Por ello, la Sagrada Escritura alaba a José afirmando de él que fue un hombre justo. Y en la lengua hebrea, justo quiere decir piadoso, servidor de Dios, cumplidor de la voluntad de divina. Otras veces significa bueno y caritativo con el prójimo. Es decir, el justo es el que ama a Dios y demuestra ese amor cumpliendo sus mandamientos y orientando toda su vida en servicio de sus hermanos los hombres.
No hay que negar, que María, su esposa, sea la causa de gran parte de los honores que se le rinden al Santo Patriarca. Sin embargo, hay todavía un motivo superior para amar más a José, y ese motivo superior es Jesús mismo. Por ello, no podemos ignorar la santidad de aquel hombre que fue escogido para cuidar de Jesús y de su María.
Esta devoción que estaba latente en el corazón de los cristianos desde el comienzo de la Iglesia, ha ido creciendo con el paso de los siglos. Y a pesar de ese ocultamiento, del silencio y de la escasa mención que hace de Él la Escritura Santa, han sido muchos los santos, teólogos y pontífices que a lo largo de la historia del cristianismo han dado testimonio de la importancia del Santo Patriarca.
¡Cómo tendría que ser la santidad de aquel hombre, al que se le encargó la tarea de formar y enseñar humanamente a quien era el mismo Hijo de Dios!.Su calidad humana y sobrenatural tuvo que estar a la altura de su misión.
Por ello, la figura de José se ha ido descubriendo paulatinamente en el seno de la propia Iglesia. Hasta el año 1621, no se incorporó el día de San José como festividad en el calendario de la Iglesia universal y el Papa Benedicto XV, lo nombró en 1920, Patrono de los obreros, de los padres de familia y de los moribundos.
A lo largo de los siglos se ha hablado de él subrayando diversos aspectos de su vida, pero siempre fiel a la misión que Dios le confió. Son diversos los autores espirituales que han dado un notable impulso a la devoción del Santo Patriarca.
La Santa de Ávila, Teresa de Jesús, en el Libro de su vida nos dice; “Tomé por abogado y señor al glorioso San José y me encomendé mucho a él. No recuerdo haberle suplicado cosa que haya dejado de hacer. Muchas son las gracias que Dios me ha concedido por medio del bienaventurado San José y muchos son los peligros de los que me ha librado”.
San Josemaría Escrivá refiriéndose a San José decía; “desde hace años, me gusta invocarle con el título de “Padre y Señor” por dos motivos. Primero porque protege y acompaña en su camino terreno a quienes le veneran, como protegió y acompañó a Jesús mientras crecía y se hacía hombre, y en segundo lugar, por ser “maestro de vida interior”.
Por su parte, San Juan Crisóstomo añade; “Dios, que ama a los hombres, mezclaba trabajos y dulzuras. Ni los peligros ni los consuelos nos los da continuos, sino que de unos y otros va Él entretejiendo la vida de los justos, y así lo hizo con José”.
También, el Papa Juan Pablo II, destacó durante su pontificado la figura de San José tanto en la Exhortación Apostólica Redemptoris Custos como en sus Homilías, Audiencias y Alocuciones. El Papa dirá: “Los cristianos han reconocido siempre en José, a aquel que vivió una comunión íntima con María y con Jesús, deduciendo que también en la muerte gozó de su presencia consoladora y afectuosa. De esta constante tradición cristiana se ha desarrollado en muchos lugares una especial devoción a la Sagrada Familia y a San José, custodio del Redentor”.
La Iglesia no ha cesado de recordar como Dios ha confiado los primeros misterios del Salvador a la ferviente custodia de San José. Mirando quién y cómo es San José, contemplamos su vocación y su misión. San José es el hombre al cual se le confió de un modo excepcional el gran misterio de Dios mismo, el misterio de la Encarnación. Esto le convierte en el hombre de confianza de Dios.
San José encontró en su amor a Dios, la razón de su vida. Cuando conoce que el Niño, Hijo de María, es el Mesías, Cristo se convierte en el motor de todas sus acciones y se esfuerza en alcanzar la identificación con Él. Los cristianos hemos de identificarnos cada día y cada vez más con Jesús. Hemos de vivir en este mundo alejado cada vez más de Dios como San José vivió, es decir, inmersos en Dios.
San José fue el hombre del amor fiel, de la fe amorosa y de la esperanza confiada. Esta es la fidelidad que vivió José, y esta es la que el Señor espera de cada uno de nosotros, una caridad que se traduce en obras concretas.
Que San José, nuestro "padre y señor", interceda por nosotros.

16 de marzo de 2009

Sacerdotes para servir.


En medio del tiempo cuaresmal y coincidiendo con la fiesta de San José, se celebra en la Iglesia el Día del Seminario. Todos sabemos lo necesarias que son las vocaciones para la vida, el testimonio y la acción pastoral de nuestras comunidades eclesiales. Y sabemos también que, a menudo, la disminución de las vocaciones en una diócesis o en una nación es consecuencia de la flojera en la intensidad de la fe y del fervor espiritual. No debemos por tanto, contentarnos fácilmente con la explicación según la cual la escasez de las vocaciones sacerdotales quedaría compensada con el crecimiento del compromiso apostólico de los laicos o que, incluso, sería algo querido por la Providencia para favorecer el crecimiento del laicado. Al contrario, cuanto más numerosos son los laicos que quieren vivir con generosidad su vocación bautismal, tanto más necesarias son la presencia y la obra específica de los ministros ordenados.

Por tanto, el empeño de la Iglesia en favor de las vocaciones debe basarse en un gran compromiso común, en el que han de colaborar tanto los laicos como los sacerdotes y los religiosos, y que consiste en redescubrir la dimensión fundamental de nuestra fe, para la cual la vida misma, toda vida humana, es fruto de la llamada de Dios y sólo puede realizarse positivamente como respuesta a esta llamada.

Dentro de esta gran realidad de la vida como vocación, y en concreto de nuestra vocación bautismal común, manifiesta todo su extraordinario significado la vocación al ministerio ordenado, la vocación sacerdotal. En efecto, es don y misterio, el misterio de la gratuita elección divina: «No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca» (Jn 15, 16).

El primer y principal compromiso en favor de las vocaciones no puede ser otro que la oración: «La mies es mucha y los obreros pocos. Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies» (Mt 9, 37-38; cf. Lc 10, 2). La oración por las vocaciones, significa fiarse de él, ponerse en sus manos, lo que a su vez, nos da confianza y nos dispone para realizar las obras de Dios.

La oración debe ir acompañada por toda una pastoral que tenga un claro carácter vocacional. Desde que los niños y jóvenes comienzan a conocer a Dios y a formarse una conciencia moral hay que ayudarles a descubrir que la vida es vocación y que Dios llama a algunos a seguirlo más íntimamente, en la comunión con él y en la entrega de sí. En este campo, las familias cristianas tienen una gran e insustituible misión y responsabilidad con respecto a las vocaciones, y es preciso ayudarles a corresponder a ellas de manera consciente y generosa.

Si los niños y los jóvenes ven a sacerdotes afanados en demasiadas cosas, inclinados al mal humor y al lamento, descuidados en la oración y en las tareas propias de su ministerio, ¿cómo podrán sentirse atraídos por el camino del sacerdocio? Por el contrario, si perciben en los sacerdotes la alegría de ser ministros de Cristo, la generosidad en el servicio a la Iglesia y el interés por promover el crecimiento humano y espiritual de las personas que se nos han confiado, se sentirán impulsados a preguntarse si esta no puede ser, también para ellos, la elección más hermosa para su vida.

Encomendamos a María santísima, Madre de Cristo, Madre de la Iglesia y, en particular, Madre de los sacerdotes, nuestra peculiar solicitud por las vocaciones. Le encomendamos de igual modo nuestro camino cuaresmal y, sobre todo, nuestra santificación personal. En efecto, la Iglesia necesita sacerdotes santos para abrir a Cristo incluso las puertas que parecen más cerradas. (Extraído de un encuentro del Papa con sacerdotes)

14 de marzo de 2009

De negocios con el Señor.


Celebramos el III domingo de Cuaresma. Al leer el pasaje de los mercaderes del Templo de Jerusalén (Jn. 2, 13-25), los cuales fueron expulsados por Jesús a fuerza de látigo, las mesas de los cambistas volteadas y las monedas desparramadas por el suelo, tenemos que pensar qué nos quiere decir hoy a nosotros el Señor con este incidente. Y sobre todo cuando nos dice: “no conviertan en un mercado la casa de mi Padre”.

El Señor se refiriere también a ese mercadeo y comercio, que con mucha frecuencia usamos en nuestra relación con Dios, concretamente en nuestra forma de pedirle a Dios tantas y tantas cosas. Es decir, queremos que el Señor entre a formar parte de nuestros negocios y trapicheos mundanos, y Él no está para eso.

Si pensamos bien en la forma en que oramos ¿no se parece nuestra oración a un negocio que estamos conviniendo con Dios? “Yo te pido esto, esto y esto, y a cambio te ofrezco tal cosa” ¿Cuántas veces no hemos orado así?. A veces también nuestra oración parece ser un pliego de peticiones, con una lista interminable de necesidades -reales o ficticias- sin ofrecer nada a cambio. A ambas actitudes puede estarse refiriendo el Señor cuando se opone al mercadeo en nuestra relación con El.

Fijémonos que en este pasaje del Evangelio los judíos “intervinieron para preguntarle ‘¿qué señal nos das de que tienes autoridad para actuar así?’”. Y, a juzgar por la respuesta, al Señor no le gustó que le pidieran señales.

¿Y nosotros? ¿No pedimos también señales? “Dios mío, quiero un milagro”, nos atrevemos a pedirle al Señor. “Señor, dame una señal”. Más aún: ¡cómo nos gusta ir tras las señales extraordinarias!

Estos fenómenos extraordinarios pueden venir de Dios o no... Cuando no vienen de Dios sirven para desviarnos del camino que nos lleva a Dios, pues lo que pretende el Enemigo es que nos quedemos apegados a esas señales y que realmente no busquemos a Dios, sino que vayamos tras esas manifestaciones extraordinaria., como si fueran Dios mismo.

Los fenómenos extraordinarios, cuando son realmente de origen divino, son signos de la presencia de Dios y de su Madre en medio de nosotros. Son signos de gracias especialísimas que sirven para llamarnos a la conversión, al cambio de vida, a enderezar rumbos para dirigir nuestra mirada y nuestro caminar hacia aquella Casa del Padre que es el Cielo que nos espera, si cumplimos la Voluntad de Dios aquí en la tierra.

Y esas señales son justamente para ayudarnos a que nos acerquemos a Dios. Pero ¿en qué consiste ese acercamiento? ¿En seguir buscando fenómenos extraordinarios? ¿En entusiasmarnos con esas señales como si éstas fueran el centro de la vida en Dios? No. El acercarnos a Dios consiste en que cumplamos su Voluntad, y en que nos ciñamos a sus criterios, a sus planes, a sus modos de ver las cosas.

Pero ¿qué sucede con demasiada frecuencia?. Pues sucede que, a pesar de estas señales, seguimos apegados a nuestra voluntad , a nuestros criterios, a nuestros modos de ver las cosas y no a Dios. Los criterios de Dios son contrarios a los criterios de los hombres.

No podemos quedarnos en lo externo, en lo que podemos ver y palpar con los sentidos del cuerpo. No podemos seguir buscando estos fenómenos por todas partes, como si fueran el centro de la cuestión, pues el centro de la cuestión es otro: es buscar la Voluntad de Dios para cumplirla.

Jesús expulsó a los mercaderes y cambistas de la casa de su Padre. No corramos nosotros el riesgo de ser expulsados para siempre de la morada eterna que nos espera en la otra Vida, la Casa del Padre.

7 de marzo de 2009

Llamados a contemplar su gloria.


Celebramos el II domingo de Cuaresma. La lectura del Santo Evangelio según San Marcos, nos lleva a la contemplación de la Trasnfiguración de nuestro Señor ante la asombrosa mirada de sus discípulos.

Jesús había anunciado a los suyos la cercanía de su Pasión y los sufrimientos que había de padecer a manos de los judíos y de los gentiles. Y los animó a que le siguieran por el camino de la cruz y del sacrificio.
Nuestra vida es un camino hacia la Casa del Padre. Pero es una camino que pasa a través de la Cruz y del sacrificio. Hasta el último momento habremos de luchar contra corriente, y es posible que también llegue a nosotros la tentación de querer hacer compatible la entrega que nos pide el Señor con una vida fácil, cómoda, placentera, como la de tantos que viven con el pensamiento puesto exclusivamente en esta vida, en las cosas materiales, perecederas.

El Papa Pablo VI, llegó a afirmar, que el cristianismo no puede dispensarse de la cruz: la vida cristiana no es posible sin el peso fuerte y grande del deber. Si tratásemos de quitarle la cruz a nuestra vida, nos crearíamos ilusiones y debilitaríamos el cristianismo; lo habríamos transformado en una interpretación cómoda de la vida. Y no es esa, la senda que nos indicó el Señor.

Los discípulos iban a quedar profundamente desconcertados cuando presenciasen los hechos de la Pasión. Por eso, el Señor condujo a tres de ellos, a Pedro, Santiago y Juan, a la cima del monte Tabor para que contemplaran su gloria.

También a nosotros, como a Pedro, Santiago y Juan, quiere el Señor confortarnos con la esperanza que nos aguarda, especialmente si alguna vez el camino se hace costoso y asoma el desaliento. Pensar en lo que nos aguarda nos ayudará a ser fuertes y a perseverar en el camino.

No dejemos de traer a nuestra memoria el lugar que nuestro Padre Dios nos tiene preparado y al que nos encaminamos. Cada día que pasa nos acercamos un poco más. El paso del tiempo para el cristiano no es, en modo alguno, una tragedia; acorta, por el contrario, el camino que hemos de recorrer para el abrazo definitivo con Dios Padre.

¿Cómo será el Cielo que nos espera, donde contemplaremos, si somos fieles, a Cristo glorioso, no en un instante, sino toda una eternidad?

El misterio que celebramos no sólo fue un signo y anticipo de la glorificación de Cristo, sino también de la nuestra, pues, como nos enseña San Pablo, el Espíritu da testimonio junto con nuestro espíritu de que somos hijos de Dios. Y si somos hijos también herederos: herederos de Dios, coherederos de Cristo; con tal que padezcamos con Él, para ser con Él también glorificados.

Si nos mantenemos siempre cerca de Jesús, nada nos hará verdaderamente daño: ni la ruina económica, ni la cárcel, ni la enfermedad grave..., mucho menos las pequeñas contrariedades diarias que tienden a quitarnos la paz.

Pidamos a Nuestra Señora que sepamos ofrecer con paz el dolor y la fatiga que cada día trae consigo, con el pensamiento puesto en Jesús, que nos acompaña en esta vida y que nos espera, glorioso al final del camino. Y cuando llegue la hora en que se cierren nuestros ojos para esta vida, nos permita el Señor abrirlos, para contemplar como aquellos tres discípulos en el Tabor, la hermosura infinita de su gloria.