25 de diciembre de 2009

Verbum caro factum est...


Nos es dado una señal, cuando el ángel añade: “Esto les servirá de señal: Hallarán un niño envuelto en pañales y puesto en un pesebre” (Lc 2, 12). Aquí debemos notar dos cosas: la humildad y la pobreza. ¡Feliz el hombre que tendrá esta señal en la frente y en la mano, o sea, en la confesión y en las obras. ¿Qué significa: “Hallarán a un niño”, sino: “Hallarán la sabiduría balbuciente, la potencia débil, la majestad rebajada, lo inmenso hecho niño, el rico hecho pobre, el rey de los ángeles recostado en un establo, el alimento de los ángeles casi pasto de los animales, el ¡limitado recostado en un angosto pesebre?.

Por el Verbo encarnado, por el parto de la Virgen, por el nacimiento del Salvador, “sea gloria a Dios Padre en los cielos altísimos, y sea paz a los hombres de buena voluntad”.

Dígnese concedernos esta paz Aquel, que es el Dios bendito por los siglos. ¡Amén! ¡Así sea!. (De las meditaciones de San Antonio).

21 de diciembre de 2009

La Navidad, no es un cuento para niños...


“Hoy, como en los tiempos de Jesús, la Navidad no es un cuento para niños, sino la respuesta de Dios al drama de la humanidad en búsqueda de la paz verdadera.
La Navidad es “una profecía de paz para cada hombre”. Esta profecía empeña a los cristianos “a meterse en las cerrazones, en los dramas, a menudo desconocidos y escondidos, y en los conflictos del contexto en el que vive, con los sentimientos de Jesús, para ser en todas partes instrumentos y mensajeros de paz”.
Los cristianos, deben “ser en todas partes instrumentos y mensajeros de paz, para llevar amor adonde hay odio, perdón donde hay ofensa, alegría donde hay tristeza y verdad donde hay error”.
Dios será la paz. A nosotros nos toca abrir, desatrancar las puertas para acogerlo. Aprendamos de María y José: pongámonos con fe al servicio del designio de Dios. Aunque no lo comprendamos plenamente, confiémonos a su sabiduría y bondad. Busquemos ante todo el Reino de Dios, y la Providencia nos ayudará.
Este año, en Belén y en el mundo entero, se renovará en la Iglesia el misterio de la Navidad”.


Benedicto XVI.

13 de diciembre de 2009

DOMENICA GAUDETE.


Celebramos este fin de semana, el III domingo de Adviento. La Santa Madre Iglesia, desde tiempo inmemorial, denomina a este tercer domingo de Adviento -Domenica Gaudete- y así lo seguimos llamando, el domingo de la alegría. El origen de llamar así a este tercer domingo, se debe a las primeras palabras de la carta del apóstol de los gentiles, a los Filipenses, el cual les pide y nos pide que estemos siempre alegres. Y es que es para estarlo: “el Señor ya se acerca”. El próximo domingo es ya el último de Adviento y con ello iniciaremos el tiempo de Navidad.

Cada uno de nosotros, hemos de mostrar la máxima alegría por ese milagro de misericordia de nuestro Dios, que ha querido hacerse hombre para salvarnos.

El Apóstol, consciente de su papel de evangelizador, les expone a los filipenses, en el himno que encabeza la carta, la obra salvadora de Jesucristo, su origen divino, su muerte en cruz y la exaltación a la derecha de Padre mientras los exhorta a la unidad, al gozo y a la paz.

El profeta Sofonías anuncia el juicio de Dios: un día de castigo a causa de la idolatría que envenena todos los pueblos. Jerusalén, sin embargo, a causa de un resto humilde y pobre que se ha mantenido fiel al Señor, verá su renovación y también la de todos los pueblos: «El Señor está en medio de ti y se alegra con júbilo».

Pero, en medio de esta alegría, todos los textos nos exhortan a una actitud de espera. Sofonías nos dice que Dios poderoso y que salva está dentro de Jerusalén: ¿qué puede temer? Juan nos invita a una espera de conversión. Pablo exhorta al gozo en la espera: «El Señor está cerca».

Juan, el Bautista, el precursor, la voz que anuncia en el desierto a la Palabra, exhorta desde su autoridad de asceta, a la conversión, a la coherencia de vida. Pero exhorta a la espera del mensajero que traerá el bautismo del Espíritu y de fuego. Juan anuncia ya la Buena Nueva.

La predicación de Juan Bautista, que recoge el Evangelio de hoy es, todo un programa de vida cristiana.

De las distintas respuestas que da a los que le interrogan se deduce que, el Cristianismo, más allá de una simple religión de principios teóricos, consiste ante todo, en un conjunto de comportamientos que hemos de hacerlos vida de nuestras vidas.
Le preguntan a Juan; ¿Que hemos de hacer?

Las distintas respuestas que va dando el Precursor son clarificadoras respecto a una serie de aspectos concretos de la vida cristiana. De estas respuestas podemos concluir:

1º) Que nuestra conversión, no consiste sólo en abandonar el pecado, sino en un cambio de conducta y en hacer cosas positivas.

2º) Que la conversión, o lo que es lo mismo, la santidad a la que Dios nos llama, no está en hacer cosas raras o extraordinarias, sino en hacer extraordinariamente bien los deberes propios de cada estado.

3º) Que para agradar a Dios, no tenemos que abandonar la profesión o situación humana en la que nos encontremos.

4) Finalmente, conviene advertir como en todas las respuestas, hay un hilo conductor y ese no es otro que el amor al prójimo.

Para concluir, tres virtudes, especialmente, laten y nos recuerda el Señor en este pasaje:: la Justicia, la Caridad y la Autenticidad. Sería bueno que las tengamos, de modo especial, presentes en este tiempo de Adviento en el que nos preparamos para la venida del Señor que celebra la Navidad.

Dios Padre, en su Hijo, nuestro Señor Jesucristo, traspasa la historia con su Amor. Anunciado por los profetas desde antiguo, deseado por las naciones, Dios envía a su Hijo para salvarnos. La liturgia de Adviento nos repite constantemente que debemos despertar del sueño de la rutina y de la mediocridad; debemos abandonar la tristeza y el desaliento. Es preciso que se alegre nuestro corazón porque “el Señor está cerca”.

Que María, nuestra Madre del Cielo, nos ayude a ser fieles, para preparar como ella, la venida del Salvador al mundo.

12 de diciembre de 2009

La oración en la vida del presbítero.


La siguiente carta, es del cardenal Cláudio Hummes, Arzobispo Emérito de San Pablo y Prefecto de la Congregación para el Clero, sobre la importancia de la oración en los presbíteros.


“Queridos Presbíteros:


La oración ocupa necesariamente un sitio central en la vida del Presbítero. No es difícil entenderlo, porque la oración cultiva la intimidad del discípulo con su Maestro, Jesucristo. Todos sabemos que cuando ella falta la fe se debilita y el ministerio pierde contenido y sentido. La consecuencia existencial para el Presbítero será aquella de tener menos alegría y menos felicidad en el ministerio de cada día. Es como si, en el camino del seguimiento a Cristo, el Presbítero, que camina junto a otros, comenzase a retardarse siempre más y de esta manera se alejase del Maestro, hasta perderlo de vista en el horizonte. Desde este momento, se encuentra perdido y vacilante.

San Juan Crisóstomo, comentando en una homilía la Primera Carta de San Pablo a Timoteo, advierte sabiamente: “El diablo interfiere contra el pastor […] Esto es, si matando las ovejas el rebaño disminuye, eliminando al pastor, él destruirá al rebaño entero”. El comentario hace pensar en muchas de las situaciones actuales. El Crisóstomo advierte que la disminución de los pastores hace y hará disminuir siempre más el número de los fieles de la comunidad. Sin pastores, nuestras comunidades quedarán destruidas.

Pero quisiera hablar aquí de la necesidad de la oración para que, como dice el Crisóstomo, los Padres venzan al diablo y no sean cada vez menos. Verdaderamente sin el alimento esencial de la oración, el Presbítero enferma, el discípulo no encuentra la fuerza para seguir al Maestro y, de esta manera, muere por desnutrición. Consecuentemente su rebaño se pierde y, a su vez, muere.

Cada Presbítero, pues, tiene una referencia esencial a la comunidad eclesial. Él es un discípulo muy especial de Jesús, quien lo ha llamado y, por el sacramento del Orden, lo ha configurado a sí, como Cabeza y Pastor de la Iglesia. Cristo es el único Pastor, pero ha querido hacer partícipe de su ministerio a los Doce y a sus Sucesores, por medio de los cuales también los Presbíteros, aunque en grado inferior, participan de este sacramento, de tal manera que también ellos llegan a participar en modo propio al ministerio de Cristo, Cabeza y Pastor. Esto comporta una unión esencial del Presbítero a la comunidad eclesial. El no puede hacer menos de esta responsabilidad, dado que la comunidad sin pastor muere. Como Moisés, el Presbítero debe quedarse con los brazos alzados hacia el cielo en oración para que el pueblo no perezca.

Por esto, el Presbítero debe permanecer fiel a Cristo y fiel a la comunidad; tiene necesidad de ser hombre de oración, un hombre que vive en la intimidad con el Señor. Además, tiene la necesidad de encontrar apoyo en la oración de la Iglesia y de cada cristiano. Las ovejas deben rezar por su pastor. Pero cuando el mismo Pastor se da cuenta de que su vida de oración resulta débil es entonces el momento de dirigirse al Espíritu Santo y pedir con el ánimo de un pobre. El Espíritu volverá a encender la pasión y el encanto hacia el Señor, que se encuentra siempre allí y que quiere cenar con él.

En este Año Sacerdotal queremos orar con perseverancia y con tanto amor por los Sacerdotes y con los Sacerdotes. A tal efecto, la Congregación para el Clero, cada primer jueves de mes, a las cuatro de la tarde, durante el Año Sacerdotal, celebra una Hora eucarística-mariana en la Basílica de Santa María la Mayor, en Roma, con los Sacerdotes y por los Sacerdotes. Con gran alegría, muchas personas acuden a rezar con nosotros.

Queridísimos Sacerdotes, la Navidad del Señor está a la puerta. Quisiera daros mis más y mejores augurios de Feliz Navidad y Próspero Año Nuevo 2010. Junto al pesebre, el Niño Jesús non invita a renovar hacia El aquella intimidad de amigo y de discípulo para enviarnos de nuevo como sus evangelizadores”.

10 de diciembre de 2009

Contra las asechanzas del demonio...


Oración a San Miguel Arcángel compuesta por el Papa León XIII, y que antiguamente se rezaba al final de la Santa Misa:


"San Miguel Arcángel,

defiéndenos en la batalla.

Sé nuestro amparo

contra la perversidad

y asechanzas del demonio.

Reprímale Dios,

pedimos suplicantes,

y tú Príncipe de la Milicia Celestial,

arroja al infierno con el divino poder

a Satanás y a los otros espíritus malignos

que andan dispersos por el mundo

para la perdición de las almas. Amén."

San Miguel Arcángel, ruega por nosotros.

Un pueblo que reniega de su historia...


A continuación podemos leer un artículo que me ha enviado un amigo sacerdote, sobre la retirada de los crucifijos de las escuelas. El autor es Mons. Fernando Sebastián, Arzobispo emérito de Pamplona. Ciertamente, Don Fernando sabe muy bien lo que dice, y sabe decirlo muy bien. No tiene desperdicio.

"¿Vamos a renegar de todo lo bueno de nuestra civilización?

Quieren quitar los crucifijos de las escuelas, de todos los centros concertados, aunque sean católicos. El gobierno necesita los votos de la extrema izquierda y éstos le ponen su precio. El PSOE pasa por todo con tal de seguir mandando.

El gran argumento es: el Estado español es laico y en donde se paga con dinero público no tiene que haber ningún signo religioso. Muy contundente, pero falso.

El Estado paga para que los ciudadanos puedan vivir de acuerdo con sus conciencias. Eso es lo que dice la Constitución. Los gobernantes no pueden imponer sus opiniones aprovechándose del dinero público. El dinero no es del Estado, es de los ciudadanos y para los ciudadanos. Los espacios públicos no son del Estado, son de los ciudadanos y tienen que reflejar los gustos y los deseos de los ciudadanos, no los de los gobernantes.

Los padres católicos no deben permitir que se quiten los crucifijos ni de los centros concertados ni de los públicos. Los centros públicos no son del Estado, son de los ciudadanos, los pagan los ciudadanos y tienen que responder a los deseos de los ciudadanos. Y si los alumnos son de varias religiones, lo justo es que cada grupo pueda poner sus signos, con paz, con respeto, con verdadera tolerancia y convivencia. Eso es lo civilizado, lo democrático, lo razonable. Lo otro es revanchismo, incultura, persecución cultural.

¿Por qué la voluntad de uno que no quiere el crucifijo se ha de imponer sobre la voluntad de muchos que sí lo queremos? Esto sin entrar a analizar lo que el crucifijo significa. Ante todo es un símbolo religioso de primera categoría, significa el amor y el perdón de Dios, la esperanza de la salvación, la unidad y la paz para todos los pueblos. ¿A quién le puede molestar? Son ganas de fastidiar. A mí no me molesta ver la media luna donde haya un grupo de devotos musulmanes. Por otra parte el crucifijo es el símbolo básico de la religión cristiana de la que ha nacido en gran parte la cultura europea, el conocimiento de la dignidad suprema de la persona humana, el concepto de libertad y de responsabilidad, la igualdad básica de varón y mujer, la estabilidad y fidelidad de la familia, la unidad de la humanidad y la igualdad de todos los pueblos, la esperanza de una historia abierta y progresista, la dignidad del trabajo humano, los valores morales de occidente, el perdón, la misericordia, el amor y la convivencia, la mayor parte del arte europeo, la pintura, la arquitectura, la música y tantas cosas más.

¿Vamos a renegar de todo lo que ha creado el cristianismo en la historia y en la vida de Europa y de España? Corrijamos los errores, de acuerdo, pero no destruyamos nuestra civilización.

Si nuestro gobierno termina aceptando e imponiendo esa consigna extranjera y sectaria –que se lo pensará–, manifestaría una increíble inmadurez cultural y una alarmante falta de patriotismo serio y profundo. Detrás de todo esto hay una negación del Cristianismo, una negación de la religión en general, y en el caso concreto de España un suicidio cultural e histórico.

Un pueblo que reniega de su historia no puede durar. Si en nuestra sociedad no nacen hijos y ahora negamos nuestra cultura y nuestra historia, tenemos los días contados. Esto tiene que cambiar. Alguien tiene que levantar otra bandera. "

7 de diciembre de 2009

"Purísima había de ser...


…Señor, la Virgen que nos diera el Cordero inocente que quita el pecado del mundo. Purísima a la que, entre los hombres, es abogada de gracia y ejemplo de santidad”, escuchamos en el Prefacio de la Solemnidad de la Inmaculada Concepción.

En 1854 el Papa Pío IX, declaró solemnemente como dogma de fe, “la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María”, que celebramos cada 8 de diciembre.

Esto dogma de fe de la Iglesia Católica, nos viene a decir que la Santísima Virgen, fue preservada inmune de toda mancha de la culpa original desde el primer instante de su concepción -por singular gracia y privilegio de Dios Omnipotente- en atención a los méritos de Cristo Jesús, Señor nuestro, Salvador del género humano.

“Busca a Dios en el fondo de tu corazón limpio, puro; en el fondo de tu alma cuando le eres fiel, ¡y no pierdas nunca esa intimidad!. Y, si alguna vez no sabes cómo hablarle, ni qué decir, o no te atreves a buscar a Jesús dentro de ti, acude a María, "tota pulchra" -toda pura, maravillosa-, para confiarle: Señora, Madre nuestra, el Señor ha querido que fueras tú, con tus manos, quien cuidara a Dios: ¡enséñanos a todos a tratar a tu Hijo!”. ( Forja 84. San Josemaría Escrivá).

Necesidad de conformarnos con la Voluntad de Dios.


Si queremos hacernos santos, nuestro único deseo ha de ser renunciar a la voluntad propia para abrazarnos con la de Dios, porque la médula de todos los preceptos y consejos divinos estriba en hacer y padecer cuanto Dios quiere y como lo quiere. Roguemos por tanto, al Señor que nos dé santa libertad de espíritu, libertad que nos hará abrazar cuanto agrada a Jesucristo, a pesar de las repugnancias del amor propio o del respeto humano. El amor de Jesucristo pone a sus amantes en una total indiferencia, siendo para ellos todo igual, lo dulce como lo amargo; nada quieren de lo que les agrada a sí mismo, y quieren cuanto agrada a Dios; con la misma paz se dan a las cosas grandes que a las pequeñas e igualmente reciben las cosas gratas que las ingratas; bástales agradar a Dios en todo.

Dice San Agustín: “Ama y haz lo que quieras”; ama a Dios y haz lo que quieras. Quien ama a Dios en verdad no anda tras otros gustos que los de Dios y en esto solo halla su contento, en dar gusto a Dios. Santa Teresa escribía;”Oh Señor, que todo el daño nos viene de no tener puesto los ojos en vos, que si no mirásemos otra cosa sino el camino, presto llegaríamos; mas damos mil caídas y tropiezos y erramos el camino por no poner los ojos, como digo, en el verdadero camino”. He aquí, por tanto, cuál ha de ser el único fin de todos nuestros pensamientos, de las obras, de los deseos y de nuestras oraciones; el gusto de Dios; éste es el camino que ha de conducirnos a la perfección; ir siempre en pos de la voluntad de Dios.

Decía San Vicente de Paúl: “La conformidad con el divino querer es el tesoro del cristiano y el remedio de todos nuestros males, porque implica la abnegación de sí mismo y la unión con Dios y todas las virtudes”. Mas nuestra conformidad con el divino querer ha de ser entera y sin reserva, constante e irrevocable; que en esto, repito, se cifra toda la perfección y a esto deben encaminarse todas nuestras obras, todos nuestros deseos y todas nuestras oraciones. (De la obra de San Alfonso Mª de Ligorio: “Práctica de Amor a Jesucristo”).

5 de diciembre de 2009

Preparemos los caminos...





En el segundo domingo del Tiempo de Adviento, las lecturas de la misa de hoy nos presentan el Anuncio de la llegada del Señor y la preparación que debemos tener para recibirlo.

El Adviento es el tiempo de la preparación para la solemnidad de Navidad, cuando conmemoramos la primera venida del Hijo de Dios a los hombres. Pero también dirige nuestra mirada hacia la segunda venida del Señor al final de los tiempos, la Parusía.

Con el prefacio de este domingo decimos; “Cristo Señor nuestro, quién al venir por primera vez en la humildad de nuestra carne, realizó el plan de redención trazado desde antiguo y nos abrió el camino de salvación; para que, cuando venga de nuevo en la majestad de su gloria, revelando así la plenitud de su obra, podamos recibir los bienes prometidos, que ahora, en vigilante espera, confiamos alcanzar”.

Durante el tiempo de adviento aparece el significado de la misión de San Juan Bautista. Su figura se impone como una actitud de fidelidad y de respuesta a la nueva manifestación de Dios que se avecina. San Juan, en el Evangelio de hoy, nos habla de la necesidad de la conversión, del cambio de mentalidad, para poder encontrar y seguir a Jesús.

En el Evangelio según San Lucas, se nos presenta hoy la imagen de Juan el Bautista. Juan el Bautista aparece como la señal de la llegada de la salvación. San Juan es una figura enigmática. Es un profeta movido por el Espíritu de los profetas, que llama a un bautismo en señal de penitencia, porque detrás de él viene el que bautizará con el Espíritu Santo. Es testigo de la luz, cuyo testimonio anuncia la llegada de los tiempos mesiánicos.

San Juan señala la continuidad entre el Antiguo y el Nuevo Testamento: es el último de los Profetas que anuncia la vendida del Señor, y el primero de los testigos de Jesús. Mientras los demás Profetas habían anunciado a Cristo desde lejos, Juan Bautista lo señala diciendo “Ese es el Cordero de Dios”.

Juan se presenta predicando la necesidad de convertirse. El bautismo de Juan tenía un marcado carácter de conversión interior, que disponía para recibir la llegada de Jesús.

El Bautista prepara el camino del Señor. El es simplemente el que anuncia la Salvación: “Viene aquel a quien yo no soy digno de desatar la correa de sus sandalias”.

Cuando en la casa de una familia antiguamente, se esperaba el nacimiento de un nuevo miembro todos vivían los preparativos con intensidad. Hasta los más alejados de la pareja se preocupan por preguntar cómo van las cosas, y los más cercanos colaboran en la preparación del niño que ya venía.

Preparar el nacimiento de Jesús en nuestra vida, debe ocasionar similares preparativos y revolucionar de manera parecida nuestro corazón. Por eso, es bueno preguntarnos cómo nos estamos preparando para el nacimiento de Cristo.

Debemos arreglar la habitación de nuestra vida, acercándonos al sacramento de la reconciliación, confeccionando una gran red de oraciones y consiguiendo todo lo necesario para que nuestra propia vida sea una estancia agradable donde pueda acomodarse nuestro Redentor.

Qué bueno sería, que para ese momento, estemos preparados interiormente. El Señor viene, allanemos los caminos, para que todos sean testigos de la salvación.

Pidamos a María y a San José, que con tanto esmero prepararon la llegada de Jesús, que nos ayuden también a nosotros, a que en nuestras familias, en todas las familias del mundo, todos lo recibamos como ellos lo recibieron.

Lo pesado que es llevar la Caridad...


A comienzos de año, viendo la genial película “Monsieur Vincent”, escuché en una de las escenas, unas palabras dirigidas por el “Padre de los Pobres”, San Vicente de Paúl a Juana, una Hija de la Caridad sobre el sentido de la verdadera caridad al hermano pobre. Palabras que no me dejaron indiferentes. Pasados varios meses, en un acto benéfico organizado por un sacerdote Paúl, descubro en un puesto de objetos religiosos, una tarjeta con la imagen de San Vicente, y debajo, para mi sorpresa, aparecían escritas las mismas palabras que San Vicente dirigía a esta hija suya. Por supuesto, que no dude en comprar algunas. De modo, que estas mismas palabras fueron tema de oración y reflexión el día siguiente. Y dicen así:

“…Juana, pronto te darás cuenta
lo pesado que es llevar la Caridad.
Mucho más que cargar con el jarro de sopa
y con la cesta llena…
Pero, conservarás tu dulzura y tu sonrisa.
No consiste todo en distribuir la sopa y el pan.
Eso, los ricos pueden hacerlo.
Tú eres la insignificante Sierva de los Pobres,
la Hija de la Caridad,
siempre sonriente y de buen humor.
Ellos son tus amos,
amos terriblemente susceptibles y exigentes,
ya lo verás.
Por tanto, ¡cuánto más repugnantes sean
y más sucios estén,
cuanto más injustos y groseros sean,
tanto más deberás darles tu amor!...
Sólo por tu amor, por tu amor únicamente,
te perdonarán los pobres el pan que tú les das”.

4 de diciembre de 2009

Sobre el sacerdocio.


A continuación, y con motivo del Año Sacerdotal, podemos leer una ponencia de Mons. Javier Echevarría, Prelado del Opus Dei, hace ya algunos años, sobre "San Josemaría Escrivá y los sacerdotes":

"Al alzar nuestro corazón a la Trinidad Santísima en acción de gracias, deseamos hacerlo con la renovación de nuestra fidelidad personal al don y misterio que hemos recibido: don de la vocación sacerdotal que ha enriquecido nuestra vida, misterio de predilección por parte de Jesús, que ha querido llamarnos amigos suyos (cfr. Jn 15, 15).

¿Qué nos dicen los santos sobre el sacerdocio?. He sido invitado a recoger aquí algunas ideas de la predicación de un santo sacerdote de nuestro siglo, San Josemaría Escrivá, Fundador del Opus Dei. Cuando en algunos sectores de la comunidad eclesial se planteaban interrogantes sobre la identidad del sacerdote, San Josemaría no dudaba en escribir: "¿Cuál es la identidad del sacerdote? La de Cristo. Todos los cristianos podemos y debemos ser no ya alter Christus, sino ipse Christus: otros Cristos, ¡el mismo Cristo! Pero en el sacerdote esto se da inmediatamente, de forma sacramental (...). Por el Sacramento del Orden, el sacerdote se capacita efectivamente para prestar a Nuestro Señor la voz, las manos, todo su ser (...). En esto se fundamenta la incomparable dignidad del sacerdote. Una grandeza prestada, compatible con la poquedad mía. Yo pido a Dios Nuestro Señor que nos dé a todos los sacerdotes la gracia de realizar santamente las cosas santas, de reflejar, también en nuestra vida, las maravillas de las grandezas del Señor".

Es necesario – escribió también San Josemaría – que los "sacerdotes tengan, en su alma, una disposición fundamental: gastarse por entero al servicio de sus hermanos, convencidos de que el ministerio al que han sido llamados (...) es un gran honor, pero sobre todo una grave carga" . Esto es lo que el pueblo cristiano espera de los sacerdotes, como consecuencia inmediata de la identificación sacramental con Cristo. "Los fieles pretenden que se destaque claramente el carácter sacerdotal: esperan que el sacerdote rece (...), que ponga amor y devoción en la celebración de la Santa Misa, que se siente en el confesionario, que consuele a los enfermos y a los afligidos; que adoctrine con la catequesis a los niños y a los adultos, que predique la Palabra de Dios (...); que tenga consejo y caridad con los necesitados"

"La vocación sacerdotal lleva consigo la exigencia de la santidad", se lee en un apunte manuscrito de San Josemaría. "Esta santidad no es una santidad cualquiera, una santidad común, ni aun tan sólo eximia. Es una santidad heroica". En consecuencia, el gran enemigo para el cumplimiento de nuestra misión en la Iglesia no es la carencia de medios, ni la hostilidad del ambiente, ni aun las fragilidades personales – propias de toda criatura humana – , el enemigo sería quitar de nuestra vida la orientación sincera y decidida al ejercicio de la caridad perfecta.

Por eso, la primera ocupación del sacerdote ha de ser cultivar su trato diario con Dios, que se alimenta y desarrolla en el ejercicio del ministerio, apoyándose en la unidad de vida que hace que el presbítero sea – con expresión de San Josemaría – "sacerdote cien por cien". La seguridad de la identificación sacramental del ministro sagrado con Cristo llevaba a San Josemaría a afirmar también: "El sacerdote, si tiene verdadero espíritu sacerdotal, si es hombre de vida interior, nunca se podrá sentir solo. ¡Nadie como él podrá tener un corazón tan enamorado! Es el hombre del Amor, el representante entre los hombres del Amor hecho hombre. Vive por Jesucristo, para Jesucristo, con Jesucristo y en Jesucristo. Es una realidad divina, que me conmueve hasta las entrañas, cuando todos los días, alzando y teniendo en las manos el cáliz y la Sagrada Hostia, repito despacio, saboreándolas, estas palabras del Canon: per ipsum, et cum ipso, et in ipso... Por Él, con Él, en Él, para Él y paras las almas vivo yo. De su amor y para su Amor vivo yo, a pesar de mis miserias personales. Y a pesar de esas miserias, quizás por ellas, es mi Amor un amor que cada día se renueva".
En una alocución, el Papa Juan Pablo II afirmaba: "Un sacerdote vale cuanto vale su vida eucarística, especialmente su Misa. Misa sin amor, sacerdote estéril; Misa fervorosa, sacerdote conquistador de almas". Ésta es la raíz de la fecundidad apostólica de la vida del sacerdote. En una ocasión, San Josemaría nos confiaba: "Subo al altar con ansia, y más que poner las manos sobre el ara, lo abrazo con cariño y lo beso como un enamorado, que eso soy: ¡enamorado!"

Ese amor lleva al sacerdote a cultivar santas pasiones en su alma, precisamente en el ejercicio del ministerio. El Fundador del Opus Dei señalaba "dos pasiones dominantes, aparte de amar mucho la Sagrada Eucaristía y por lo tanto la Misa, de hacer una Misa que dure todo el día, de no tener prisa. Esas dos pasiones dominantes son: atender a las almas en el confesionario y predicar abundantemente la Palabra de Dios".

La predicación era para San Josemaría transmisión de la Palabra de Dios contemplada y hecha vida propia: el sacerdote, cuando predica, debe hacer "su oración personal, cuajando en ruido de palabras (...) la oración de todos, ayudando a los demás a hablar con Dios (...), dando luz, moviendo los afectos, facilitando el diálogo divino". En cuanto a la administración del sacramento de la Penitencia, me limito a recordar estas palabras suyas: "sentaos en el confesionario todos los días (...), esperando allí a las almas como el pescador a los peces. Al principio quizá no venga nadie (...). Al cabo de dos meses no os dejarán vivir (...) porque vuestras manos ungidas estarán, como las de Cristo – confundidas con ellas, porque sois Cristo – diciendo: yo te absuelvo".

Tendría que hablar de muchos otros aspectos de la enseñanza de San Josemaría sobre los sacerdotes – desde la fraternidad sacerdotal a la unión con el propio Obispo, de la labor de catequesis al espíritu de reparación, etc... Sólo quiero referirme brevísimamente a dos puntos que me parecen fundamentales en la actualidad. Primero, la vida de oración. "La oración crea al sacerdote y el sacerdote se crea a través de la oración", ha escrito el Papa. San Josemaría aseguraba: "El tema de mi oración es el tema de mi vida". Su vida sacerdotal se hallaba plenamente inmersa en la Iglesia; las necesidades de las almas eran alimento cotidiano de su oración.

Si nos esforzamos por ser fieles a todas las consecuencias de nuestra vocación sacerdotal, hasta las más pequeñas, nuestra Madre la Virgen, Madre especialmente de los sacerdotes, nos hará gustar siempre, en cualquier circunstancia, el amor que nos ha sido otorgado con nuestro sacerdocio, y que nos identificará cada vez más íntimamente con Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote".