10 de abril de 2009

Tarde de Viernes Santo.


Hoy es Viernes Santo, y la liturgia nos recuerda a los cristianos que nuestro destino está unido al de Dios Padre mediante la cruz de su Hijo. Hoy es Viernes Santo. Y el camino hacia el Calvario nos enseña a todos a vivir y a querer también la cara oscura de nuestro mundo: el sufrimiento, la debilidad y la muerte. Hoy es Viernes Santo, y el sueño de Jesucristo se realiza plenamente. El sueño de Jesucristo es dar vida, perdón, amor y salvación a todos mediante su muerte en cruz.

"Nadie tiene amor mayor que el que da la vida por sus amigos" (Jn 15, 13), había dicho Jesús. Estas palabras fueron confirmadas con una muerte tan atroz como injusta. Sin embargo, este drama en el que la malicia humana y el Amor de Dios llegan al colmo, crea un orden nuevo: Dios saca de este mal el bien supremo de la Redención del mundo.

La Cruz de Cristo, a la que nos invita a mirar la Liturgia del Viernes Santo, es el árbol de la vida y el madero de nuestra salvación.

El amor de Jesús es verdadero y la cruz, a la que hoy dirigimos nuestra mirada, es la prueba del amor grande de Dios. La muerte de Jesús en la Cruz nos descubre la verdad de la Encarnación del Hijo de Dios. Vino a estar con nosotros con todas las consecuencias. Quiso entrar en nuestro mundo dominado por el pecado, privado de la gloria de Dios, dominado por la ceguera y la rebeldía con la colaboración de nuestros errores y nuestras ambiciones.

Todos hemos puesto nuestras manos en El. Cuando nos hemos olvidado del amor de Dios, cuando nos hemos dejado dominar por las cosas de este mundo, cuando no hemos querido ver el dolor de nuestros hermanos. Esa Cruz es la Cruz de nuestros olvidos y nuestras cobardías.

Pero el Calvario, lugar de dolor y de muerte, es también lugar de vida y de esperanza. Aceptando la muerte, Jesús alcanza la plenitud de su vida. Ahora ha cumplido enteramente la voluntad del Padre, ahora ha llevado su amor hasta el fin, ahora es levantado por la grandeza de su amor como Rey de la humanidad y de la creación entera.

En esta cumbre de su amor y de su misericordia, Jesús nos manifiesta el corazón de un Dios que es capaz de morir y de dejar morir a su Hijo para acercarse a nosotros, para convencernos de que nos ama de verdad y de que es El la verdadera fuente de nuestra vida y el verdadero objetivo de nuestra esperanza.

En la Cruz de Jesús, la Palabra eterna del Padre se hace palabra humana para decirnos la gran verdad del amor que Dios nos tiene. Desde entonces, cada uno de nosotros podemos decir, Dios me ama, Dios ha muerto por mí, puedo confiar en El, no me dejará solo ni siquiera en la gran soledad de la muerte. Nadie es despreciable a los ojos de Dios. Dios nos ama a todos, ha muerto por todos. Cada hombre, cada mujer, desde el momento de su concepción, está dignificado y engrandecido por el amor de un Dios que ha muerto por él para rescatarlo de la muerte y llevarlo hasta la vida eterna.

De esta manera, la cruz, que era el destino final de los esclavos y de los malhechores, se convierte en símbolo del amor desbordante de un Dios que sufre en su carne las consecuencias del poder del mal en el mundo. La Cruz de Jesús levantada hasta el Cielo, es el verdadero camino de nuestra salvación que llega hasta la vida eterna. Con sus brazos abiertos, es el ofrecimiento del perdón universal, el abrazo del amor eterno que nos da la vida. Desde entonces, esta cruz de Jesús nos acompaña en todos los momentos de nuestra vida, como signo gozoso del amor de Dios que por su Hijo Jesucristo nos salva para la vida eterna.

"Dios ha redimido al mundo mediante el sufrimiento, un dolor que alcanza las fronteras del misterio.” Pero precisamente mediante el sufrimiento, Él realiza la Redención, y expirando puede decir: “Todo está cumplido”.

Como le sucedió a Cristo, también para los cristianos cargar con la cruz no es algo opcional, sino una misión que hay que abrazar por amor. Cristo no deja de proponernos su invitación: “quien quiera ser mi discípulo, que se niegue a sí mismo, que tome su cruz y me siga”.

En realidad, seguir a Cristo por el camino de la cruz significa renunciar al propio proyecto, para acoger el de Dios. Es decir, acoger la invitación de Cristo a caminar junto a Él con una vida coherente de cristianos. Es renunciar a la “ley del mínimo esfuerzo” para vivir más bien según la “ley de la máxima entrega”.

Jesús, obediente al Padre, ha completado con su vida la misión recibida. Todo está cumplido y el reloj de Dios marca una nueva hora, la hora del perdón.

Todo está cumplido y sin embargo, todo está por hacer. Porque la luz sigue viniendo a los hombres y muchos la rechazan. Porque el amor sigue viniendo a los hombres y muchos no lo entienden. Porque el perdón sigue viniendo a los hombres y muchos no lo acogen. Donde no hay luz, donde no reina el amor, donde no se celebra el perdón surge el Viernes Santo: violencia, odio, sangre y muerte.

En el Viernes Santo de Jesús la tierra tembló, el velo del templo se rasgó, la oscuridad cubrió la tierra. Eran los dolores del parto de la tierra nueva y los cielos nuevos. Era la alegría de la misión cumplida. Era el comienzo de la nueva vida en el Espíritu.

Nosotros estamos llamados a vivir el Viernes Santo de Jesús y completar su obra de redención y perdón. Mientras alguien sufra injustamente como Jesús será Viernes Santo.

Todo está cumplido pero Jesús no ha terminado. Jesús sigue actuando, salvando y perdonando a través de su Iglesia.

Este Viernes Santo, los cristianos somos invitados a mirar al que crucificaron y a llevar nuestra cruz, compartiendo la agonía de Cristo que sufre hasta el final de los tiempos. Nosotros, hoy, no hemos llorado pero sí hemos sentido el dolor de Jesús y sí hemos aprendido que su amor por cada uno de nosotros no tiene límites.

Señor Jesús, Tú nos has ganado el corazón. Nosotros somos el fruto de tu amor. Hoy, en esta tarde de Viernes Santo queremos acercarnos a tu Cruz, queremos estar cerca de Tí. Necesitamos sentirnos envueltos por tu mirada de amor, misericordia y compasión, queremos vivir siempre dentro de tu Iglesia, fruto de tu fidelidad, de la grandeza del amor de Dios y del don del Espíritu Santo que brota de Tí.

Señor Jesús, humildemente, en nuestra pobre vida, y sobre todo, en esta tarde de Viernes Santo, queremos ayudarte a llevar el peso de la Cruz, manteniendo viva nuestra fe en la bondad de Dios en medio de todos los sufrimientos, confiando en el triunfo del amor de Dios sobre todos los fracasos y decepciones de nuestra vida, devolviendo bien por mal, haciendo el bien a nuestros hermanos y anunciando con inmensa gratitud la esperanza de la gran pascua de la vida que Tú has inaugurado desde el árbol fecundo de la Cruz.


2 comentarios:

Oswaldo Quintana Déniz dijo...

Hola Norberto:

Me he dicho que qué menos que compartir en la red, en plena Semana Santa, una experiencia que me convulsionó y me dio un "toque de atención". Yo padezco de ataques de ansiedad, más o menos fuertes. Últimamente menos. Pues bien, el pasado lunes santo, en la noche anterior, agarré tremenda gastritis (vómitos y diarrea). No estaba del todo curado de esto cuando agarro también un fortísimo ataque de ansiedad. Bastante evidente ante la gente, no quise ver a nadie durante un rato. Pensé aterrado, que iba a morir, solo o asesinado, pero ahí estaba la muerte y mi descomposición mental. Psíquicamente era un trapo. Pero, ¡aleluya! me sirvió para mirar que llevaba mucho tiempo almacenando pensamientos negativos. Me percaté que debía dar paso a un hombre nuevo. Y sigo en la lucha. Y claro, el ataque duró tres horas, pero la enseñanza que saqué resultó ser proverbial. Saludos.

Anónimo dijo...

En eso consiste la resurrección, en reponerse ante todo de los embates de la vida una y otra vez, querido amigo Oswaldo. me sorprende que una persona tan profundamente creyente como lo eres tú, tenga miedo o ansiedad por unos achaques físicos.... es que no sabes que estamos en manos del Señor???. un fuerte abrazo.