9 de abril de 2009

IN COENA DOMINI.


Este día, como cada Jueves Santo, la Iglesia lo celebra lleno de acontecimientos: recordamos y agradecemos al Señor; la institución de la Eucaristía, el sacerdocio ministerial, el amor hecho de servicio a todos los hombres...

La Cena Eucarística es la Nueva y Eterna Alianza que sustituye a la del Antiguo Testamento. La celebración de esta tarde enlaza con aquel Jueves en que Cristo se reúne con sus discípulos. El misterio de la Presencia Real de Cristo en la Eucaristía al que adoramos con profunda reverencia, une estos dos Jueves, el de hace más de 2000 años y el de hoy. El misterio elimina el tiempo y nos permite estar también con el Señor en aquella tarde de Jueves Santo en Jerusalem. Porque alli sucedieron muchas cosas. Jesús había deseado ardientemente que llegara ese momento. Ante la inoportuna discusión por parte de los discípulos sobre quién sería el primero en el Reino, Jesús hizo ese servicio sorprendente de lavarles los pies uno a uno y que escandalizó a Pedro porque ésta era una tarea de esclavos. Fue una lección inolvidable.

"Sabiendo Jesús que había llegado la hora..., comenzó a lavar los pies de los discípulos". El Maestro les dijo: “¿Entienden lo que he hecho con ustedes...?”. Es decir, la entrega servicial y el amor a los demás no deben detenerse ante nada ni ante nadie, ni siquiera ante la muerte, porque ahí se demuestra el amor más grande.

La pasión y la muerte de Cristo, constituyen el servicio de amor fundamental con el que el Hijo de Dios liberó a la humanidad del pecado. Al mismo tiempo, la pasión y muerte de Cristo revelan el sentido profundo del nuevo mandamiento que confió a los apóstoles: «como yo os he amado, amaos también los unos a los otros» (Juan 13, 34). También al entregar el pan convertido en su Cuerpo y el vino convertido en su Sangre les dijo: “Haced esto en conmemoración mía» (1 Corintios 11, 24. 25).

El Señor les pide que se amen unos a otros como Él les ha amado y les deja el Santísimo Sacramento de la Eucaristía

La Eucaristía es un memorial en plenitud: el pan y el vino, por la acción del Espíritu Santo, se convierten realmente en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, que se entrega para ser alimento del hombre en su camino sobre la tierra. La encarnación del Verbo en el seno de María y su presencia en la Eucaristía se rigen por la misma lógica de amor. Es el amor en el sentido más bello y puro. Jesús pidió insistentemente a sus discípulos que permanecieran en este amor suyo.

Para permanecer fieles a este mandato, para permanecer unidos a Él como los sarmientos a la vid, para amar como Él ha amado es necesario alimentarse de su Cuerpo y de su Sangre. Al decirles a los apóstoles, «haced esto en conmemoración mía», el Señor unió la Iglesia al memorial viviente de su Pascua.

Lo que nosotros no podemos, lo puede el Señor: Jesucristo, verdadero Dios y verdadero Hombre, no deja un símbolo o un recuerdo al marcharse, sino que deja la realidad: se queda Él mismo. Irá al Padre, pero permanecerá con los hombres. No nos deja un simple regalo que nos haga evocar su memoria, una imagen que tienda a desaparecer con el tiempo. Bajo las especies del pan y del vino está El, realmente presente con su Cuerpo y con su Sangre.

La alegría del Jueves Santo arranca de ahí: de comprender que el Creador se ha desbordado en cariño por sus criaturas. Nuestro Señor Jesucristo, como si aún no fueran suficientes todas las otras pruebas de su misericordia, instituye la Eucaristía para que podamos tenerle siempre cerca y movido por su Amor, quien no necesita de nada, no quiere prescindir de nosotros».

Jesucristo, sacerdote eterno, a pesar de ser el único sacerdote de la Nueva Alianza, quiso que hombres consagrados por el Espíritu Santo, actuaran en íntima unión con su Persona, distribuyendo el alimento de la vida.

Por este motivo, al contemplar a Cristo que instituye la Eucaristía, tomamos nuevamente conciencia de la importancia de los presbíteros en la Iglesia y de su relación con el Sacramento eucarístico.

El Sacramento del altar es «don y misterio», don y misterio es el sacerdocio, ambos surgidos del Corazón de Cristo en la Última Cena. Sólo una Iglesia enamorada de la Eucaristía genera, santas y numerosas vocaciones sacerdotales. Y lo hace a través de la oración y el testimonio de vida .

Pidamos al Señor en este Jueves Santo, que no le falte nunca al Pueblo de Dios el Pan que le sostenga a través de esta nuestra peregrinación terrena y supliquémosle que no deje de llamar a su servicio, a sacerdotes según su corazón.

Que aprendamos tus sacerdotes, Señor, a ser tus testigos fieles, sacrificados, comprometidos y portadores de la Verdad, no de nuestros intereses.

Que el sentido de lavatorio de los pies, no sea un simple rito, sino que sea el ejemplo de nuestra condición de cristianos, de que nos amamos de verdad.

Gracias Señor por esta tarde de Jueves Santo. Gracias por congregarnos en tu presencia. Gracias por tu ejemplo y amor incondicional y gracias por quedarte en la Eucaristía.

Que nos maravillemos cada día Señor al descubrir que toda la vida cristiana está ligada al «misterio de la fe», que en esta tarde celebramos solemnemente.

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