19 de abril de 2009

¡Señor mío y Dios mío!.


Celebramos el II Domingo de Pascua. Los hechos de los apóstoles, en la 1ª lectura de la liturgia de este fin de semana, nos narra el ambiente de la primera comunidad cristiana. Una comunidad donde había comunión de pensamientos y sentimientos; una comunidad donde había una íntima preferencia por el prójimo y, sobre todo, una comunidad que daba testimonio de la Resurrección del Señor.

En la 2ª lectura, la primera carta de san Juan escrita hacia el final del primer siglo, cuando ya la comunidad cristiana había atravesado por diversas y dolorosas pruebas, hace presente que “quien ha nacido de Dios”, es decir, el que tiene fe, ha vencido al mundo.

El evangelio que hoy se proclama, expone la fe todavía incrédula de Tomás y su paso a una confesión magnífica de la divinidad del Señor.

La figura de Tomás, así llamado el “incrédulo” nos estimula en nuestra vida cristiana para vivir con un mayor compromiso. Tomás tiene dificultad para creer que Jesús ha resucitado. Es una verdad de tal magnitud y de tantas implicaciones, que no alcanza a aceptarla bien sea por el temor, bien sea por la inmensa alegría que le producía. Sin embargo, Tomás hizo una experiencia maravillosa: “logró tocar a Cristo”, logró sentirlo cerca de su propia vida, cerca de sus afanes, cerca de su misión. Tomás comprendió que aquel que estaba de frente a Él, no era un simple hombre: era el Verbo de Dios encarnado y por eso le dijo; ¡Señor mío y Dios mío!. Era Cristo mismo que había resucitado y no moría más. Evidentemente esta experiencia es necesaria para asumir un compromiso cristiano: quien no comprende quién es Cristo y qué ha hecho por él, no puede comprometerse realmente. Su fe será siempre una cuestión periférica. Pero quien se sabe salvado de la muerte eterna, de la “segunda muerte”, de la perdición eterna, no se puede sino “cantar las misericordias de Dios” que nos amó cuando éramos pecadores y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados.

Y así, Tomás no pudo quedar igual después de la experiencia de Cristo. Salió como un apóstol convencido, salió del cenáculo para anunciar a Cristo a sus hermanos. ¡Qué grande necesidad tenemos de hacer esta experiencia de Tomás! Ojalá que cada uno de nosotros pueda sentir el amor de Cristo con tanta intensidad que pueda salir del mismo modo que Tomás.

Este domingo de Pascua nos invita, a renovar “nuestra fe que vence al mundo”. Una fe que es sobre todo creer en Jesucristo, hijo de Dios que tomó carne en el seno de la Virgen, que predicó, padeció, murió y resucitó por nuestra salvación. Una fe que es valorar en toda su profundidad el misterio de la encarnación. Así como la primera comunidad vivía intensamente su fe en Cristo resucitado y daba testimonio de ella ante una sociedad pagana y gnóstica, así hoy nos corresponde dar testimonio de esa misma fe. Nos corresponde transmitir a las futuras generaciones la pureza de la doctrina y la rectitud de las costumbres emanadas del Evangelio y de la enseñanza de Cristo a su Iglesia.

Todo el que nace de Dios vence al mundo. En esta afirmación, encontramos una invitación profunda a volver a la raíz de nuestra fe. Nacer de Dios es recibir la fe, es recibir el bautismo y con él la gracia y la filiación divina. El mundo se presenta aquí como esa serie de actitudes, comportamientos, modos de pensar y de vivir que no provienen de Dios, que se oponen a Dios. Cristo mismo había dicho a sus apóstoles: vosotros estáis en el mundo, pero no sois del mundo. Así pues, vencer al mundo significa “ganarlo para Dios”, significa “restaurar todas las cosas en Cristo, piedra angular; significa valorar apropiadamente el misterio de la encarnación del Hijo de Dios. En Cristo, Verbo de Dios hecho carne, nosotros los cristianos vencemos al mundo. Él ha establecido un “admirable comercio”: él tomo de nosotros nuestra carne mortal, nosotros hemos recibido de él la participación en la naturaleza divina.

Así como san Juan invitaba a la comunidad primitiva a afirmar su fe en el Hijo de Dios que ha venido realmente en la carne, así hoy nosotros estamos invitados a reafirmar nuestra fe en Cristo, en quien nosotros tenemos la salvación y el acceso al Padre, pues no hay otro nombre bajo el cual podamos ser salvados.

Juan invita a sus lectores a no separar su fe de su vida y sus obras, peligro que vivía la comunidad de entonces, y peligro que vive nuestras comunidades cristianas hoy. Se trata, de amar a Dios y cumplir sus mandatos. Tratemos de descubrir en los mandatos que vienen de Dios y se nos manifiesta a través de la Iglesia, no una imposición externa, sino la “verdad más profunda de nuestras vidas”. Aquello que nos conducirá a una plena vida cristiana, aquello que hará que triunfemos sobre el mundo y reinemos con Cristo resucitado, ¡Señor nuestro y Dios nuestro!.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Aun son muchos los cristianos que tienen a Santo Tomás por patrón antes de ser testigo de Cristo resucitado, porque necesitan ver para poder seguir adelante con su fe. Dichosos los que crean sin haber visto, nos ha dicho el Señor. Abrazos a todos. Mary.