14 de marzo de 2009

De negocios con el Señor.


Celebramos el III domingo de Cuaresma. Al leer el pasaje de los mercaderes del Templo de Jerusalén (Jn. 2, 13-25), los cuales fueron expulsados por Jesús a fuerza de látigo, las mesas de los cambistas volteadas y las monedas desparramadas por el suelo, tenemos que pensar qué nos quiere decir hoy a nosotros el Señor con este incidente. Y sobre todo cuando nos dice: “no conviertan en un mercado la casa de mi Padre”.

El Señor se refiriere también a ese mercadeo y comercio, que con mucha frecuencia usamos en nuestra relación con Dios, concretamente en nuestra forma de pedirle a Dios tantas y tantas cosas. Es decir, queremos que el Señor entre a formar parte de nuestros negocios y trapicheos mundanos, y Él no está para eso.

Si pensamos bien en la forma en que oramos ¿no se parece nuestra oración a un negocio que estamos conviniendo con Dios? “Yo te pido esto, esto y esto, y a cambio te ofrezco tal cosa” ¿Cuántas veces no hemos orado así?. A veces también nuestra oración parece ser un pliego de peticiones, con una lista interminable de necesidades -reales o ficticias- sin ofrecer nada a cambio. A ambas actitudes puede estarse refiriendo el Señor cuando se opone al mercadeo en nuestra relación con El.

Fijémonos que en este pasaje del Evangelio los judíos “intervinieron para preguntarle ‘¿qué señal nos das de que tienes autoridad para actuar así?’”. Y, a juzgar por la respuesta, al Señor no le gustó que le pidieran señales.

¿Y nosotros? ¿No pedimos también señales? “Dios mío, quiero un milagro”, nos atrevemos a pedirle al Señor. “Señor, dame una señal”. Más aún: ¡cómo nos gusta ir tras las señales extraordinarias!

Estos fenómenos extraordinarios pueden venir de Dios o no... Cuando no vienen de Dios sirven para desviarnos del camino que nos lleva a Dios, pues lo que pretende el Enemigo es que nos quedemos apegados a esas señales y que realmente no busquemos a Dios, sino que vayamos tras esas manifestaciones extraordinaria., como si fueran Dios mismo.

Los fenómenos extraordinarios, cuando son realmente de origen divino, son signos de la presencia de Dios y de su Madre en medio de nosotros. Son signos de gracias especialísimas que sirven para llamarnos a la conversión, al cambio de vida, a enderezar rumbos para dirigir nuestra mirada y nuestro caminar hacia aquella Casa del Padre que es el Cielo que nos espera, si cumplimos la Voluntad de Dios aquí en la tierra.

Y esas señales son justamente para ayudarnos a que nos acerquemos a Dios. Pero ¿en qué consiste ese acercamiento? ¿En seguir buscando fenómenos extraordinarios? ¿En entusiasmarnos con esas señales como si éstas fueran el centro de la vida en Dios? No. El acercarnos a Dios consiste en que cumplamos su Voluntad, y en que nos ciñamos a sus criterios, a sus planes, a sus modos de ver las cosas.

Pero ¿qué sucede con demasiada frecuencia?. Pues sucede que, a pesar de estas señales, seguimos apegados a nuestra voluntad , a nuestros criterios, a nuestros modos de ver las cosas y no a Dios. Los criterios de Dios son contrarios a los criterios de los hombres.

No podemos quedarnos en lo externo, en lo que podemos ver y palpar con los sentidos del cuerpo. No podemos seguir buscando estos fenómenos por todas partes, como si fueran el centro de la cuestión, pues el centro de la cuestión es otro: es buscar la Voluntad de Dios para cumplirla.

Jesús expulsó a los mercaderes y cambistas de la casa de su Padre. No corramos nosotros el riesgo de ser expulsados para siempre de la morada eterna que nos espera en la otra Vida, la Casa del Padre.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola Norberto:

Hace solo unas horas estaba escuchando tu charla en el Retiro Cuaresmal de la Adoración Nocturna. Es la primera vez que entro en un blog. Yo lo creía más complicado. Estuviste bien en tu plática, aunque durante algunos minutos, el sueño me venció.

En cuanto al Evangelio de hoy, yo he tenido algunas pequeñas señales y alguna también grande de la protección de Dios. Ahora tengo 39 años. Pues bien, cuando tenía 24
casi me despeño por un precipicio en Tamadaba, camino de Agaete. Y allí estuvo la mano de Dios. No me maté de puro milagro. Iba con tres amigos. Pues ese mismo año también estuve a punto de matarme en la autopista del Sur. Una chica conducía y e iba medio dormida. Y después de eso, de cuando en cuando, percibo, donde no hay ni flores ni productos de limpieza, o en la calle, aromas finísimos y suaves. A veces de rosas y a veces de otras flores. Eso llena mucho espiritualmente. Bueno, Norberto: hasta la próxima que entre en tu blog. Oswaldo Q. D.

Anónimo dijo...

Muchas gracias Don Norberto. Me gusta mucho su página. Que Dios lo colme siempre de bendiciones.

Anónimo dijo...

solo decirte gracias