11 de abril de 2010

Tomás, Tomás...


Celebramos el II Domingo de Pascua.

El evangelio de este fin de semana, nos presenta a Jesús resucitado, en una de sus apariciones a los discípulos.

Hoy contemplamos la confesión de fe del apóstol Tomás. Ciertamente, a Tomás, apodado el Mellizo, no le faltaban razones, para desconfiar de las palabras de sus compañeros. Todos habían estado convencidos de que el Maestro, antes de morir, iba a restaurar el reino de Israel, todos ellos habían llegado a creer que el Reino de los cielos estaba a punto de llegar. Pero, después todo fue muy distinto... tristeza, desastre, desilusión... muerte.

A Jesús lo habían condenado y asesinado como un asesino más, colgándolo de un madero, y ahora, eran sus mismos compañeros los que le decían, ¡hemos visto al Señor!.

Ya habían pasado mucho para creerse ahora esto... Y si él mismo no veía en las manos del Señor a señal de los clavos, si no metía el dedo en el agujero de los clavos y no metía la mano en su costado, no lo iba a creer.

Y a los ocho días, ¡qué emoción!, ¡qué detalle de ternura y generosidad por parte del Señor!. Trae tu dedo, le dice a Tomás, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.

Esa era la palabra clave “creyente”. Tomás hasta ahora había querido ser racionalistamente lógico, pero no había sido creyente. No se había terminado de fiar de la Palabra del Señor. Probablemente es porque la Tomás, le había faltado el amor necesario. No había sabido mirar a su maestro con los ojos del corazón, con los ojos del alma. ¡las mujeres, siempre nos llevan la delantera, entre otras cosas porque aman mejor!. Pero ahora también él lo tenía claro: ¡Señor mío y Dios mío! Comenzaba ahora para él, un tiempo nuevo, tal vez de muerte, pero seguro que también de resurrección.

La fe y el amor le habían transformado. Tomás, el apóstol, puede ser, debe ser hoy para nosotros un ejemplo de persona creyente. Con los ojos del cuerpo miramos a nuestro alrededor y sólo vemos materialismo y ansias de dinero y de poder. Los caminos de Dios no son nuestros caminos, son bien distintos. Vamos a creer, con fe y amor, que Dios, a través de sus pobres criaturas humanas que somos todos nosotros, es capaz de transformar este equivocado mundo en el que vivimos. Ahora es tiempo de gozo, de resurrección, de vida.

Seamos nosotros, cada uno de nosotros, instrumentos de Dios para ir adelantando la venida del Reino de los cielos. Qué por nosotros no quede.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Todos tenemos algo de Tomás en nuestras vidas de cristianos. A muchos nos mueve el tener que ver para poder seguir creyendo que Dios sigue hoy actuando en el mundo. Que mezquinos que somos Señor. Saludos padre Roberto.