1 de noviembre de 2010

Santos y santas de Dios, rogad por nosotros.


Con esta invocación, culminamos las letanias de los santos en algunas celebraciones. La fiesta de “Todos los Santos” que celebra hoy nuestra Madre la Iglesia, y a quienes nos encomendamos, nos recuerda, que honramos a todos aquellos hermanos nuestros que vivieron esta vida en continua amistad con Dios y ahora lo contemplan cara a cara en su Reino. Celebramos a todos los que la Iglesia ha declarado oficialmente santos y a todos aquellos que sin estar en las listas oficiales, si que están en la lista de Dios, es decir, en el libro de la vida, y que son muchísimos más. Celebramos a aquellos que nos siguen enseñando que las bienaventuranzas del Evangelio, que escuchamos en la liturgia de hoy, siguen teniendo valor y son el mejor camino para llegar a la felicidad más pura y más bella que llamamos, con nuestro limitado lenguaje, el cielo.

Los santos son personas que han vivido en nuestro mundo, en tiempos también difíciles como el nuestro, poco ayudados o frecuentemente atacados y combatidos. Unos han sido padres de familia, otros adolescentes o jóvenes que han confesado a Cristo y han dado su sangre por Él, otros más han fundado una familia en la Iglesia, misioneros o madres de familia, doctores de la Iglesia o humildes hermanos legos, muchos, pero muchos, que ni siquiera figurarán en calendarios o serán llevados a los altares, pero han demostrado que sí es posible programar y vivir las vida según Dios. Fueron personas que pasaron de la teoría a la práctica, que supieron amar y fraguar en su vida el Evangelio, convirtiéndose en verdaderos discípulos y seguidores, y no se quedaron sólo en palabras. De ellos afirma la liturgia de la Misa: “en ellos encontramos ejemplo y ayuda para nuestra debilidad”. ¿No es esto lo que creemos y vivimos cuando expresamos que nuestra vida no termina con la muerte sino que esperamos la vida en plenitud, la vida de Dios?.

Pongamos empeño cada día en ser de verdad santos, cada uno en el lugar que ocupa en la sociedad, pero aspirando siempre a alcanzar aquella patria definitiva donde infinidad de hermanos nuestros ya alaban a Dios por los siglos de los siglos.

Todos los santos y santas de Dios, rogad por nosotros.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Aun no nos terminamos de creer que todos estamos llamados a ser santos de verdad, canonizables. La vida cristiana, es grande, por eso cuesta mucho si la queremos vivir como Cristo quiere que la vivamos. De lo contrario, podemos caer en el riesgo de "ir tirando". No podemos ser mezquinos en la vivencia de la fe. Cristo no defrauda nunca.

samrg dijo...

La santidad es el adorno de tu casa Señor por dias sin término. Así que tenemos que adecentar nuestra fachada para ser gratos a Dios. Continuemos nuestra escalada ya que el listón está bien alto y los escalones no son tampoco de bajo nivel...