22 de noviembre de 2008

En la fiesta de Cristo Rey


El año litúrgico llega a su fin, y desde que lo comenzamos, hemos ido recorriendo el círculo que describe la celebración de los diversos misterios que componen el único misterio de Cristo: el anuncio de su venida (Adviento), su muerte y resurrección (Ciclo Pascual), pasando por su nacimiento (Navidad), presentación al mundo (Epifanía) y el encuentro semanal de cada domingo. Con cada uno de ellos, hemos ido construyendo un arco, al que hoy ponemos la piedra angular. Este es el sentido profundo de la solemnidad de Cristo Rey del Universo, es decir, de Cristo Glorioso, centro de la creación, de la historia y del mundo.
Pío XI, estableciendo esta fiesta en 1925, quiso centrar la atención de todos en la imagen de Cristo, Rey divino, tal como la representaba la primitiva Iglesia, sentado a la derecha del Padre en el ábside de las basílicas cristianas, aparece rodeado de gloria y majestad. La cruz nos indica que de ella arranca la grandeza imponente de Jesucristo, Rey de vivos y de muertos.
Al anunciar y celebrar hoy el triunfo de Cristo, nos llenamos de alegría y esperanza, sabiendo que Él nos llevará a su reino eterno, si ahora damos de comer al hambriento, y de beber al sediento, vestir al desnudo, visitar a los enfermos, como nos dice en el Evangelio.
“Yo soy Rey”, fue la respuesta rotunda de Jesús a Pilato. Aunque la respuesta completa fue ésta: “Pero mi reino no es de aquí”.Pero si el reino de Jesucristo no es de este mundo, comienza y se realiza ya en este mundo.
Es verdad, que sólo al final de los tiempos y tras el juicio final alcanzará su plenitud definitiva, pero ya ahora, “el reino instaurado por Jesucristo actúa como fermento y signo de salvación para construir un mundo más justo, más fraterno, más solidario, inspirado en los valores evangélicos de la esperanza y de la bienaventuranza, a la que todos estamos llamados”.
Sin embargo, hoy son tantos los que se oponen al reino de Jesucristo. Porque es evidente que son muchos los hombres y mujeres que gritan: ¡No queremos Jesús, que Tú reines sobre nosotros!”. Ese es el grito que se esconde tras tantos diseños de la familia, de la educación, de la moda, de la cultura, de la sociedad actual.
Nosotros, los cristianos, los bautizados en la fe de la Iglesia, los que seguimos a Cristo y lo reconocemos como nuestro Rey y nuestro Dios, hemos de empeñarnos en lo contrario. Es decir, dejarle reinar en nuestra inteligencia, en nuestro corazón, en nuestra familia. Hacer que reine en nuestros familiares, amigos, compañeros de trabajo y gente que se cruce en nuestro caminar.
Cristo viene de la traducción griega del término hebreo “Mesías” que quiere decir “ungido”. No pasa a ser nombre propio de Jesús sino porque Él cumple perfectamente la misión divina que esa palabra significa, se le concede ese título.
A Cristo, como Hijo de Dios, le corresponde por naturaleza un absoluto dominio sobre todas las cosas salidas de sus manos creadoras. “Todas han sido creadas por y en Él. En el cielo y en la tierra, todas las cosas subsisten por Él, las visibles y las invisibles”. Pero además es Rey nuestro por derecho de conquista. Él nos rescató del pecado, de la muerte eterna.
Cristo reina ya mediante la Iglesia “Cristo murió y volvió a la vida para eso, para ser Señor de vivos y muertos”. Cristo es el Señor del Universo y de la historia.
Como Señor, Cristo es también la cabeza de la Iglesia que es su Cuerpo. Elevado al cielo y glorificado, habiendo cumplido así su misión, permanece en la tierra en su Iglesia.
Profundicemos hermanos en esta fiesta, llenos de agradecimiento, como aquellos colosenses a quienes Pablo dirige su carta, en el misterio de amor que es para nosotros Cristo Rey: “Demos gracias a Dios Padre, que nos libró del poder de las tinieblas y nos hizo dignos de la herencia de los santos en la luz, introduciéndonos en el Reino del Hijo de su amor, en el cual obtenemos por su sangre, el perdón de los pecados”.
Cristo se ofreció en la cruz, y con esa entrega, nos hace participar de su Reino de verdad y de vida, Reino de Santidad y de gracia, Reino de justicia, de amor y de paz.
Que el Señor nos aumente cada día el amor, la alegría, la entrega, la fidelidad, la constancia a su llamada, para trabajar en medio del mundo extendiendo su Reino, ese Reino que estamos llamados a vivir en esta vida, para luego gozarlo en plenitud cuando el Señor nos llame a su presencia.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Que bueno Padre. Me gusta mucho su blog. Le felicito.

Manantial Divino dijo...

Dios le bendiga Padre un Saludo desde el Portal Manantial Divino
http://www.mantialdivino.com/