La Misa de este domingo pone delante de nosotros una consideración muy importante, posiblemente de las más verdaderas que escuchamos nunca: esto se acaba. Caminamos hacia el final de nuestras vidas terrenas, esperamos la salvación final. A veces la verdad asusta pero es conveniente conocerla: la verdad siempre salva, la verdad siempre nos hace libres, nos permite elegir el bien. Una sociedad que detesta la verdad, detesta la libertad y no podrá alcanzar el bien.
Ante el final de nuestras vidas y el comienzo de la salvación, la Palabra de Dios nos propone tres cosas:
- Estad preparados
- Haceos tesoros en el Cielo.
- Al que mucho se le dio mucho se le exigirá
Estad preparados. Siempre en nuestras vidas nos estamos preparando. En el colegio nos preparamos para el Instituto. En el Instituto para la Universidad. En la Universidad para una profesión. En la vida para casarnos, para entregarnos a otra persona, a Dios. Todo aquello que nos interesa exige de nosotros que estemos preparados. Si queremos ganar un partido tenemos que entrenar mucho tiempo. Si queremos cocinar bien, antes tenemos que prepararnos. Las cosas necesitan preparación, y las cosas más importantes necesitan una preparación mayor. Ahora bien, lo más importante que esperamos es el Cielo. Al final de nuestras vidas nos espera el Cielo, ¿estamos preparados ya? ¿aquí y ahora? A la hora que menos penséis viene el Hijo del Hombre.
Haceos tesoros en el Cielo. La mejor forma de prepararse para el Cielo es ir poniendo allí nuestros tesoros. Ir preparando allí un hogar. En ese hogar están ya viviendo algunos de nuestros antepasados. Recordad lo que decía hace unos días el papa Francisco: nadie ha visto nunca un cortejo fúnebre que vaya seguido de un camión de mudanzas. Ningún muerto se lleva nada de esta vida a la otra. Sólo nuestras obras, lo que hacemos en esta vida, tiene su reflejo en la eternidad. Los tesoros del Cielo son nuestras buenas obras, nuestros detalles de amor y servicio al prójimo. Todo está contabilizado por Dios.
Al que mucho se le dio mucho se le exigirá. No podemos quedarnos tranquilos con lo que hacemos. Piensa en todo lo que te ha dado Dios: la vida, la familia, la fe, unos medios para vivir, una comunidad cristiana… Hay otros que no tienen casi nada de esto. A ellos, Dios les pedirá poco, pero a ti y a mí nos pedirá mucho, un montón, porque nosotros sabemos lo que el Señor quiere y tenemos que estar dispuesto a ponerlo en obra. Pensad en lo que ocurre en el Evangelio al criado que sabe lo que su amo quiere y no está dispuesto a ponerlo por obra. ¿Qué es lo que quiere Dios de nosotros?: obras de misericordia, obras de amor a Dios y al prójimo. (Extraído de Resimus).