No podemos negar, y eso lo constatamos cada vez más los sacerdotes, como el número de los que acuden al Sacramento de la Confesión ha descendido notablemente. Muchos no se han confesado desde que hicieron la Primera Comunión, amparándose en excusas tales como; "yo me confieso con Dios y con los santos", "al cura no le interesa mi vida íntima", "el cura es un pecador como yo", "mis cuentas se las debo a Dios"... y un sin fin de tonterias por el estilo. Otros, han abandonado esta práctica por dejadez o vergüenza simplemente. Pero lo más curioso de todo esto, es ver como se acude a recibir la Sagrada Comunión "más panchos que anchos", como decimos vulgarmente, como si nada hubiese pasado, sin los menores escrúpulos de conciencia, y creo no estar equivocado. Y es que el mayor mal de nuestro mundo, ya lo han dicho muchos Papas y santos en los últimos tiempos, es creer que nada es pecado, que todo vale, o en el peor de los casos, que el pecado y el demonio, (y perdón por si alguien se escandaliza), no existen.
En esta ocasión, adjunto una breve meditación del arzobispo castrense, Monseñor Juan del Río Martín, sobre el Sacramento de la Confesión y su importancia en nuestras vidas de cristianos y que bien nos puede servir de examen de conciencia para ver como está siendo nuestra práctica del sacramento o para retomarla y acudir con mayor frecuencia si la hemos abandonado.
"El olvido o la negación del pecado por parte del hombre moderno no significan que la realidad no exista, basta contemplar el panorama diario del mundo para percatarnos de que el pecado y el mal está ahí; hace estragos en el corazón de las personas y de los pueblos. Todo eso no es un invento de la Iglesia para tener atemorizada a la gente, como dicen algunos. Pero además, sucede que no podemos vivir sin la experiencia personal del perdón, ya que sería renunciar a la paz y a la tranquilidad de la conciencia. Ésta nos viene dada por la muerte y resurrección de Cristo, mediante la celebración del sacramento de la Penitencia según lo dispuesto p or la Iglesia.
Surge una cuestión: ¿por qué hay que acudir a un sacerdote y decirles nuestros pecados? El penitente encuentra en el confesor, no al individuo particular, sino a un ministro de Cristo y de la comunidad. El Señor se ha revelado al hombre por medio de nuestra carne, ello demuestra que su gracia salvadora siempre nos llega a través de signos y lenguajes propios de nuestra condición humana. Nosotros tenemos necesidad de saber que Dios nos ha perdonado. Por eso requerimos de alguien que, revestido de la potestad de “perdonar y retener” que Cristo dio a sus discípulos (cf. Mt 18,18; 16,17-19; Jn 20,19-23), nos dé la certeza interior de haber sido realmente perdonados y acogido por Dios. Solos, nunca sabríamos si lo que nos ha alcanzado es la gracia divina o la propia emoción.
La confesión no es un juicio de condena, sino la presencia del amor misericordioso de Dios, fuente de paz, alegría y consuelo. De ahí, la necesidad de recurrir a ella con frecuencia, porque mientras caminemos en “este valle de lágrimas” siempre habrá errores y debilidades. Para ello, es necesario hacer con seriedad los pasos que marca la tradición católica: contrición, confesión, y satisfacción (cf. Catecismo, 1450-1460).
El reciente discurso de Benedicto XVI a la Penitenciaria apostólica (25.3.2011), nos recuerda como el sacramento de la Reconciliación es “la escuela penitencial”. Comienza con el examen de conciencia que tiene un valor pedagógico de enseñarnos a mirar a nuestro interior y confrontarlo con la verdad del Evangelio. Continuando con la experiencia de ser escuchado en profundidad, a la vez de saber aceptar las amonestaciones y consejos del confesor, que son importantes para proseguir el camino espiritual y para la sanación interior del penitente. También la confesión integra de los pecados educa al cristiano en la humildad, en el reconocimiento de su propia fragilidad, en la necesidad del perdón divino y en la confianza de que la Gracia transforma la vida. Por último, acoger la absolución con verdadero arrepentimiento de los pecados es un instante especial donde se experimenta el amor misericordioso de Dios, a la vez que es una incitación a la conversión continua.
Este milagro de amor que es el sacramento del Perdón, no puede ser suplido por ningún gabinete psicológico, porque la Confesión no es un simple desahogo, sino la necesidad vital de cicatrizar las heridas de los pecados mediante el reencuentro con Dios y con la Iglesia".
8 comentarios:
Muy bueno el artículo Norbert. Gracias por tu ministerio y tus consejos. Abrazo. ML
Padre Norberto. Felicidades por su blog. Me gusta muchísimo. Que el Señor a quien sirve le recompense la labor que hace.
buenas tardes
lo mejor que pude hacer fue hablar contigo.me costo pero respire ya las cosas las veo de otra manera y se que te tengo hay para las cosas
buenas y malas.ya nos veremos
un abrazo
Los sacerdotes también debieran asumir su parte de responsabilidad porque también son muchos los sacerdotes que no se sientan en los confesionarios, que no predican sobre la confesión sacramental, ni sobre el pecado mortal, ni sobre el sacrilegio, que no hablan de la salvación, ni de la condenación, que no incluyen estos temas en las catequesis, etc.
En fin, frecuentemos todos este sacramento.
Buen comentario padre. Provechosa semana santa.
Dicen que la amistad es el mejor de los regalos. Gracias Norber por ser parte de mi fortuna. Que suerte es tener un amigo cura. Gracias por tu disponibilidad en todo momento y a cualquier hora. Un abrazo. mans
Subrayo todo lo que has dicho, Norberto. La penitencia es tan necesaria en la vida de un cristiano, como el comer para vivir. Podemos aplicar a Dios el dicho: "Quien bien te quiere, bien te hará llorar". Le ofendemos tanto a diario que necesitamos tenerle más presente y reconocer nuestra debilidad y nuestros despistes.
Excelente articulo. Si el Concilio de Trento no hubiese definido 7 sacramentos seguro que el Sacramento de la Penitencia hubiera desaparecido en nuestros días; tenemos que hablar mas desde el púlpito de este sacramento; dedicar horas al confesionario; aunque no venga nadie, pero que nos vean ahí sentandos; confesarnos mas y mejor lo sacerdotes; solo hací hacemos mas creible la fe; porque las palabras mueven pero los ejemplos arrastran.
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