La agresión sufrida el pasado 18 de abril por monseñor André-Joseph Léonard, arzobispo de Bruselas-Malines, ha recorrido como un escalofrío toda Europa.
Las imágenes estremecen por la ferocidad y el odio con que se comportaron las agresoras, un grupo de feministas radicales denominado Femen.
Irrumpieron en el aula de la Universidad Libre de Bruselas donde monseñor Léonard estaba pronunciando una conferencia. Iban desnudas de torso, llevaban consignas pintadas en el cuerpo y gritaban "¡Stop, homofobia!".
Rodearon al obispo y vaciaron sobre su cuerpo botellas de agua con una imagen de la Virgen en el exterior, mientras seguían insultándole y gritando consignas hirientes contra la Iglesia y se burlaban de los símbolos cristianos.
La noticia de la agresión ha dado la vuelta al mundo. Pero lo que ha asombrado a millones de personas es la actitud serena y orante del obispo durante el ataque.
En plena agresión, mientras las autoras del atentado escupían todo su odio y lo humillaban empapándole de agua y exhibiéndose desnudas delante de él, monseñor Léonard tomó la imagen de Nuestra Señora de Lourdes que las agresoras habían tirado sobre la mesa y la besó.
Esta respuesta es un motivo de orgullo y reconocimiento, no solo para los católicos, sino para cualquiera que aprecie el valor de la dignidad humana.
No es la primera vez que monseñor Léonard sufre una agresión. En 2011, un grupo de radicales estampó cuatro tartas en su cara, durante un acto en la Universidad de Lovaina. En dos ocasiones más, le propinaron un tartazo, una durante la celebración de una Eucaristía, y otra, en plena calle, cuando se disponía a entrar en un edificio.
Los medios periodísticos y las oficinas gubernamentales de todo el mundo glosan estos días el ejemplo de resistencia pacífica y valiente que ha dado monseñor André-Joseph Léonard al fantasma de la intolerancia religiosa que parece renacer en Europa para evocar los peores instintos de la historia de la Humanidad.
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