Desde el cielo una hermosa mañana,
la Guadalupana bajó al Tepeyac.
Suplicante juntaba sus manos,
y eran mexicanos su porte y su faz.
Junto al monte pasaba Juan Diego,
y acercose luego al oir cantar.
Juan Dieguito, la Virgen le dijo;
este cerro elijo para hacer mi altar.
Desde entonces para el mexicano,
ser Guadalupano es algo esencial.
En sus penas se postra de hinojos,
y eleva sus ojos hacia el Tepeyac.
En la tilma entre rosas pintadas,
su imagen amada se digno dejar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario