En este tercer domingo de Adviento, llamado tambien "Domingo de Gaudete", la Iglesia nos exhorta con insistencia a vivir bien este tiempo cultivando el espíritu de oración, que debe caracterizar toda nuestra vida. Sólo por medio de la oración alcanzamos el clima adecuado para encontrarnos con Dios y ser dignos de recibir sus dones, entre los cuales sobresale el gran don de su próxima venida en la Navidad.
Precisamente este don constituye uno de los motivos principales para estar alegres, pues viene a nosotros nuestro Salvador. Ante todas esas muestras del amor de Dios debemos corresponder con vivo agradecimiento.
La primera lectura de Isaías (61,1-2.10-11) refuerza el motivo de gozo que debe acompañarnos en estos días de espera presentándonos de modo bastante completo en qué consiste la misión de Cristo, nuestro Salvador: viene a traer la buena nueva, a vendar los corazones rotos; a pregonar la liberación, y un año de gracia del Señor, a consolar... Por ello debemos estar siempre alegres en el Señor, llenos de esperanza y de gozo, porque tenemos un Dios que nos ama tanto, que hace hasta lo imposible para hacernos partícipes de su salvación.
En el pasaje del evangelio de Juan (1,6-8.19-28) es san Juan el Bautista quien, con su testimonio de precursor humilde de Cristo, nos ofrece una clave para poder participar de los dones que Dios quiere comunicarnos: la necesidad de vaciarnos de nosotros mismos, pues Dios no puede donarse a sí mismo, ni puede salvarnos, si nosotros estamos llenos de nosotros mismos. Para prepararnos a la venida de Cristo en esta Navidad debemos vaciarnos de nosotros mismos, para dejar espacio a Dios en nuestro corazón.
Secundando la exhortación de san Pablo (1Ts 5,16-24), estamos invitados a fomentar el gozo en nuestras vidas por todas las bendiciones que Dios nos otorga y a volvernos a Él en una oración perseverante y llena de gratitud. Gocemos de todo lo hermoso y bello de los dones materiales y también de los dones espirituales, descubriendo en ellos al Dador de todo bien, a Dios. Infundamos a nuestra jornada diaria, en diversos momentos, el aliento espiritual de la oración que nos ayudará a vivir siempre en su presencia y bajo su bendición. Y, finalmente, que la gratitud sea una expresión continua que brote de nuestros labios y que vaya acompañada de nuestras obras. Gratitud, porque nos descubrimos destinatarios del amor infinito y misericordioso de un Dios que tanto nos ama que viene nuevamente a nosotros en esta Navidad para llenar nuestras vidas de sentido y de felicidad.
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