17 de febrero de 2010

Cuaresma, un tiempo para Dios.


Qué capacidad tan extraña tiene el hombre para olvidarse de las cosas más maravillosas, para acostumbrarse al misterio! Consideremos de nuevo, en esta Cuaresma, que el cristiano no puede ser superficial. Estando plenamente metido en su trabajo ordinario, entre los demás hombres, sus iguales, atareado, ocupado, en tensión, el cristiano ha de estar al mismo tiempo metido totalmente en Dios, porque es hijo de Dios.

La filiación divina es una verdad gozosa, un misterio consolador. La filiación divina llena toda nuestra vida espiritual, porque nos enseña a tratar, a conocer, a amar a nuestro Padre del Cielo, y así colma de esperanza nuestra lucha interior, y nos da la sencillez confiada de los hijos pequeños. Más aún: precisamente porque somos hijos de Dios, esa realidad nos lleva también a contemplar con amor y con admiración todas las cosas que han salido de las manos de Dios Padre Creador. Y de este modo somos contemplativos en medio del mundo, amando al mundo.

En la Cuaresma la liturgia tiene presentes la consecuencias del pecado de Adán en la vida del hombre. Adán no quiso ser un buen hijo de Dios, y se rebeló. Pero se oye también, continuamente, el eco de ese felix culpa —culpa feliz, dichosa— que la Iglesia entera cantará, llena de alegría, en la vigilia del Domingo de Resurrección.

Dios Padre, llegada la plenitud de los tiempos, envió al mundo a su Hijo Unigénito, para que restableciera la paz; para que, redimiendo al hombre del pecado, adoptionem filiorum reciperemus, fuéramos constituidos hijos de Dios, liberados del yugo del pecado, hechos capaces de participar en la intimidad divina de la Trinidad. Y así se ha hecho posible a este hombre nuevo, a este nuevo injerto de los hijos de Dios, liberar a la creación entera del desorden, restaurando todas las cosas en Cristo, que los ha reconciliado con Dios.

Tiempo de penitencia, pero, como hemos visto, no es una tarea negativa. La Cuaresma ha de vivirse con el espíritu de filiación, que Cristo nos ha comunicado y que late en nuestra alma. El Señor nos llama para que nos acerquemos a El deseando ser como El: sed imitadores de Dios, como hijos suyos muy queridos, colaborando humildemente, pero fervorosamente, en el divino propósito de unir lo que está roto, de salvar lo que está perdido, de ordenar lo que ha desordenado el hombre pecador, de llevar a su fin lo que se descamina, de restablecer la divina concordia de todo lo creado. (De la obra “Es Cristo que pasa”, de San Josemaría Escrivá).

Mensaje cuaresmal del Santo Padre Benedicto XVI.


Queridos hermanos y hermanas:

Cada año, con ocasión de la Cuaresma, la Iglesia nos invita a una sincera revisión de nuestra vida a la luz de las enseñanzas evangélicas. Este año quiero proponeros algunas reflexiones sobre el vasto tema de la justicia, partiendo de la afirmación paulina: «La justicia de Dios se ha manifestado por la fe en Jesucristo» (cf. Rm 3,21-22).

Justicia: “dare cuique suum”

Me detengo, en primer lugar, en el significado de la palabra “justicia”, que en el lenguaje común implica “dar a cada uno lo suyo” - “dare cuique suum”, según la famosa expresión de Ulpiano, un jurista romano del siglo III. Sin embargo, esta clásica definición no aclara en realidad en qué consiste “lo suyo” que hay que asegurar a cada uno. Aquello de lo que el hombre tiene más necesidad no se le puede garantizar por ley. Para gozar de una existencia en plenitud, necesita algo más íntimo que se le puede conceder sólo gratuitamente: podríamos decir que el hombre vive del amor que sólo Dios, que lo ha creado a su imagen y semejanza, puede comunicarle. Los bienes materiales ciertamente son útiles y necesarios (es más, Jesús mismo se preocupó de curar a los enfermos, de dar de comer a la multitud que lo seguía y sin duda condena la indiferencia que también hoy provoca la muerte de centenares de millones de seres humanos por falta de alimentos, de agua y de medicinas), pero la justicia “distributiva” no proporciona al ser humano todo “lo suyo” que le corresponde. Este, además del pan y más que el pan, necesita a Dios. Observa san Agustín: si “la justicia es la virtud que distribuye a cada uno lo suyo... no es justicia humana la que aparta al hombre del verdadero Dios” (De Civitate Dei, XIX, 21).

¿De dónde viene la injusticia?

El evangelista Marcos refiere las siguientes palabras de Jesús, que se sitúan en el debate de aquel tiempo sobre lo que es puro y lo que es impuro: “Nada hay fuera del hombre que, entrando en él, pueda contaminarle; sino lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre... Lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre. Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen las intenciones malas” (Mc 7,15. 20-21). Más allá de la cuestión inmediata relativa a los alimentos, podemos ver en la reacción de los fariseos una tentación permanente del hombre: la de identificar el origen del mal en una causa exterior. Muchas de las ideologías modernas tienen, si nos fijamos bien, este presupuesto: dado que la injusticia viene “de fuera”, para que reine la justicia es suficiente con eliminar las causas exteriores que impiden su puesta en práctica. Esta manera de pensar ―advierte Jesús― es ingenua y miope. La injusticia, fruto del mal, no tiene raíces exclusivamente externas; tiene su origen en el corazón humano, donde se encuentra el germen de una misteriosa convivencia con el mal. Lo reconoce amargamente el salmista: “Mira, en la culpa nací, pecador me concibió mi madre” (Sal 51,7). Sí, el hombre es frágil a causa de un impulso profundo, que lo mortifica en la capacidad de entrar en comunión con el prójimo. Abierto por naturaleza al libre flujo del compartir, siente dentro de sí una extraña fuerza de gravedad que lo lleva a replegarse en sí mismo, a imponerse por encima de los demás y contra ellos: es el egoísmo, consecuencia de la culpa original. Adán y Eva, seducidos por la mentira de Satanás, aferrando el misterioso fruto en contra del mandamiento divino, sustituyeron la lógica del confiar en el Amor por la de la sospecha y la competición; la lógica del recibir, del esperar confiado los dones del Otro, por la lógica ansiosa del aferrar y del actuar por su cuenta (cf. Gn 3,1-6), experimentando como resultado un sentimiento de inquietud y de incertidumbre. ¿Cómo puede el hombre librarse de este impulso egoísta y abrirse al amor?

Justicia y Sedaqad

En el corazón de la sabiduría de Israel encontramos un vínculo profundo entre la fe en el Dios que “levanta del polvo al desvalido” (Sal 113,7) y la justicia para con el prójimo. Lo expresa bien la misma palabra que en hebreo indica la virtud de la justicia: sedaqad,. En efecto, sedaqad significa, por una parte, aceptación plena de la voluntad del Dios de Israel; por otra, equidad con el prójimo (cf. Ex 20,12-17), en especial con el pobre, el forastero, el huérfano y la viuda (cf. Dt 10,18-19). Pero los dos significados están relacionados, porque dar al pobre, para el israelita, no es otra cosa que dar a Dios, que se ha apiadado de la miseria de su pueblo, lo que le debe. No es casualidad que el don de las tablas de la Ley a Moisés, en el monte Sinaí, suceda después del paso del Mar Rojo. Es decir, escuchar la Ley presupone la fe en el Dios que ha sido el primero en “escuchar el clamor” de su pueblo y “ha bajado para librarle de la mano de los egipcios” (cf. Ex 3,8). Dios está atento al grito del desdichado y como respuesta pide que se le escuche: pide justicia con el pobre (cf. Si 4,4-5.8-9), el forastero (cf. Ex 20,22), el esclavo (cf. Dt 15,12-18). Por lo tanto, para entrar en la justicia es necesario salir de esa ilusión de autosuficiencia, del profundo estado de cerrazón, que es el origen de nuestra injusticia. En otras palabras, es necesario un “éxodo” más profundo que el que Dios obró con Moisés, una liberación del corazón, que la palabra de la Ley, por sí sola, no tiene el poder de realizar. ¿Existe, pues, esperanza de justicia para el hombre?.

Cristo, justicia de Dios

El anuncio cristiano responde positivamente a la sed de justicia del hombre, como afirma el Apóstol Pablo en la Carta a los Romanos: “Ahora, independientemente de la ley, la justicia de Dios se ha manifestado... por la fe en Jesucristo, para todos los que creen, pues no hay diferencia alguna; todos pecaron y están privados de la gloria de Dios, y son justificados por el don de su gracia, en virtud de la redención realizada en Cristo Jesús, a quien exhibió Dios como instrumento de propiciación por su propia sangre, mediante la fe, para mostrar su justicia (Rm 3,21-25).

¿Cuál es, pues, la justicia de Cristo? Es, ante todo, la justicia que viene de la gracia, donde no es el hombre quien repara, y se cura a sí mismo y a los demás. El hecho de que la “propiciación” tenga lugar en la “sangre” de Jesús significa que no son los sacrificios del hombre los que le libran del peso de las culpas, sino el gesto del amor de Dios que se abre hasta el extremo, hasta aceptar en sí mismo la “maldición” que corresponde al hombre, a fin de transmitirle en cambio la “bendición” que corresponde a Dios (cf. Ga 3,13-14). Pero esto suscita en seguida una objeción: ¿qué justicia existe dónde el justo muere en lugar del culpable y el culpable recibe en cambio la bendición que corresponde al justo? Cada uno no recibe de este modo lo contrario de “lo suyo”? En realidad, aquí se manifiesta la justicia divina, profundamente distinta de la humana. Dios ha pagado por nosotros en su Hijo el precio del rescate, un precio verdaderamente exorbitante. Frente a la justicia de la Cruz, el hombre se puede rebelar, porque pone de manifiesto que el hombre no es un ser autárquico, sino que necesita de Otro para ser plenamente él mismo. Convertirse a Cristo, creer en el Evangelio, significa precisamente esto: salir de la ilusión de la autosuficiencia para descubrir y aceptar la propia indigencia, indigencia de los demás y de Dios, exigencia de su perdón y de su amistad.

Se entiende, entonces, cómo la fe no es un hecho natural, cómodo, obvio: hace falta humildad para aceptar tener necesidad de Otro que me libere de lo “mío”, para darme gratuitamente lo “suyo”. Esto sucede especialmente en los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía. Gracias a la acción de Cristo, nosotros podemos entrar en la justicia “más grande”, que es la del amor (cf. Rm 13,8-10), la justicia de quien en cualquier caso se siente siempre más deudor que acreedor, porque ha recibido más de lo que podía esperar.

Precisamente por la fuerza de esta experiencia, el cristiano se ve impulsado a contribuir a la formación de sociedades justas, donde todos reciban lo necesario para vivir según su propia dignidad de hombres y donde la justicia sea vivificada por el amor.

Queridos hermanos y hermanas, la Cuaresma culmina en el Triduo Pascual, en el que este año volveremos a celebrar la justicia divina, que es plenitud de caridad, de don y de salvación. Que este tiempo penitencial sea para todos los cristianos un tiempo de auténtica conversión y de intenso conocimiento del misterio de Cristo, que vino para cumplir toda justicia. Con estos sentimientos, os imparto a todos de corazón la bendición apostólica.




BENEDICTUS PP. XVI

16 de febrero de 2010

Señor, sólo Tú.


Frente a la riqueza que todo lo invade,
dame tu pobreza que todo lo enriquece.
Frente a los manjares que el mundo me ofrece
dame el hambre de Ti para no perderte.

Antes que la alegría en sonrisas fingidas
da a mis ojos lágrimas y pena con los que lloran.
Antes que cobardía frente a los que me insultan
dame valentía y perseverancia en tu camino.

Antes que deseos de poder y de apariencia
dame humildad y saber siempre estar de tu lado.
Antes que vanidad o ansias de aplausos
dame la satisfacción de ser tu amigo.

Que mi confianza, Señor, seas Tú.
Que mi riqueza, Señor, seas Tú.
Que mi alimento, Señor, seas Tú.
Que mi alegría, Señor, seas Tú.
Que mi fortaleza, Señor, seas Tú.
Que mi horizonte, Señor,
ahora y siempre seas Tú.
Amén.

14 de febrero de 2010

Seremos bienaventurados...


Bienaventurados si no nos olvidamos de Dios.

Bienaventurados si sonreímos aunque estemos llorando.

Bienaventurados si no presumimos de ser ricos.

Bienaventurados si no tememos decir la verdad.

Bienaventurados si no valoramos sólo el mundo.

Bienaventurados si miramos al cielo.

Bienaventurados si no olvidamos al que sufre.

Bienaventurados si somos fuertes en la fe.

Bienaventurados si no nos burlamos de los débiles.

Bienaventurados si nos dejamos tocar por Dios.

Bienaventurados si creemos en la Resurrección.

Bienaventurados si no ponemos en el centro al mundo.

Bienaventurados si avanzamos con y por Jesús.

12 de febrero de 2010

Los ángeles.


A pesar de que la existencia, la presencia y la realidad de los ángeles custodios está expresada claramente en las Sagradas Escrituras y en la tradición milenaria de la Iglesia, la devoción a los ángeles, sobre todo en el periodo post-conciliar, ha sido banalizada e incluso rechazada.

En el mundo secularizado, los ángeles se han convertido además en objeto de espiritismo, irenismo, y su banalización los ha llevado incluso al interior de los movimientos new age.

Para dar a conocer la realidad de los ángeles, y su función en la realidad, en la tradición y en la devoción católica, don Marcello Stanzione, párroco de la Abadía de santa María Nova en el municipio de Campagna (Salerno, Italia), ha refundado la Asociación Milicia de san Miguel Arcángel, cada año organiza un congreso internacional y publica libros sobre el tema. Uno de sus últimos libros se titula “Invito alla devozione degli angeli custodi" (“Invitación a la devoción a los ángeles custodios” de Ediciones Villadiseriane).

Para profundizar en el conocimiento de los ángeles custodios y de su devoción, el sacerdote Don Marcello Stanzione responde a un serie de preguntas:

- ¿Qué son los ángeles custodios? ¿Existen realmente?

Don Marcello: Son una categoría particular de criaturas de Dios, espíritus incorpóreos que tienen la tarea de proteger individualmente a cada individuo.

Hay distintas categorías de ángeles que tienen diferentes misiones. Por ejemplo, los ángeles del Padre, los ángeles del Hijo, los ángeles del Espíritu Santo y los ángeles de la Virgen. Después están, por ejemplo, los ángeles que rigen los elementos del cosmos.

Los ángeles existen verdaderamente porque lo afirma Jesucristo, lo reafirma el Magisterio de la Iglesia, toda la Tradición teológica y, a nivel lógico-racional, son uno de los anillos de la Creación, junto al reino mineral, vegetal, animal y humano.

- Sin embargo, tras el Concilio Vaticano II, sobre todo en el Catecismo escrito de la Iglesia holandesa, se negaba la existencia de los ángeles custodios. ¿Qué dicen las Sagradas Escrituras? ¿Y la Tradición?

Don Marcello: Como siempre he recordado, la infiltración teológica post-conciliar de algunos profesores “del Rin” que han “protestantizado” la teología católica, ha llevado a la marginación, si no incluso a la burla de algunos temas específicos del catolicismo, como por ejemplo el purgatorio y los ángeles, tanto los buenos como los malos.

Casi todas las páginas de la Biblia hablan de los ángeles, que no son metáforas sino personas reales, dotadas de espíritu e inteligencia.

La Tradición que cuenta es la de los santos, y los ángeles están presentes en casi todas las hagiografías de los místicos más importantes (san Juan de la Cruz, santa Teresa de Ávila, santa Francisca Romana, san Pío de Pietrelcina, santa Faustina Kowalska, san Josemaría Escrivá de Balaguer,...).

- ¿Por qué el Señor ha creado a los ángeles de la guarda? ¿Cuáles son sus responsabilidades?

Don Marcello: Como la vida sobre la tierra está expuesta a graves peligros, tanto para el cuerpo como para el alma, y todas las personas importantes tienen un escolta o la guardia personal, como nosotros somos importantísimos para Dios, el Señor ha puesto a nuestro lado un espíritu celeste que, como dice la famosa oración Angele Dei, nos ilumina, nos custodia, nos dirige y nos conduce a la salvación del Paraíso.

- ¿Cómo y cuándo nació la fiesta de los ángeles custodios?

-Don Marcello: El obispo de Rodez François d'Estaing tenía una particular devoción a los ángeles custodios y, después de muchas pruebas, luchas y sufrimiento, logró que el Papa León X, en 1518, aprobara la Fiesta de los ángeles Custodios para solemnizar el 2 de octubre que, a la vez, era el primer día libre después de la Fiesta de san Miguel.

- ¿Cómo puede y debe cada persona referirse a su ángel de la guarda?

Don Marcello: San Bernardo, en el siglo XII, respecto a los espíritus celestes, habla de “reverencia por la persona, devoción a la benevolencia y confianza en la custodia”.

- ¿Podría indicarnos algún grupo o asociación católica promotor de la devoción a los ángeles y a la práctica de la piedad angélica?

Don Marcello: En Francia está la Asociación de los Santos ángeles Custodios, con sede central en Lyon, y está animada, desde el 1891 por los Clérigos regulares de san Viator.

Esa asociación edita una revista periódica mensual titulada “El Ángel Custodio”. Para recibirla, se puede escribir a 21, montée saint.Laurent 60005 Lyon (F).

Después está la Opus Angelorum, fundada el 26 de abril de 1949 en Austria por Gabriella Bitterlich. Su sede italiana está en Roma, en Via Antonio Musa, 8. Teléfono 06-8968450 o 06-44251479.

También la Confraternidad de san Miguel Arcángelo en el Monte Gargano, actualmente guiada por los Padres Micaelitas polacos.

Finalmente, en Roma, está la Pía Unión de san Miguel Arcángel, que tiene su sede en la Colegiata de San Ángel en Pescheria, en el Pórtico de Octavia, actualmente guiada por los Padres Caracciolini. (Información extraída de Zenit).

11 de febrero de 2010

Salud de los enfermos...


Quien de nosotros, peregrinos en Lourdes, y entre la multitud de enfermos y peregrinos llegados de todo el mundo, no ha cantado con gran emoción el Ave María dedicado a la Virgen. Hoy, en su día, día también de los enfermos, recordamos esas estrofas que nos enseñaron desde pequeños, al tiempo que le pedimos por todos aquellos hermanos nuestros que padecen en sus vidas, el azote del dolor, de la enfermedad, y tal vez, de la soledad. Que María Santísima de Lourdes, Salud de los enfermos, interceda por ellos ante el Padre.

La Reina del cielo,
la Madre de Dios,
en Lourdes, benigna,
su trono fijó.
Ave, Ave, Ave María...

Del cielo ha bajado
la Madre de Dios,
cantemos el «Ave»
a su Concepción.
Ave, Ave, Ave María...

Un largo rosario
que el cielo labró
sostiene en sus manos
más puras que el sol.
Ave, Ave, Ave María...

«Haced penitencia
y ardiente oración
por los pecadores
que ofenden a Dios».
Ave, Ave, Ave María...

Aquí los enfermos
encuentran vigor;
aquí luz y vida
halla el pecador.
Ave, Ave, Ave María...

9 de febrero de 2010

En favor de la Vida y la Familia.


La diócesis de Roma está celebrando la Semana de la Vida y la Familia, y el Papa ha señalado que la crisis afecta también a esta realidad.

Tras el rezo del ángelus y el responso por los fieles difuntos, el Papa Benedicto XVI recordó a los peregrinos en la plaza de San Pedro que Italia celebraba la Jornada por la Vida bajo el lema: «La fuerza de la vida, un desafío en la pobreza». Además, también la diócesis de Roma desarrolla estos días la Semana de la Vida y la Familia. La jornada este año relaciona la crisis, la pobreza y las amenazas contra la vida, que en Occidente incluyen el aborto y la eutanasia y en otros países, la guerra y la violencia. «En el actual periodo de dificultad económica, se vuelven más dramáticos los mecanismos que, produciendo pobreza y creando fuertes desigualdades sociales, hieren y ofenden la vida, afectando sobre todo a los más débiles e indefensos», lamentó el Pontífice.

Ante estas situaciones, Benedicto XVI repitió su propuesta enunciada en su última encíclica de tema social, «Caritas in veritate», al pedir «un desarrollo humano integral para superar la indigencia y la necesidad». Puntualizó que la finalidad del hombre «no es el bienestar, sino Dios mismo, y que hay que defender la existencia humana y favorecerla en cada fase». Y añadió: «De hecho, nadie es dueño de su propia vida, por lo que todos estamos llamados a custodiarla y respetarla, desde el momento de la concepción, hasta su muerte natural», en una clara condena del aborto y de todo homicidio que se suma a 2000 años de tradición católica en ese sentido.

Del mismo modo, el martes pasado el Papa se refirió con más detalle al tema de la eutanasia y el dolor. «La eutanasia es una falsa solución al drama del sufrimiento, una solución que no es digna del hombre. La verdadera respuesta no puede ser, de hecho, dar muerte, no importa lo suave que sea, sino testificar el amor que ayuda a encarar el dolor y la agonía de una forma humana. Podemos estar seguros de una cosa: ninguna lágrima, ni de los que sufren, ni de los que les acompañan, se pierde ante Dios», afirmó, mientras Italia recuerda el fallecimiento, hace un año, de la joven enferma Eluana Englaro, a la que su familia retiró la alimentación. Las palabras del Papa fueron recibidas con aplausos por numerosos militantes de grupos pro vida congregados en la plaza.

7 de febrero de 2010

EL DOMINGO, EL DÍA DEL SEÑOR.


Muchos son los que se consideran cristianos, creyentes convencidos, católicos hasta la médula, comprometidos con la Iglesia, pero viven su fe al margen de la celebración dominical de la Eucaristía. Es Domingo, el día del Señor, y que mejor día que hoy para repasar los siguientes puntos del Catecismo de la Iglesia Católica (CIC), que nos hablan del significado del Domingo y su importancia para el cristiano.

2177 La celebración dominical del Día y de la Eucaristía del Señor tiene un papel principalísimo en la vida de la Iglesia. "El domingo en el que se celebra el misterio pascual, por tradición apostólica, ha de observarse en toda la Iglesia como fiesta primordial de precepto" (CIC, can. 1246,1). "Igualmente deben observarse los días de Navidad, Epifanía, Ascensión, Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, Santa María Madre de Dios, Inmaculada Concepción y Asunción, San José, Santos Apóstoles Pedro y Pablo y, finalmente, todos los Santos" (CIC, can. 1246,1).

2178 Esta práctica de la asamblea cristiana se remonta a los comienzos de la edad apostólica (cf Hch 2,42-46; 1 Co 11,17). La carta a los Hebreos dice: "no abandonéis vuestra asamblea, como algunos acostumbran hacerlo, antes bien, animaos mutuamente" (Hb 10,25). La tradición conserva el recuerdo de una exhortación siempre actual: "Venir temprano a la Iglesia, acercarse al Señor y confesar sus pecados, arrepentirse en la oración...Asistir a la sagrada y divina liturgia, acabar su oración y no marchar antes de la despedida...Lo hemos dicho con frecuencia: este día os es dado para la oración y el descanso. Es el día que ha hecho el Señor. En él exultamos y nos gozamos (Autor anónimo, serm. dom.).

2180 El mandamiento de la Iglesia determina y precisa la ley del Señor: "El domingo y las demás fiestas de precepto los fieles tienen obligación de participar en la Misa" (CIC, can. 1247). "Cumple el precepto de participar en la Misa quien asiste a ella, dondequiera que se celebre en un rito católico, tanto el día de la fiesta como el día anterior por la tarde" (CIC, can. 1248,1)

2181 La eucaristía del Domingo fundamenta y ratifica toda la práctica cristiana. Por eso los fieles están obligados a participar en la eucaristía los días de precepto, a no ser que estén excusados por una razón seria (por ejemplo, enfermedad, el cuidado de niños pequeños) o dispensados por su pastor propio (cf CIC, can. 1245). Los que deliberadamente faltan a esta obligación cometen un pecado grave.

2182 La participación en la celebración común de la eucaristía dominical es un testimonio de pertenencia y de fidelidad a Cristo y a su Iglesia. Los fieles proclaman así su comunión en la fe y la caridad. Testimonian a la vez la santidad de Dios y su esperanza de la salvación. Se reconfortan mutuamente, guiados por el Espíritu Santo.

2183 "Cuando falta el ministro sagrado u otra causa grave hace imposible la participación en la celebración eucarística, se recomienda vivamente que los fieles participen en la liturgia de la palabra, si ésta se celebra en la iglesia parroquial o en otro lugar sagrado conforme a lo prescrito por el Obispo diocesano, o permanezcan en oración durante un tiempo conveniente, solos o en familia, o, si es oportuno, en grupos de familias" (CIC, can. 1248,2).

Por tu palabra, echaremos las redes...


Celebramos el V domingo del Tiempo Ordinario. El pasaje del evangelio de hoy, nos narra la vocación de Simón Pedro y de los primeros Apóstoles. Después de haber hablado a la multitud desde la barca de Simón, Jesús les pide que se alejen de la costa para pescar. Pedro explica las dificultades que habían encontrado la noche anterior, durante la cual, aun habiendo bregado, no habían logrado pescar nada. Pedro y sus compañeros conocen muy bien el lago, y saben que es inútil querer pescar hoy. Sin embargo, Pedro se fía plenamente del Señor y realiza su primer gesto de confianza en él: «Por tu palabra, echaré las redes» (Lc 5, 5).

Tras hundir las redes en el agua, los pescadores empiezan al cabo de poco a hacer esfuerzos enormes para mantenerlas y sacarlas a flote, sin que se les rompan. Llenan las dos barcas de peces a más no poder, de modo que casi se hunden, y con esfuerzo llegan sanos y salvos hasta la orilla.

Los pescadores son gentes del lago, que conocen su oficio, y no salen de su asombro. Jesús les sonríe animándoles al tiempo que les promete: ¡Vengan! ¡No tengan miedo!, desde hoy serán pescadores de hombres.

El prodigio de la pesca milagrosa, es un signo manifiesto del poder divino de Jesús y, al mismo tiempo, anuncia la misión que se confiará al Pescador de Galilea, es decir, guiar la barca de la Iglesia en medio de las olas de la historia y recoger con la fuerza del Evangelio una multitud innumerable de hombres y mujeres procedentes de todas las partes del mundo.

La llamada de Pedro y de los primeros Apóstoles es obra de la iniciativa gratuita de Dios, a la que responde el hombre desde su libertad. Este diálogo de amor con el Señor ayuda al ser humano a tomar conciencia de sus límites y, a la vez, del poder de la gracia de Dios, que purifica y renueva la mente y el corazón: «No temas: desde ahora, serás pescador de hombres». El éxito final de la misión está garantizado por la asistencia divina. Dios es quien lleva todo hacia su pleno cumplimiento. A nosotros se nos pide que confiemos en él y que aceptemos dócilmente su voluntad.

¡No temas! ¡Cuántas veces el Señor nos repite esta invitación! Sobre todo hoy, en una época marcada por grandes incertidumbres, angustias y miedos, estas palabras resuenan como una llamada a confiar en Dios, a dirigir nuestra mirada hacia él, que guía el destino de la historia con la fuerza de su Espíritu, no nos abandona en la prueba y asegura nuestros pasos en la fe.

Dejemos que esta invitación del Señor, impregne nuestra existencia. Dios llama a todos los creyentes a que lo sigan; les pide que se conviertan en cooperadores de su proyecto salvífico. Como Simón Pedro, también nosotros podemos proclamar: «Por tu palabra, Señor, echaré las redes ». ¡Por tu palabra! Su palabra es el Evangelio, mensaje perenne de salvación que, si se acoge y vive, transforma la existencia. El día de nuestro bautismo nos comunicaron esta «buena nueva», que debemos profundizar personalmente y testimoniar con valentía.

La misión de pescar compromete, por llamamiento expreso del Señor, a los Pastores de la Iglesia, al Papa, Obispos y Sacerdotes, a los misioneros y misioneras que llevan el Evangelio a todas partes, pero… ¿y a los laicos? ¿Qué les toca hacer? ¿Están los seglares privados de la obra misionera de la Iglesia?.

Pues claro que no. Los laicos están llamados a ser apóstoles de primera calidad. Cada cual en el puesto que ocupa, sin dejar ni una sola de las obligaciones que tiene.

Tras el Concilio Vaticano II se ha despertado en la Iglesia, la conciencia de que Jesucristo llama a todos los bautizados a responsabilizarnos en la tarea evangelización.

Somos conscientes de que la salvación de los hombres, realizada y merecida por Jesucristo con su sacrificio redentor en la cruz, depende en su aplicación de nosotros, los bautizados, que prestamos nuestra colaboración a Jesucristo el Señor. Para ello, aunque tengamos iniciativa propia, nos ponemos a disposición de los Pastores de la Iglesia, desde el Papa hasta nuestro Párroco, para trabajar con seguridad plena, todos unidos, en la obra del Salvador.

Jesucristo llama voluntarios, y hoy los encuentra abundantes en su Iglesia. Lo que importa es que sintamos celo abrasador por la salvación de los hermanos que nos necesitan.

Somos pescadores de hombres y apóstoles, cuando no nos negamos a trabajar por el Reino, por la Iglesia, por la salvación de las almas, allí donde estamos.

Y, si no llegamos a más, nuestra generosidad y nuestra oración son los instrumentos más fuertes de un apostolado, callado pero fecundo.

El Papa Pío XI, el Papa de las Misiones, decía; “No nos es posible ir a hablar de Dios a todos los hombres, pero podemos hablar de todos los hombres a Dios”.

Jesucristo llama voluntarios, y a nosotros nos toca contestarle que sí. Que cuente con nosotros. Que soñamos en una pesca inmensa. Que se sienta orgulloso de tantos que se entregan a su causa.

Al igual que el relato de la vocación de Isaías, que hemos escuchado en la primera lectura, que subraya la pronta respuesta del profeta a la llamada del Señor. Después de contemplar la santidad de Dios y tomar conciencia de las infidelidades del pueblo, Isaías se prepara para la ardua misión de exhortar al pueblo de Israel a cumplir los grandes compromisos de la alianza, con vistas a la venida del Mesías.

Como sucedió con el profeta Isaías, proclamar la salvación implica para cada creyente redescubrir ante todo la santidad de Dios. Quien se encuentra con un cristiano debe poder vislumbrar en él, a pesar de la fragilidad humana, el rostro santo del Altísimo.

6 de febrero de 2010

Necesidad de la oración.


"En grave error incurrieron los pelagianos al afirmar que la oración no es necesaria para alcanzar la salvación. Afirmaba su impío maestro, Pelagio, que sólo se condena el hombre que es negligente en conocer las verdades que es necesario saber para la vida eterna. Mas el gran San Agustín le salió al paso con estas palabras: Cosa extraña: de todo quiere hablar Pelagio menos de la oración, la cual sin embargo (así escribía y enseñaba el santo) es el único camino para adquirir la ciencia de los santos, como claramente lo escribía el apóstol Santiago: Si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría pídasela a Dios, que a todos la da copiosamente y le será otorgada.

Nada más claro que el lenguaje de las Sagradas Escrituras, cuando quieren demostramos la necesidad que de la oración tenemos para salvarnos ... Es menester orar siempre y no desmayar ... Vigilad y orad para no caer en la tentación. Pedid y se os dará ... Está bien claro que las palabras: Es menester... orad ... pedid significan y entrañan un precepto y grave necesidad. Así cabalmente lo entienden los teólogos. Pretendía el impío Wicleff que estos textos sólo significaban la necesidad de buenas obras, y no de la oración; y era porque, según su errado entender, orar no es otra cosa que obrar bien. Fue este un error que expresamente condenó la santa Iglesia. De aquí que pudo escribir el doctor Leonardo Lessio: no se puede negar la necesidad de la oración a los adultos para salvarse sin pecar contra la fe, pues es doctrina evidentísima de las sagradas Escrituras que la oración es el único medio para conseguir las ayudas divinas necesarias para la salvación eterna.

La razón de esto es clarísima. Sin el socorro de la divina gracia no podemos hacer bien alguno: Sin mí nada podéis hacer, dice Jesucristo. Sobre estas cosas escribe acertadamente San Agustín y advierte que no dice el Señor que nada podemos terminar, sino que nada podemos hacer. Con ello nos quiso dar a entender nuestro Salvador que sin su gracia no podemos realizar el bien. Y el Apóstol parece que va más allá, pues escribe que sin la oración ni siquiera podemos tener el deseo de hacerlo. Por lo que podemos sacar esta lógica consecuencia: que si ni siquiera podemos pensar en el bien, tampoco podemos desearlo ... Y lo mismo testifican otros muchos pasajes de la Sagrada Escritura. Recordemos algunos, Dios obra todas las cosas en nosotros ... Yo haré que caminéis por la senda de mis mandamientos y guardéis mis leyes y obréis según ellas. De aquí concluye San León Papa que nosotros no podemos hacer más obras buenas que aquellas que Dios nos ayuda a hacer con su gracia.

Así lo declaró solemnemente el Concilio de Trento: Si alguno dijere que el hombre sin la previniente inspiración del Espíritu Santo y sin su ayuda puede creer, esperar, amar y arrepentirse como es debido para que se le confiera la gracia de la justificación, sea anatema.

A este propósito hace un sabio escritor esta ingeniosa observación: A unos animales dio el Creador patas ágiles para correr, a otros garras, a otros plumas, y esto para que puedan atender a la conservación de su ser ... pero al hombre lo hizo el Señor de tal manera que El mismo quiere ser toda su fortaleza. Por esto decimos que el hombre por sí solo es completamente incapaz de alcanzar la salvación eterna, porque dispuso el Señor que cuanto tiene y pueda tener, todo lo tenga con la ayuda de su gracia.

Y apresurémonos a decir que esta ayuda de la gracia, según su providencia ordinaria, no la concede el Señor, sino a aquel que reza, como lo afirma la célebre sentencia de Gennadio: Firmemente creemos que nadie desea llegar a la salvación si no es llamado por Dios ... que nadie camina hacia ella sin el auxilio de Dios ... que nadie merece ese auxilio, sino el que se lo pide a Dios.

Pues si tenemos, por una parte, que nada podemos sin el socorro de Dios y por otra que ese socorro no lo da ordinariamente el Señor sino al que reza ¿quién no ve que de aquí fluye naturalmente la consecuencia de que la oración es absolutamente necesaria para la salvación? Verdad es que las gracias primeras, como la vocación a la fe y la penitencia las tenemos sin ninguna cooperación nuestra, según San Agustín, el cual afirma claramente que las da el Señor aun a los que no rezan. Pero el mismo doctor sostiene como cierto que las otras gracias, sobre todo el don de la perseverancia, no se conceden sino a los que rezan.

De aquí que los teólogos con San Basilio, San Juan Crisóstomo, Clemente Alejandrino y otros muchos, entre los cuales se halla San Agustín, sostienen comúnmente que la oración es necesaria a los adultos y no tan sólo necesaria como necesidad de precepto, como dicen las escuelas, sino como necesidad de medio. Lo cual quiere decir que, según la providencia ordinaria de Dios, ningún cristiano puede salvarse sin encomendarse a Dios pidiéndole las gracias necesarias para su salvación. Y lo mismo sostiene Santo Tomás con estas graves palabras: Después del Bautismo le es necesaria al hombre continua oración, pues si es verdad que por el bautismo se borran todos los pecados, no lo es menos que queda la inclinación desordenada al pecado en las entrañas del alma y que por fuera el mundo y el demonio nos persiguen a todas horas.

He aquí como el Angélico Doctor demuestra en pocas palabras la necesidad que tenemos de la oración. Nosotros, dice, para salvamos tenernos que luchar y vencer, según aquello de San Pablo: El que combate en los juegos públicos no es coronado, si no combatiere según las leyes. Sin la gracia de Dios no podemos resistir a muchos y poderosos enemigos ... Y como esta gracia sólo se da a los que rezan, por tanto sin oración no hay victoria, no hay salvación.

Que la oración sea el único medio ordinario para alcanzar los dones divinos lo afirma claramente el mismo Santo Doctor en otro lugar, donde dice que el Señor ha ordenado que las gracias que desde toda la eternidad ha determinado concedernos nos las ha de dar sólo por medio de la oración. Y confirma lo mismo San Gregorio con estas palabras. Rezando alcanzan los hombres las gracias que Dios determinó concederles antes de todos los siglos. Y Santo Tomás sale al paso de una objeción con esta sentencia: No es necesario rezar para que Dios conozca nuestras necesidades, sino más bien para que nosotros lleguemos a convencernos de la necesidad que tenemos de acudir a Dios para alcanzar los medios convenientes para nuestra salvación y por este camino reconocerle a El como autor único de todos nuestros bienes. Digámoslo con las mismas palabras del Santo Doctor Por medio de la oración acabamos de comprender que tenemos que acudir al socorro divino y confesar paladinamente que El solo es el dador de todos nuestros bienes.

A la manera que quiso el Señor que sembrando trigo tuviéramos pan y plantando vides tuviéramos vino, así quiso también que sólo por medio de la oración tuviéramos las gracias necesarias para la vida eterna. Son sus divinas palabras Pedid.. y se os dará ... Buscad y hallaréis.

Confesemos que somos mendigos y que todos los dones de Dios son pura limosna de su misericordia. Así lo confesaba David: Yo mendigo soy y pobrecito. Lo mismo repite San Agustín: Quiere el Señor concedernos sus gracias, pero sólo las da a aquel que se las pide. Y vuelve a insistir el Señor: Pedid y se os dará ... Y concluye Santa Teresa: Luego el que no pide, no recibe ... Lo mismo demuestra San Juan Crisóstomo con esta comparación: A la manera que la lluvia es necesaria a las plantas para desarrollarse y no morir, así nos es necesaria la oración para lograr la vida eterna Y en otro lugar trae otra comparación el mismo Santo: Así como el cuerpo no puede vivir sin alma, de la misma manera el alma sin oración está muerta y corrompida. Dice que está corrompida y que despide hedor de tumba, porque aquel que deja de rezar bien pronto queda corrompido por multitud de pecados. Llámase también a la oración alimento del alma porque si es verdad que sin alimento no puede sostenerse la vida del cuerpo, no lo es menos que sin oración no puede el alma conservar la vida de la gracia. Así escribe San Agustín.

Todas estas comparaciones de los santos vienen a demostrar la misma verdad: la necesidad absoluta que tenemos de la oración para alcanzar la salvación eterna". (De la obra “El gran medio de la oración” de San Alfonso Mª de Ligorio).

80 millones...el fracaso de la UE.


La 65ª Asamblea General de Caritas Española denunció la “visión limitada” de la Unión Europea al “no reconocer que la pobreza y la exclusión social siguen siendo uno de los principales desafíos a los que se enfrenta la Unión”. Afirmó que en el continente hay 80 millones de pobres.

La organización humanitaria católica –según informa en su página web- denunció que la UE no reconoce “el impacto que tiene en las personas el hecho de vivir en sociedades con desigualdades notables –e incluso crecientes--, ni la quiebra de cohesión social en una sociedad en la que vivimos distintas culturas, ni el déficit de acogida e integración de los inmigrantes a los que reclamamos en tiempos de bonanza, ni el efecto que todo ello tiene sobre el bienestar de la sociedad en su conjunto”.

Esta afirmación se recoge en la declaración final de la Asamblea, celebrada el pasado fin de semana en la localidad madrileña de El Escorial, y que fue presentada este miércoles en Madrid por Sebastián Mora, secretario general de Caritas, durante una rueda de prensa en la que, junto a Natalia Peiró, coordinadora del Area de Cooperación Internacional, aportaron los últimos datos de la acción de la red Caritas en Haití.

Para los miembros de la Asamblea General de Caritas, “la pobreza y la exclusión social es una injusticia social que afecta a la dignidad de las personas y conculca los derechos humanos de un modo inadmisible en una sociedad que dispone de recursos y de riqueza suficiente para todos”.

Por ese motivo, muestran su preocupación, en el inicio de la convocatoria de 2010 como Año Europeo contra la Pobreza y la Exclusión Social, que en “la consulta realizada por la Comisión Europea sobre la denominada Estrategia EU2020, las fuertes presiones que se dan para subordinar todas las decisiones al crecimiento económico y que obvia los déficits estructurales de cohesión social, la fragilidad y la precariedad en el empleo, la fuerte desigualdad social y la baja intensidad protectora en los distintos ámbitos”.

“Reducir la agenda política a estas dimensiones –subrayó Sebastián Mora-- representa un retroceso en la visión integral de la Estrategia por la Inclusión Social”, sobre todo si se tiene en cuenta que estamos ante una visión que antepone la construcción de los “mercados” al de las “sociedades”, y que plantea una concepción del individuo como “consumidor” en lugar del de “ciudadano/a”.

De hecho, “los objetivos marcados para el Año 2010 son un fracaso a la vista de los 80 millones de pobres que viven en la Unión Europea”, apostilló.

Para Caritas, como primer paso para contribuir a un modelo social europeo basado en la solidaridad y la justicia, es indispensable que durante este año 2010 salgan reforzados estos tres ejes: dotar de significado real a la Carta de Derechos Fundamentales; impulsar una declaración clara de cómo la economía debe servir a objetivos sociales y sostenibles, a una sociedad más justa basada en una distribución equitativa que sirva a la cohesión social, la reducción de las desigualdades y a acabar con la pobreza y la exclusión social, al menos en sus expresiones más severas que afecta a 1,5 millones de personas en España; y garantizar el derecho a una vida digna mediante la creación de condiciones económicas sociales, culturales y éticas para una sociedad más comunitaria y accesible, y más participación.

Por ello, la Asamblea de Caritas reclama de las instituciones europeas “un cambio sustancial en el modelo social que se defina en la “Estrategia 2020”, de manera “que la cohesión social constituya un elemento sustantivo y estructural de esa estrategia, que esta estrategia recoja objetivos y prioridades que se comprometan en luchar contra la pobreza y la exclusión social, que ese compromiso no se quede en una declaración de intenciones y que asuma metas verificables y cuantitativas de reducción de la pobreza, y que sea compartido por los Estados miembros, los Gobiernos regionales y municipales, los agentes y las organizaciones sociales, con la participación de todos, incluidas las personas en situación de pobreza”.

Así mismo, en la declaración se insta a todas las instituciones políticas de España a impulsar “un Pacto de Estado por la inclusión social y el empleo de los más excluidos vulnerables, desde un Plan de Acción conjunto, especialmente entre el Estado y las Comunidades Autónomas, con la participación de todos los actores sociales”. (Información extraída del Boletín Zenit).