Celebramos el V domingo del Tiempo Ordinario. El pasaje del evangelio de hoy, nos narra la vocación de Simón Pedro y de los primeros Apóstoles. Después de haber hablado a la multitud desde la barca de Simón, Jesús les pide que se alejen de la costa para pescar. Pedro explica las dificultades que habían encontrado la noche anterior, durante la cual, aun habiendo bregado, no habían logrado pescar nada. Pedro y sus compañeros conocen muy bien el lago, y saben que es inútil querer pescar hoy. Sin embargo, Pedro se fía plenamente del Señor y realiza su primer gesto de confianza en él: «Por tu palabra, echaré las redes» (Lc 5, 5).
Tras hundir las redes en el agua, los pescadores empiezan al cabo de poco a hacer esfuerzos enormes para mantenerlas y sacarlas a flote, sin que se les rompan. Llenan las dos barcas de peces a más no poder, de modo que casi se hunden, y con esfuerzo llegan sanos y salvos hasta la orilla.
Los pescadores son gentes del lago, que conocen su oficio, y no salen de su asombro. Jesús les sonríe animándoles al tiempo que les promete: ¡Vengan! ¡No tengan miedo!, desde hoy serán pescadores de hombres.
El prodigio de la pesca milagrosa, es un signo manifiesto del poder divino de Jesús y, al mismo tiempo, anuncia la misión que se confiará al Pescador de Galilea, es decir, guiar la barca de la Iglesia en medio de las olas de la historia y recoger con la fuerza del Evangelio una multitud innumerable de hombres y mujeres procedentes de todas las partes del mundo.
La llamada de Pedro y de los primeros Apóstoles es obra de la iniciativa gratuita de Dios, a la que responde el hombre desde su libertad. Este diálogo de amor con el Señor ayuda al ser humano a tomar conciencia de sus límites y, a la vez, del poder de la gracia de Dios, que purifica y renueva la mente y el corazón: «No temas: desde ahora, serás pescador de hombres». El éxito final de la misión está garantizado por la asistencia divina. Dios es quien lleva todo hacia su pleno cumplimiento. A nosotros se nos pide que confiemos en él y que aceptemos dócilmente su voluntad.
¡No temas! ¡Cuántas veces el Señor nos repite esta invitación! Sobre todo hoy, en una época marcada por grandes incertidumbres, angustias y miedos, estas palabras resuenan como una llamada a confiar en Dios, a dirigir nuestra mirada hacia él, que guía el destino de la historia con la fuerza de su Espíritu, no nos abandona en la prueba y asegura nuestros pasos en la fe.
Dejemos que esta invitación del Señor, impregne nuestra existencia. Dios llama a todos los creyentes a que lo sigan; les pide que se conviertan en cooperadores de su proyecto salvífico. Como Simón Pedro, también nosotros podemos proclamar: «Por tu palabra, Señor, echaré las redes ». ¡Por tu palabra! Su palabra es el Evangelio, mensaje perenne de salvación que, si se acoge y vive, transforma la existencia. El día de nuestro bautismo nos comunicaron esta «buena nueva», que debemos profundizar personalmente y testimoniar con valentía.
La misión de pescar compromete, por llamamiento expreso del Señor, a los Pastores de la Iglesia, al Papa, Obispos y Sacerdotes, a los misioneros y misioneras que llevan el Evangelio a todas partes, pero… ¿y a los laicos? ¿Qué les toca hacer? ¿Están los seglares privados de la obra misionera de la Iglesia?.
Pues claro que no. Los laicos están llamados a ser apóstoles de primera calidad. Cada cual en el puesto que ocupa, sin dejar ni una sola de las obligaciones que tiene.
Tras el Concilio Vaticano II se ha despertado en la Iglesia, la conciencia de que Jesucristo llama a todos los bautizados a responsabilizarnos en la tarea evangelización.
Somos conscientes de que la salvación de los hombres, realizada y merecida por Jesucristo con su sacrificio redentor en la cruz, depende en su aplicación de nosotros, los bautizados, que prestamos nuestra colaboración a Jesucristo el Señor. Para ello, aunque tengamos iniciativa propia, nos ponemos a disposición de los Pastores de la Iglesia, desde el Papa hasta nuestro Párroco, para trabajar con seguridad plena, todos unidos, en la obra del Salvador.
Jesucristo llama voluntarios, y hoy los encuentra abundantes en su Iglesia. Lo que importa es que sintamos celo abrasador por la salvación de los hermanos que nos necesitan.
Somos pescadores de hombres y apóstoles, cuando no nos negamos a trabajar por el Reino, por la Iglesia, por la salvación de las almas, allí donde estamos.
Y, si no llegamos a más, nuestra generosidad y nuestra oración son los instrumentos más fuertes de un apostolado, callado pero fecundo.
El Papa Pío XI, el Papa de las Misiones, decía; “No nos es posible ir a hablar de Dios a todos los hombres, pero podemos hablar de todos los hombres a Dios”.
Jesucristo llama voluntarios, y a nosotros nos toca contestarle que sí. Que cuente con nosotros. Que soñamos en una pesca inmensa. Que se sienta orgulloso de tantos que se entregan a su causa.
Al igual que el relato de la vocación de Isaías, que hemos escuchado en la primera lectura, que subraya la pronta respuesta del profeta a la llamada del Señor. Después de contemplar la santidad de Dios y tomar conciencia de las infidelidades del pueblo, Isaías se prepara para la ardua misión de exhortar al pueblo de Israel a cumplir los grandes compromisos de la alianza, con vistas a la venida del Mesías.
Como sucedió con el profeta Isaías, proclamar la salvación implica para cada creyente redescubrir ante todo la santidad de Dios. Quien se encuentra con un cristiano debe poder vislumbrar en él, a pesar de la fragilidad humana, el rostro santo del Altísimo.
Ciertamente Padre, los seglares tenemos tanto que hacer en y por la Iglesia. Pensamos que todo está en manos de los pastores, y nos desentedemos de nuestras obligaciones como bautizados. Si nos tomásemos esto en serio... Felicidades por su blog Padre Norberto.
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