En el evangelio que se ha proclamado hoy, hemos escuchado de labios de Jesús la siguiente afirmación; “Yo os aseguro; veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del Hombre”, y hoy la Iglesia en su liturgia, honra a tres de esos ángeles a los que la Sagrada Escritura llama con nombre propio. El primero de ellos es Miguel Arcángel, y su nombre significa; ¿Quién como Dios?, el segundo es Gabriel; “Fortaleza de Dios” y por último, Rafael; “Medicina de Dios”.
En estos días en que vivimos tan predispuestos a no aceptar sino lo que podemos directamente comprobar, experimentar, palpar, ver, podría parecer de ilusos hablar de ángeles; sino fuera porque se refiere Jesús a ellos en distintos momentos y porque la Iglesia los describe como seres espirituales, no corporales, según enseña unánimemente la Sagrada Escritura y la Tradición.
La fe católica y la aceptación de la Biblia conducen de modo necesario a considerar a las criaturas angélicas como otra más de las obras de Dios. Los ángeles se encuentran presentes en la historia de la relación de los hombres con Dios.
Aparecen, junto al hombre con toda naturalidad, como un elemento más de esa existencia sobrenatural y trascendente que nos ha sido revelada. Y su presencia es habitual: unos personajes espirituales, según se desprende de su comportamiento, no sujetos a las leyes físicas como el hombre, que en ocasiones, se designan por su nombre propio, como es el caso de Miguel, Gabriel y Rafael. Los vemos al comienzo de la historia de la salvación, en el Paraíso, y en otros numerosos momentos de esa historia, casi siempre como mensajeros de Dios. Especialmente significativo, en este sentido, es el anuncio de la Encarnación del Hijo de Dios a María, por medio del arcángel Gabriel, con lo que dio comienzo la singular y salvadora presencia de Dios en el mundo.
El mismo Jesucristo habla de ellos varias veces. Por ejemplo, en el evangelio de hoy como hemos podido escuchar, cuando se refiere al fin del mundo. Pero antes habían aparecido ya en gran número con ocasión de su nacimiento, anunciando el hecho a los pastores de Belén; le sirvieron en el desierto después de su ayuno y de haber sido tentado por el diablo; un ángel le confortará en la agonía de Getsemaní; están presentes junto al sepulcro de Cristo resucitado; cuando ascendió finalmente a los cielos, hacen caer a sus discípulos en la cuenta de la realidad que vivían, para que comenzarán sin más dilación la extensión del Evangelio.
La fiesta de los tres arcángeles que hoy celebramos, debe ser una buena ocasión para que fomentemos más el trato con ellos. Los ángeles están junto a cada uno de nosotros, custodiándonos, asistiéndonos en nuestro camino hasta la Casa del Padre.
Entre otros muchos piropos que le dedicamos a nuestra Madre del Cielo, la llamamos con el título de Reina de los Ángeles. A Ella, hoy, en este día de fiesta, le suplicamos confiadamente que nos recuerde, siempre que sea preciso, que contamos para nuestro bien con la poderosa y amable asistencia de nuestros ángeles. Que el Señor camine siempre con nosotros, y que sus ángeles y arcángeles nos acompañen. San Miguel, ruega por nosotros; San Gabriel, ruega por nosotros; San Rafael, ruega por nosotros.
La fe católica y la aceptación de la Biblia conducen de modo necesario a considerar a las criaturas angélicas como otra más de las obras de Dios. Los ángeles se encuentran presentes en la historia de la relación de los hombres con Dios.
Aparecen, junto al hombre con toda naturalidad, como un elemento más de esa existencia sobrenatural y trascendente que nos ha sido revelada. Y su presencia es habitual: unos personajes espirituales, según se desprende de su comportamiento, no sujetos a las leyes físicas como el hombre, que en ocasiones, se designan por su nombre propio, como es el caso de Miguel, Gabriel y Rafael. Los vemos al comienzo de la historia de la salvación, en el Paraíso, y en otros numerosos momentos de esa historia, casi siempre como mensajeros de Dios. Especialmente significativo, en este sentido, es el anuncio de la Encarnación del Hijo de Dios a María, por medio del arcángel Gabriel, con lo que dio comienzo la singular y salvadora presencia de Dios en el mundo.
El mismo Jesucristo habla de ellos varias veces. Por ejemplo, en el evangelio de hoy como hemos podido escuchar, cuando se refiere al fin del mundo. Pero antes habían aparecido ya en gran número con ocasión de su nacimiento, anunciando el hecho a los pastores de Belén; le sirvieron en el desierto después de su ayuno y de haber sido tentado por el diablo; un ángel le confortará en la agonía de Getsemaní; están presentes junto al sepulcro de Cristo resucitado; cuando ascendió finalmente a los cielos, hacen caer a sus discípulos en la cuenta de la realidad que vivían, para que comenzarán sin más dilación la extensión del Evangelio.
La fiesta de los tres arcángeles que hoy celebramos, debe ser una buena ocasión para que fomentemos más el trato con ellos. Los ángeles están junto a cada uno de nosotros, custodiándonos, asistiéndonos en nuestro camino hasta la Casa del Padre.
Entre otros muchos piropos que le dedicamos a nuestra Madre del Cielo, la llamamos con el título de Reina de los Ángeles. A Ella, hoy, en este día de fiesta, le suplicamos confiadamente que nos recuerde, siempre que sea preciso, que contamos para nuestro bien con la poderosa y amable asistencia de nuestros ángeles. Que el Señor camine siempre con nosotros, y que sus ángeles y arcángeles nos acompañen. San Miguel, ruega por nosotros; San Gabriel, ruega por nosotros; San Rafael, ruega por nosotros.
Desgraciadamente hoy son pocos en la Iglesia los que confiesan la existencia de los coros angélicos y también de la existencia del Demonio.
ResponderEliminarcierto,los Angeles existen.
ResponderEliminar