31 de enero de 2013

31 de enero: San Juan Bosco.




San Juan Bosco, santo y sacerdote italiano, también llamado Don Bosco. Su niñez fue dura, pues después de perder a su padre, tuvo que trabajar sin descanso para sacar adelante la hacienda familiar. Quería estudiar para ser sacerdote, por lo que tenía que hacer todos los días a pie unos diez kilómetros, y a veces descalzo, por no gastar zapatos. Escritor, editor, predicador, sociólogo y diplomático, fue considerado precursor de la enseñanza profesional. Su principal obra consiste en la fundación de la Sociedad Salesiana, el Instituto de las Hijas de María Auxiliadora, y la Pía Unión de Cooperadores Salesianos.


"No basta cargar, es necesario amar la cruz 
que Jesús nos pone sobre las espaldas". 

San Juan Bosco.


30 de enero de 2013

Y he recordado...



… El breve rincón de un pueblecillo;
una casa tranquila inundada de sol;
unas tapias musgosas de encarnado ladrillo
y un jardín que tenía limoneros en flor. 

Una pequeña rubia como un fruto dorado, 
cuyas pupilas eran de una apacible luz, 
y un audaz rapazuelo de correr alocado 
vestido con un traje de marinero azul. 

Primavera era el hada de sus juegos pueriles… 
En la huerta sonaban los gritos infantiles 
que callaban, de pronto, bajo la tarde en paz; 
cuando una voz llegaba, serena y protectora, 
desde el balcón, donde una enlutada señora 
llamaba dulcemente: Guillermina… Tomás…


Obra "Las Rosas de Hércules", del poeta Tomás Morales. 
(Villa de Moya, 10/10/1884 - Las Palmas de Gran Canaria, 15/08/1921).


25 de enero de 2013

Ya sé por qué no hay vocaciones al sacerdocio.




La causa está allá donde no es fácil verla. A veces nos dejamos llevar por tópicos y tendemos a culpar de la falta de vocaciones a la secularización reinante, a la relajación de las costumbres, a Zapatero y sus secuaces si se tercia, a quien sea, sobre todo de fuera de la Iglesia.

Pero no. He ido comprobando que si no hay vocaciones es porque no puede haberlas, al menos no sin una intervención sobrenatural de esas que rompen espectacularmente con todo lo esperable. Porque, ¿de dónde esperaríamos que surgiera cada vocación al sacerdocio?, ¿de ambientes ateos?, ¿de niños empapados de “valores” de concursante de Gran Hermano? No, ¿verdad? Nosotros confiamos en que los sacerdotes surjan del seno de familias muy católicas, ¡pero…!

Pero si en las familias católicas se habla de los curas con el desprecio y prepotencia con la que, en público, se oye y se lee expresarse a los católicos pretendidamente más auténticos, lo normal es que sus niños crezcan despreciando y temiendo a esos seres tan caraduras, vagos, iletrados, hipócritas, soberbios e inmorales que parecen ser los sacerdotes.

Porque no hablo de los ataques que vienen de parte de lobbies ideológicamente anticlericales, y de cuyas filas no es razonable esperar que surja un sacerdote. Hablo de los católicos de pata negra que menudean por las sacristías, los actos de piedad y las manifas profamilia, los que alimentan los sitios virtuales más íntegros y ponen la X en la declaración de la renta. Es decir: me refiero a los que verdaderamente más destrozan la estima del clero. Y lo hacen con esa seguridad que concede el convencimiento de que “quien paga manda”, sólo porque ponen la X y sueltan –y no todos ni siempre- en la colecta semanal un billetito en vez de las monedas que se caen entre los cojines del sofá. O porque colaboran tanto en alguna tarea parroquial que están tentados de anunciarse así en su tarjeta de visita: Fulano de Tal, Laico comprometido.

Y como, ciertamente, la situación de la Iglesia hoy no parece ser la más lustrosa de su historia, los profetas surgen por doquier. Pero si creíamos que los curas setenteros, los teólogos heterodoxos y las monjas asilvestradas habían agotado el cupo de profetismo tosco para varias generaciones, nos equivocamos. Entre los buenos prolifera. Veamos.

Busquemos, primero, la denuncia profética del fariseísmo formalista: la encontraremos, sí, y mezclada con la heterodoxia más brutal, entre los cristianos liberales (autodenominados proconciliares, y simplemente herejes por nosotros, los auténticos); busquemos en segundo lugar, la denuncia profética de abusos litúrgicos: ya sabemos dónde encontrarla, entre los filolefebrianos (autodenominados tradicionalistas); busquemos por último la denuncia profética de la herejía: la encontramos donde no escasea, entre oficialistas y movimientistas (autodenominados católicos de verdad, sin más). Todos estos profetas y profetisas normalmente andan a la greña entre sí. Pero si queremos verlos profetizar juntos, de la mano y al unísono,busquémoslos en la denuncia profética de los males del clero, que ahí van en amor y compañía todos los que de un extremo a otro se creen destinados a poner orden en el clero.

Qué hinchazón de suficiencia gastamos a veces en sembrar el desprecio a los sacerdotes, sin matizar, cargando las tintas o sobre su ignorancia (¡¿pero qué les enseñan en los Seminarios?!), o sobre su incuria (¿a ver qué hace éste tantas horas, si tiene la Iglesia siempre cerrada, pero para pasear al perro y fumar, para eso sí tiene tiempo!), o sobre su inmoralidad (¿me van a dar lecciones de moralidad estos? Huy, si yo contara las cosas que sé…). El lastre de altanería e inquina de trazo grueso de este profetismo anticlerical es proporcional al grado de autosatisfacción moral: como yo soy inequívocamente fidelísimo, como soy la viva representación de la ortodoxia, como soy extraordinariamente impecable, como soy el más “comprometido” de los laicos, ¿quién podrá decir de mí que soy un cáncer para MI Iglesia, como sin duda puede decirse de los disidentes o de los cismáticos, tan diabólicos todos ellos? Amparados los profetas en estas seguridades, las prédicas más salvajes contra los sacerdotes las proclaman católicos de lo más piadoso y observante.

Así las cosas, se entiende que nadie quiera ser cura. Reitero: si en las familias católicas se habla de los sacerdotes, no digo con el mismo desprecio, arrogancia y aires de superioridad moral con que se habla en los pórticos reales o virtuales, sino la mitad de la mitad, los niños crecerán pensando, como mínimo, que para vivir en medio de ese hostigamiento implacable, hay que ser un héroe. O un sinvergüenza. Cuando Dios llame al corazón de un varoncito de familia católica de estricta observancia, ¿no dudará la criatura de si su cándida inocencia podrá precipitarse a tan profundas simas de haraganería, ignorancia y pecado como se atribuye, en su propia y catoliquísima familia, a los curas? ¿Y no pensará el joven, dudoso, que la disposición al heroísmo que implica administrar los sacramentos a quien unos minutos después esparcirá por doquier las reales o imaginarias miserias del cura excede tanto sus fuerzas que es preferible no escuchar la llamada de Dios?

Como suelo decir que sólo he conocido sacerdotes buenos y dignos (no he dicho superhombres, he dicho buenos y dignos), llevo años escuchando el adjetivo clerical como un desdeñoso insulto. Pero sé que hay curas malísimos, no porque lo digan los montones de profetas impecables, sino porque es de sentido común que los haya, siendo seres humanos y no arcángeles. Y como hoy los comecuras no son sólo los quemaiglesias y los ateos de toda la vida, sino los católicos modélicos, ¿es mucho que alguien sea un poco “clerical”?

En un par de generaciones no habrá curas que nos den los sacramentos (con lo mal que lo hacen, dicen algunos, mejor que no los haya), no nos predicará nadie (total, predicaría mejor mi hijo de seis años, dicen estos mismos) no tendremos misa dominical siquiera (para lo mal que la dicen, mejor sin misa, insistirán). No habrá curas a los que los católicos buenísimos podamos amonestar en las sacristías materiales o virtuales si no nos gusta su homilía, si los horarios no nos convienen, si su corte de pelo no es a nuestro gusto; si las reuniones son breves, si son demasiado largas; si alza con poca unción, si alza absorto para dárselas de místico; si lee el periódico cuando podría rezar el rosario, si sonríe mucho y eso le hace parecer mundano; si sonríe poco y parece orgulloso…

Y los niños que educamos en esas ideas despiadadas con quienes dijeron SÍ y dejaron todo por seguir a Cristo no sólo no querrán ser curas de mayores, sino que tampoco tendrán curas a los que despreciar e infamar. En eso sí habremos ganado. (Extraído de Infocatólica, por Yolanda Obregón García).


La Conversión del apóstol San Pablo.




Una conversión única celebra la Iglesia. Es la conversión de san Pablo. Este acontecimiento suscitó un estremecimiento tal en aquellas primitivas comunidades que no pudieron menos de recordarlo y celebrarlo. Celebraran en última instancia a Dios nuestro Padre que seguía ahora como en los tiempos antiguos haciendo maravillas.

Cómo sería de sorprendente este acontecimiento que lo narran tres veces los Hechos de los Apóstoles y san Pablo mismo hace alusión varias veces al mismo en sus epístolas. ¿Qué había ocurrido?

Que Dios, por medio de Jesucristo, había irrumpido de una manera clamorosa en la vida de san Pablo, yendo éste hacia Damasco, y aquello cambió completamente su vida. La ley, el templo, los sacrificios, el ayuno, el sábado, en suma, todas las instituciones judías, que para Pablo habían sido sumamente importantes, desde este momento pierden relieve. Sólo Dios es absoluto. Sólo Dios Padre manifestado en Cristo Jesús es una realidad a adorar. Después de todo se había manifestado a los hombres, a través de Cristo Jesús, para comunicarles que les quería entrañablemente, y que viviendo en su compañía los humanos, todos, podían vivir más serenamente, aguantar las dificultades más apaciblemente, entregarse a los demás más generosamente, llevar la vida más esperanzadamente, y un día llegar a la patria gloriosamente. Y todo esto conmovidamente se lo dice a los judíos y a los gentiles, predica, escribe, consolida iglesias viejas y funda otras nuevas, se detiene en las comunidades y viaja, comunica este mensaje a la gente sencilla y a los sabios, sufre mil persecuciones y al final es decapitado por Cristo.

San Pablo significa hoy algo para nuestras vidas. Llevó la vida intensamente. Luchó incansablemente por una causa. Para él Cristo era lo más importante. Si nosotros nos pareciéramos a él un poco al menos... de verdad.

24 de enero de 2013

El Santo de la dulzura.




Santos son aquéllos que guardaron toda la agresividad para sí mismos, suele decirse. Eso fue San Francisco de Sales, exigente consigo mismo, y ejemplo de moderación y de equilibrio para los demás. Es el santo de la dulzura, el apóstol de la amabilidad. "El más dulce de los hombres, y el más amable de los santos", a pesar de su fuerte temperamento. Se cuenta que al hacerle la autopsia, encontraron su hígado endurecido como una piedra, explicable por la violencia que se había hecho aquel hombre de fuerte carácter, que era en el trato todo delicadeza y suavidad. "En los negocios más graves derramaba palabras de afabilidad cordial, oía a todos apaciblemente, siempre dulce y humilde", afirma la Co-fundadora, que le conocía bien. La influencia de San Francisco de Sales en la espiritualidad ha sido enorme. Cuando San Juan Bosco buscó un protector para su familia religiosa lo encontró en él, y por eso su obra se llama salesiana. Salesianos y salesas llenan el mundo. Y es patrono de los periodistas católicos.


Oración

Señor y Dios nuestro,
que para la salvación de los hombres
quisiste que el obispo san Francisco de Sales
se hiciera todo para todos,
concédenos que, a ejemplo suyo,
manifestemos siempre la mansedumbre de tu amor
en el servicio a los hermanos.
Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.


13 de enero de 2013

En la fiesta del Bautismo del Señor.





Cristo es iluminado: dejémonos iluminar junto con él; Cristo se hace bautizar: descendamos al mismo tiempo que él, para ascender con él.

Juan está bautizando, y Cristo se acerca; tal vez para santificar al mismo por quien va a ser bautizado; y, sin duda, para sepultar en las aguas a todo el viejo Adán, santificando el Jordán antes de nosotros y por nuestra causa; y así, el Señor, que era espíritu y carne, nos consagra mediante el Espíritu y el agua.

Juan se niega, Jesús insiste. Entonces: Soy yo el que necesito que tú me bautices, le dice la lámpara al Sol, la voz a la Palabra, el amigo al Esposo, el mayor entre los nacidos de mujer al Primogénito de toda la creación, el que había saltado de júbilo en el seno materno al que había sido ya adorado cuando estaba en él, el que era y habría de ser precursor al que se había manifestado y se manifestará. Soy yo el que necesito que tú me bautices; y podría haber añadido: «Por tu causa.» Pues sabía muy bien que habría de ser bautizado con el martirio; o que, como a Pedro, no sólo le lavarían los pies.

Pero Jesús, por su parte, asciende también de las aguas; pues se lleva consigo hacia lo alto al mundo, y mira cómo se abren de par en par los cielos que Adán había hecho que se cerraran para sí y para su posteridad, del mismo modo que se había cerrado el paraíso con la espada de fuego.

También el Espíritu da testimonio de la divinidad, acudiendo en favor de quien es su semejante. Y la voz desciende del cielo, pues del cielo procede precisamente Aquel de quien se daba testimonio; del mismo modo que la paloma, aparecida en forma visible, honra el cuerpo de Cristo, que por deificación era también Dios. Así también, muchos siglos antes, la paloma había anunciado el fin del diluvio.

Honremos hoy nosotros, por nuestra parte, el bautismo de Cristo, y celebremos con toda honestidad su fiesta.

Ojalá que estéis ya purificados, y os purifiquéis de nuevo. Nada hay que agrade tanto a Dios como el arrepentimiento y la salvación del hombre, en cuyo beneficio se han pronunciado todas las palabras y revelado todos los misterios; para que, como astros en el firmamento, os convirtáis en una fuerza vivificadora para el resto de los hombres; y los esplendores de aquella luz que brilla en el cielo os hagan resplandecer, como perfectas lumbreras, junto a su inmensa luz, iluminados con más pureza y claridad por la Trinidad, cuyo único rayo, brotado de la única Deidad, habéis recibido inicialmente en Cristo Jesús, Señor nuestro, a quien le sean dados la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén. (San Gregorio Nacianceno. Obispo y Doctor de la Iglesia. Sermón 39).

6 de enero de 2013

"Hemos visto su estrella...




... y venimos a adorarlo" (Mt 2, 2).


Carta especial a los Reyes Magos.




Queridos Reyes Magos:

Todos los años, cuando llegan estas fechas, mi pensamiento se vuelve hacia vosotros. Y, junto con él, mi corazón me va dictando una serie de deseos que, con vuestra ayuda, quisiera los llevaseis a feliz realidad.

-Dejad en el mundo UNA ESCOBA. Para barrer todo lo que suene a violencia y terrorismo. Que no quede ni un solo rincón en las personas con resquicio de rencor o de odio.

-Traed multitud de bolsas de JABÓN. Para limpiar nuestras personas de aquello que, la sociedad, va imponiendo como normal y lógico.

-Echad, en los ojos de todos los hombres y mujeres, COLIRIUM. Para que los unos a los otros, lejos de vernos como adversarios, sepamos contemplarnos y respetarnos como hermanos.

-Esconded, debajo de las almohadas de los que os esperan, SUEÑOS. Nunca, como hoy, tenemos abundancia de bienes para vivir y, nunca como hoy, hemos perdido los ideales por los que luchar.

-En un rincón del corazón de las personas, derramad toneladas de AZÚCAR.Las prisas, los agobios, los trabajos, el afán de superación, nos está convirtiendo en autómatas. Escasamente nos miramos a los ojos. ¡Necesitamos un poco de dulzura!

-Si en vuestros almacenes existen, solicitamos que nos proporcionéis unas LIMAS. Cada día que pasa, y por diversas circunstancias, los tropiezos, las dificultades, los roces, hacen que nos distanciemos y que se acrecienten las diferencias. ¡Necesitamos suavizar las discrepancias!

-Traednos unas grandes TIJERAS. Para cortar todo aquello que no es positivo en nosotros. Para confeccionar un traje con la etiqueta del amor, con los botones de la esperanza y de la caridad. ¡Ayudadnos, en este Año de la Fe, a saber qué es y qué conlleva el vestir el traje cristiano!

-Que vuestros pajes, aunque piensen que no ocupa nada, que nos transporten un poco de ALEGRIA. Es un bien muy escaso. Es tan invisible que, en el mundo donde vivimos, no lo percibimos. ¡La necesitamos para volver a sonreír!

-Todos los años, os dejamos en el balcón o en la ventana, nuestro calzado. En el presente año dejadnos unos ZAPATOS CELESTIALES. De tal manera que, al colocarlos en este Año de la Fe, debajo de nuestros pies, caminemos por las sendas de la verdad, de la justicia y del perdón. ¿Tendréis mi número?

-Si además añaden un ABRELATAS para abrir nuestro corazón a Dios y un IMPERMEABLE para protegernos de las tormentas que descargan contra nuestras convicciones religiosas, os quedaré –como si fuera un niño- altamente agradecido.


1 de enero de 2013