9 de abril de 2012

El Santo Rosario.





Las acciones con sentido, incluso en la fe, cobran más fuerza cuando se sabe su origen, y esto pasa también con el rezo del Santo Rosario.

Muchos son los que se preguntan o se han preguntado alguna vez; ¿A quién se le habrá ocurrido repetir el Ave María tantas veces?, ¿No es solamente una monotonia piadosa de personas mayores?, ¿Qué sentido tiene todo ello?, etc.


Veamos su origen basado en una antigua leyenda, que como leyenda que es, sea cierta o no, tiene un trasfondo de fe y amor a la Santísima Virgen María.


Según la leyenda, se cuenta de un Hermano Lego de la Orden de los Dominicos, es decir, un simple hermano dominico que no era sacerdote y que no sabía leer ni escribir. Esto suponía una dificultad, no poder leer ni cantar los Salmos, como era y sigue siendo costumbre en los coros de los conventos y monasterios. Entonces, cuando terminaba sus labores por la noche en los trabajos más humildes, (él era el portero, el barrendero, el hortelano, etc...) se iba a la capilla del convento y se hincaba frente a la imágen de la Virgen María, y recitaba 150 avemarías (el número de los salmos), luego se retiraba a su celda a dormir.

Por la mañana, de madrugada, se levantaba antes que todos sus hermanos y se dirigía a la capilla para repetir su costumbre de saludar a la Virgen.

El Hermano Superior notaba que todos los días, cuendo él llegaba a la capilla para celebrar las oraciones de la mañana con todos los monjes, había un exquisito olor a rosas recién cortadas y le dió curiosidad, por lo que preguntó a todos quién se encargaba de adornar el altar de la Virgen tan bellamente, a lo que la respuesta fué que ninguno lo hacía, y los rosales del jardín no se notaban faltos de sus flores.

El Hermano lego enfermó de gravedad; los demás monjes notaron que el altar de la Virgen no tenía las rosas acostumbradas, y dedujeron que era el Hermano quien ponía las rosas. ¿Pero cómo? Nadie le había visto nunca salir del convento, ni sabía que comprara las bellas rosas.

Una mañana les extrañó que se había levantado pero no lo hallaban por ninguna parte, y al fin, se reunieron el la capilla, y cada monje que entraba quedaba asombrado, pues el hermano lego estaba arrodillado frente a la imágen de la Virgen, recitando extasiado sus avemarías, y a cada una que dirigía a la Señora, una rosa aparecía en los floreros. Así al terminar sus 150 saludos, cayó muerto a los pies de la Virgen.

Con el correr de los años, Santo Domingo de Guzmán, (se dice que por revelación de la Stma. Virgen) dividió las 150 avemarías en tres grupos de 50, y los asoció a la meditación de la Biblia: Los Misterior Gozosos, los Misterios Dolorosos y los Misterios Gloriosos, a los cuales el Beato Juan Pablo II añadió los Misterios Luminosos.

Ahora, que comprendes su origen, cada vez que lo reces, sabes que cada Ave María, es una preciosa rosa que ofrecer a la Santísima Virgen.

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