31 de marzo de 2012

Reina de la Paz.






Madre de Dios y Madre nuestra, Reina de la Paz.



Ruega por nosotros.




Celibato sacerdotal y vocaciones.




El Prefecto de la Congregación para el Clero, el Cardenal Mauro Piacenza, descartó que el celibato sea un obstáculo a un nuevo florecer vocacional de sacerdotes, pues "no debemos traicionar a los jóvenes bajando los ideales, sino que debemos ayudarles a que los alcancen".

"Desde los últimos cincuenta años es casi una moda agredir cíclicamente el celibato eclesiástico. En algunos ambientes es fácil intuir que se trata de una verdadera y propia estrategia", criticó la autoridad vaticana.

En declaraciones a Religión Digital, el Cardenal Piacenza subrayó que "la Iglesia es plenamente consciente de la extraordinaria riqueza de ese don, que Dios le ha hecho. Ciertamente no es sólo una ley eclesiástica".

El celibato, explicó el Prefecto de la Congregación para el Clero, "es una normal consecuencia, particularmente acorde a la identidad del sacerdote y de su ser configurado a Cristo, totalmente entregado a la obra de la redención".

Cuestionado sobre la posibilidad de admitir el sacerdocio femenino como alternativa para aumentar las vocaciones, el Cardenal Piacenza señaló que esta cuestión fue zanjada por el Beato Papa Juan Pablo II en su Carta Apostólica Ordinatio Sacerdotalis, donde este señaló que la ordenación sacerdotal está reservada sólo a los hombres.

El Cardenal también se refirió a la firme intención de Benedicto XVI de limpiar la Iglesia de malos elementos a su interior. "Es necesario estar siempre vigilantes, porque no se termina nunca de ‘hacer limpieza’, simplemente porque nunca se termina de convertirse, y la lucha contra el pecado durará hasta la consumación de la historia", señaló.

El prefecto vaticano recomendó a aquellos sacerdotes que hayan perdido la ilusión en su vida consagrada, que vivan "la oración y la fraternidad".

"La primera nos pone continuamente en contacto con Dios y con el origen y la razón de nuestra existencia y de nuestro ministerio. La segunda es condición imprescindible de una experiencia existencial auténticamente humana, en la que la comunión y la fraternidad son signo de la nueva vida que Cristo ha inaugurado".

El Cardenal afirmó que "en la vida sacerdotal, cada día es nuevo y cada día el Señor reserva algo grande. Si somos realistas y honestos con nosotros mismos, todos entendemos que el don del sacerdocio florece en nuestras manos día tras día, año tras año y, después de muchos lustros, se presenta con toda su belleza, como nunca hubiéramos podido imaginar el día bendito de nuestra ordenación".

"Suelo vivir la dimensión del recuerdo, que llega a ser memoria. Yo recuerdo y me vuelvo a enamorar de Dios".

Viernes de Dolores...




Venid y vedme hoy aquí:

¿Hay dolor cual mi dolor

cuando a mi Dios y Señor

en la Cruz sufriendo vi?



Mil veces con él morí,

pues, siendo mi Redentor,

era mi niño, mi amor,

a quien, virgen, concebí.



Al ser tanta nuestra unión,

su dolor mi dolor fue,

y su muerte mi pasión,

porque al tiempo le lloré

con llanto del corazón

y con lágrimas de fe.

22 de marzo de 2012

Testimonio de conversión.



"Devin Rose, nació en una familia de tradición cristiana, entendiendo con eso que lo eran sólo de nombre. De hecho, en casa le habían inculcado que los hombres provenían de una evolución del “fango original”. Por eso, no es de maravillarse que en su adolescencia, una vez obtenido el uso de razón, Devin se haya declarado con orgullo no creyente. Había nacido un ateo.

Su paso por la escuela secundaria le ayudó a envalentonarse aún más en esta posición, dado el supuesto amplio consenso de sus compañeros en este campo. Pero al llegar a la universidad, algo pasó. A pesar de tener éxito en aquello que realizaba (buenas notas, una novia bonita, el amor de su familia, un montón de amigos, …) había algo que no funcionaba: «empecé a ser devorado por la ansiedad», cuenta él mismo. «Me ponía nervioso en las reuniones sociales, en los restaurantes, en el cine; incluso estando en clase. Mi estómago se agitaba y tenía miedo de tener que salir corriendo de la clase, poniéndome en ridículo delante de todos».

Con el paso del tiempo, esta ansiedad no hizo sino aumentar, llegando a verdaderos ataques de pánico, aparentemente sin ningún motivo. Llegó incluso a desear la muerte: él, un estudiante de honor, con beca completa, atleta talentoso y rodeado de buenos amigos y el amor de su familia. Ante esta situación, por fin se enfrentó a su ateísmo, que para él era ahora sinónimo de su desesperación: «La delgada capa de la comodidad, la prosperidad y el bienestar general me habían protegido siempre en mi vida de enfrentarme a las terribles conclusiones existenciales de mi visión del mundo. Un día, en un inquietante “sueño despierto”, vi ante mí, de manera total, la oscuridad, una vacía manifestación viva de mi desesperación».

En medio de este dolor, acudió a su madre y le abrió su alma: «Doy gracias a Dios ahora que, incluso en la desesperación, me dio una madre cariñosa a la que podría acudir en una situación en la que pensaba que no tenía otro lugar adonde ir». Juntos, acudieron a un psicólogo –otro palo para Devin, que miraba con desdén a las personas que acudían a uno– y la terapia empezó a dar sus resultados. Pero la evolución era positiva sólo en parte. De hecho, sus ansiedades seguían ahí. Y fue entonces cuando aceptó su problema: era clínicamente depresivo, una lucha que se le presentaba titánica e interminable.«Creía que mis problemas eran sólo un producto químico en mi cerebro, pero ya había intentado todas las tácticas posibles para vencer la ansiedad y no habían funcionado. Mi otrora confiable inteligencia me había fallado por completo, así que me enfrenté a una elección: o me suicido o trato de creer en Dios».

Con esta dicotomía ante el camino, el antes ardiente ateo se lanzó a la empresa de creer: «Sabía que si Dios no existía, tratar de creer en él no iba a funcionar, pues sería sólo una táctica mental más entre la multitud que había intentado antes, sin éxito alguno. Y aunque pedir ayuda a Dios era algo que sublevaba mi interior, no teniendo nada que perder, le di una oportunidad». Y así, después de muchos años, Devin lanzó su primera oración: «Dios, tú sabes que yo no creo en ti, pero estoy en problemas y necesita ayuda. Si eres real, ayúdame».

Al principio, el resultado de sus oraciones fue nulo, por lo que, irónicamente, le confirmó en su ateísmo. «Pero cuando se está en el océano y todo lo que tienes es un salvavidas, por pequeño que sea, ésa es la única esperanza que tenemos». Así que continuó a orar.

Así, poco a poco, se atisbaron ligeros signos de mejoría. Y aunque en su interior los pretextos ateos se revelaban y querían romper ese arbolito que empezaba a crecer, Devin se decía que debía darle una oportunidad a la fe. Así que se protegía y continuaba con su oración, acompañada de la lectura de la Biblia.

Su compañero de cuarto en la universidad era un fiel bautista (protestante) y le empezó a llevar a su iglesia todos los domingos. Aunque seguía sintiendo ataques de ansiedad, se hizo violencia para permanecer en las reuniones y, sorprendentemente, su fe comenzó a fortalecerse y crecer, aunque estaba sumergido en un mar de dudas. Al final de ese año, Devin se consideraba ya, sin lugar a dudas, un cristiano.

Fue en ese momento cuando Dios se hizo presente: «Dios se precipitó y era como nada de lo que antes hubiera podido experimentar. Me dio el coraje y la fuerza para afrontar mis ansiedades y empezar a superarlas […] Dios me dio esperanza para hacerle frente a mi desesperación, y la fe y el amor empezaron a sanar mis profundas heridas». En otras palabras: se topó con el amor de Dios. Al final de ese año, se bautizó en la iglesia bautista, dándole un nuevo rumbo a su vida.

Pero Dios no se detuvo ahí; quería que Devin se encontrase definitivamente con Él dentro de la Iglesia Católica. Ya desde el inicio nació en él la duda de por qué habían tantas divisiones y denominaciones dentro del cristianismo. Así se lo hizo notar a Matt, un buen amigo suyo bautista, considerado líder entre su grupo. Pero él no supo responderle.

Su anhelo por la verdad le carcomía el alma y no le dejaba en paz ver las divergencias en las predicaciones entre los diversos cristianos. Buscó ayuda en su lectura de la Biblia… pero también ahí se dio cuenta que unas confesiones la veían de una manera y otros de otra.

La pregunta de fondo no era baladí: ¿quiénes están realmente guiados por el Espíritu Santo? Porque el Espíritu Santo es «el Espíritu de Verdad», y la Verdad es una. ¿Cómo, entonces, producía tantos efectos?

Tras mucho pensar y orar, Devin decidió investigar qué denominaciones habían tenido la osadía de afirmar que eran la Iglesia que tenía la plenitud de la verdad. Su iglesia bautista ciertamente no lo decía, pero los católicos, los ortodoxos y los mormones sí que lo habían hecho. Sin habla ante los resultados y con mucho temor, empezó a investigar a la Iglesia Católica.

Durante mucho tiempo debatió con amigos protestantes, haciendo todo lo posible por no volverse católico. Pero mientras más estudiaba, más cuenta se daba de la autenticidad de la Iglesia. Y así, después de recibir una buena catequesis, fue recibido en la Iglesia en la Pascua del 2001, ceremonia a la que asistieron algunos de sus amigos protestantes.

Hoy, después de diez años de católico, Devin no puede sino ver con gratitud el camino recorrido: «Mi "Camino a Roma" comenzó con el riesgo de que Dios fuese real. Continuó con el descubrimiento de que Él me amó y de que era digno de mi confianza. Hoy, puedo decir que, después de vivir la fe católica desde hace diez años, mi confianza en Cristo y en Su Iglesia se ha vuelto cada día más fuerte». (Testimonio extraído de "Religión en libertad").

19 de marzo de 2012

Guardián de Jesús, casto esposo de María...




San José es el mayor de los santos. Ejemplo especial para los solteros, por su castidad; para los casados, como padre de la Sagrada Familia; para los religiosos y apóstoles, por su entrega a Jesús y María; para los sacerdotes por su respeto al tratar a Cristo; para los trabajadores, pues fue siempre un trabajador. Además, es el patrono de la buena muerte, ya que murió en los brazos de Jesús y María. De él dice Sta. Teresa: " No me acuerdo de haberle pedido cosa que la haya dejado de hacer. Es cosa que espanta las grandes mercedes que me ha hecho Dios por medio de este santo, los peligros de que me ha librado, así de cuerpo como de alma. Que a otros santos parece les dio el Señor gracia para socorrer en una necesidad; mas este glorioso santo tengo experimentado que socorre en todas, y que quiere el Señor darnos a entender que, así como le fue sujeto en la tierra, así en el cielo hará cuanto le pida". La iglesia le dedica dos fiestas: el 19 de Marzo y el 1° de Mayo.





Oración a San José por las familias.



"Oh Jesús, amabilísimo Redentor nuestro, que quisiste pasar la mayor parte de tu vida mortal en la humildad y en la obediencia a María y a José, en la pobre casa de Nazaret santificando la familia, acepta hoy a nuestra familia que se consagra a ti, protégela, guárdala, y anímala con tu ejemplo; dale la paz y la concordia de la caridad cristiana, para que siguiendo el ejemplo de Tu Familia, lleguemos todos a unirnos contigo, el Padre y el Espíritu Santo a la Familia Celestial de los Ángeles y los Santos. María, Madre amorosa de Jesús y nuestra cariñosa Madre, haz que con tu poderosa protección, Tu Hijo acepte esta nuestra Consagración y alcánzanos sus gracias y bendiciones divinas. Oh San José, custodio santo de Jesús y de María, ayúdanos con tus oraciones, en todas nuestras necesidades espirituales y temporales para que podamos alabar eternamente a Jesús, nuestro Redentor, junto contigo y con María, tu Esposa amada". Amén.

No hay que tener vergüenza...



... de amar y hablar de Cristo, querido lector. Ni siquiera en las situaciones más extrañas… También a mí me tiemblan las piernas en algunas ocasiones, pero por pura gracia de Dios saco fuerzas y me tiro al ruedo. ¡Y me llevo cada santa sorpresa! Lea y asómbrese de lo que me pasó al respecto hace tan solo un mes durante un viaje a la ciudad de Nueva York:


Mientras esperaba junto a dos muchachos la llegada del ascensor en el piso 59 de un hotel, caí en la cuenta de que uno de ellos me era familiar. Se trataba del joven nominado a varios óscares Mark Wahlberg, modelo, actor y productor de películas tan taquilleras como El planeta de los simios, La tormenta perfecta o Boogie nights. Como soy amante del cine, había leído artículos sobre su persona y, tristemente, sabía que este joven tan admirado por millones de fans había tenido un pasado muy turbio. Había sido procesado 25 veces por delitos como hurtos, adicción a la cocaína, violencia racista, tentativa de asesinato y hasta por propinar una salvaje paliza a un joven vietnamita, a quien dejó tuerto. Fue encarcelado y cumplió una seria condena. Sin embargo, también oí que, por pura gracia de Dios, había experimentado últimamente un “leve” acercamiento a Dios, y que había hecho declaraciones muy hermosas: “Nada deseo más que encontrarme con aquel a quien dejé tuerto, pedirle perdón… Solo cuando comencé a hacer el bien al prójimo, pude empezar a vivir en paz. Estoy conociendo poco a poco a Jesús…”. Y, entonces, envalentonada por este recuerdo, me lancé... ¡Pero qué vergüenza me daba! “Va a pensar que estoy chalada…”, me dije.


“Hola Mark. Mira, soy…”, dije. No me pregunte cómo, querido lector, pero en un minuto le había hablado de mi conversión, de mi amor por Cristo, y le animaba a seguirle para vivir centrado en su paz. ¡Y antes de que ambos nos quisiéramos dar cuenta, ya éramos amigos! Me hizo muchas preguntas sobre mi fe bajando en ese ascensor… Justo antes de perdernos de vista para siempre (al llegar a la planta baja), en un impulso inexplicable, me quité el rosario que siempre llevo al cuello y se lo colgué. Me miró lleno de asombro… “¡Qué bonito!”, exclamó. “Es un arma contra el diablo”, dije. “El elemento de oración más hermoso que nos ha regalado nuestra Madre del Cielo. Aprende a rezarlo y vivirás bajo su protección.” “¡Muchísimas gracias!”, dijo, dándome un abrazo. “Adiós, María; seguiremos en contacto”. Eso fue todo, querido lector. Me pidió una tarjeta y le perdí entre la gente del hotel.


Cómo iba a imaginar que ayer mismo iba a recibir una llamada desde Los Ángeles: “Doña María, perdone que la moleste. Soy el agente del señor Walhberg. Ha estropeado el rosario que usted le regaló por exceso de uso... Lo llevaba siempre al cuello y oraba con él. Está desolado y le ruega encarecidamente que le envíe otro lo antes posible. Le atrae mucho su poderosa intercesión. ¡Considera que usted le ha ayudado mucho con su ejemplo de fe y le agradece que le haya enseñado el poder del Santo Rosario! ¿Puede hacerle este favor?”. ¡Qué cosas, querido lector! Y yo, por temer que me considerara una chalada, casi ni me había atrevido a decirle nada… (Testimonio de la escritora María Vallejo - Nágera).

¿Por qué confesarse?



La catequesis del cuarto domingo de Cuaresma del Santo Padre Benedicto XVI, tuvo como protagonista, el sacramento de la Penitencia.

Al acercarse la Semana Santa, cuando ya en el horizonte "se perfila la Cruz", entramos en un periodo en el que debemos "desenmascarar las tentaciones que hablan dentro de nosotros", dijo el Papa, porque "la Cruz es el vértice del amor, que nos alcanza la salvación".

Por tanto, "si el amor misericordioso de Dios, que llega al punto de entregar a su único Hijo en rescate de nuestra vida, es infinito, entonces también es grande nuestra responsabilidad: para que a uno le curen, debe reconocer que está enfermo. Hay que reconocer los propios pecados, para que el perdón de Dios, ya alcanzado en la Cruz, pueda tener efecto en nuestro corazón y en nuestra vida".

Y cita el Papa diversos comentarios de San Agustín al Evangelio de San Juan: "Dios condena tus pecados. Si tú los condenas también, te unes a Dios. Cuando comienza a disgustarte lo que has hecho es cuando comienzan tus obras buenas, porque [reconoces y] condenas tus obras malas".

Pero, señala Benedicto XVI, "a veces el hombre ama más las tinieblas que la luz, porque está apegado a sus pecados. Sólo abriéndose a la luz, sólo confesando sinceramente sus culpas a Dios, se encuentran la verdadera paz y la verdadera alegría. Por eso es importante acercarse con regularidad al sacramento de la Penitencia, en particular en Cuaresma, para recibir el perdón del Señor e intensificar nuestro camino de conversión".