3 de febrero de 2012

San Blas, obispo y mártir.




No es exagerado afirmar que hoy celebramos uno de los santos más populares del Calendario litúrgico.


Nació en Sebaste, Armenia, en la segunda mitad del siglo III. Parece que fue médico y que se entregó a toda clase de ejercicios que le deparaba su profesión para hacer actos de caridad con cuantos se presentaban ante él. Las Actas le presentan adornado de toda clase de virtudes cristianas: Era humilde, caritativo, manso, piadoso, casto, inocente... en una palabra: Santo.


Quiso retirarse a la soledad para allí acabar sus días entregado de lleno a la oración y a la maceración de su cuerpo, pero siempre es verdad que unos son los planes del hombre y otros los de Dios...


La sede episcopal de Sebaste quedó vacante y la voz común de todos los cristianos fue esta: Nadie mejor para ocupar la sede vacante que Blas por su sabiduría y su santidad de vida. Por ello y muy a pesar suyo hubo de aceptar el nuevo servicio que se le imponía para bien de sus hermanos y la gloria de Dios.


En aquel momento se desencadena una durísima persecución por obra del emperador Diocleciano contra los cristianos. Esta persecución fue durísima, sobre todo, en Sebaste hasta tal punto que fue llamada La ciudad de los mártires. Si así era para los simples cristianos ¿qué suerte esperará el pastor de ellos? Blas recuerda las palabras del Evangelio: "Si os persiguen en una ciudad huid a otra". Blas sabe que no es prudente enfrentarse abiertamente contra sus enemigos y que debe ayudar a los cristianos de su diócesis y a cuantos pueda llegar con sus palabras a ser fieles al Señor y valientes ante el martirio... Por ello se esconde en un bosque y desde una pobre gruta, no teniendo más compañía que los animales salvajes, que le respetan y ayudan como los más fieles servidores, se dirige a sus feligreses animándoles en su tarea de ser testimonio valiente de Jesucristo...


De cuando en cuando abandona valientemente la gruta y baja hasta la ciudad para animar y consolar a los encarcelados. Las Actas cuentan el caso cuando baja para consolar al mártir San Eustracio, que compra a los carceleros para que le permitan entrar y una vez en la cárcel besa con gran afecto las cadenas de Eustracio y le anima a perseverar en la lucha... Blas le da la Eucaristía. Salta de emoción... y al día siguiente, mientras Blas ha vuelto a su escondite para desde allí gobernar su diócesis, Eustracio sube al patíbulo glorioso del martirio...


Por fin le llegó la hora a Blas. Estaba en su gruta del monte Argeo, cuando llegaron los enviados del gobernador de Capadocia, el tirano Agrícola. Al verlos llegar les salió al encuentro y les saludó diciendo: "Bienvenidos seáis, amigos. Os esperaba. Partamos en el nombre del Señor". Después se dirige a sus fieles y les dice con gran valor: "Vamos a derramar nuestra sangre por Jesucristo. Al fin se ven colmados mis ardientes deseos. Esta noche me ha comunicado el Señor que finalmente se digna aceptar mi holocausto".


Agrícola le dice: "Ya conoces nuestro dilema: O sacrificar o morir". Y Blas valiente: "No os canséis. No hay otro Dios que Jesucristo. El es el Eterno e Inmortal. Los demás son dioses falsos con los que no quiero arder en el Infierno".


Lo demás ya lo recogen las Actas. Palizas, escarnios, azotes, hierros candentes, pero Blas siempre fue fiel a Jesucristo hasta que expiró en el Señor. Muchos son los que tanto ayer como hoy lo tienen por Patrón e Intercesor ante el Señor.

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