30 de septiembre de 2011
29 de septiembre de 2011
En mi aniversario de ordenación sacerdotal.
Un día como hoy, 29 de septiembre de 2007, festividad de los Santos Arcángeles; Miguel, Gabriel y Rafael, a las 12 de la mañana, en la Santa Iglesia Catedral Basílica de Canarias, fui ungido sacerdote por mi obispo don Francisco Cases Andreu.
Parece mentira, sí, y parece que fue ayer, pero ya han pasado 4 años.
En esta mañana y otro año más, solo tengo palabras de agradecimiento al Señor. Agradecimiento a Aquel, que un día me llamó, se fío de mí, y me confió tan sublime ministerio. Agradecimiento a Aquel que en los buenos momentos, que han sido muchísimos, me ha hecho participar de su Gloria, y en algunas ocasiones, en los momentos más duros, me ha hecho participar de su Cruz bendita.
Gracias otro año más por mi familia, a la que tan unida me siento. El sábado nos vemos, jeje.
Gracias por mis amigos, los que veo con más frecuencia y los que veo de vez en cuando, los viejos, los nuevos y los más recientes, aunque alguno me haga sufrir un poco y se olvida que “a.c.a.s.p.”, aún así, gracias.
Gracias por la parroquia en la que tengo la suerte de seguir compartiendo mi vida y desempeñando mi ministerio. Gracias por todo lo que me aguantan.
Gracias por mi obispo y compañeros sacerdotes. Gracias por la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz a la cual pertenezco.
En definitiva, gracias Señor por estos cuatro años de ministerio. Gracias por tanto don inmerecido.
Y termino con un pensamiento del Santo Cura de Ars:
“iSufrir! ¿Qué más da? Sólo es un momento. Si pudiésemos pasar ocho días en el cielo, comprenderíamos lo que vale este momento de sufrimiento aquí en la tierra. Ninguna cruz nos parecería pesada, y ninguna prueba sería amarga."
San Juan Mª Vianney (Patrono de los sacerdotes)
28 de septiembre de 2011
27 de septiembre de 2011
23 de septiembre de 2011
Oración a Padre Pío.
Bienaventurado y querido Padre Pío, testigo de fe y de amor. Admiramos tu vida como fraile Capuchino, como sacerdote y como testigo fiel de Cristo. El dolor marcó toda tu vida, por eso te llamamos "Un crucificado sin Cruz". El amor te llevó a preocuparte por los enfermos, a atraer a los pecadores, a vivir profundamente el misterio de la Eucaristía y del Perdón. Fuiste un poderoso intercesor ante Dios en tu vida, y sigues ahora desde el cielo haciendo el bien e intercediendo por nosotros. Queremos contar con tu ayuda para ser buenos seguidores de Cristo. Ruega por nosotros ante el Padre. Te lo pedimos por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
21 de septiembre de 2011
Para pensar...
"Mi amigo no ha regresado del campo de batalla, señor; solicito permiso para ir a buscarlo – dijo un soldado a su teniente.
- Permiso denegado soldado – replicó el oficial -.
No quiero que arriesgue usted su vida por un hombre que probablemente ya este muerto.
El soldado haciendo caso omiso de la prohibición, salió, y una hora más tarde regresó mortalmente herido transportando el cadáver de su amigo.
El oficial estaba furioso:
- ¡Ya le dije yo que había muerto! ¡Ahora he perdido a dos hombres! Dígame, ¿valía la pena ir allá para traer un cadáver?
A lo que el soldado moribundo responde:
- ¿Claro que sí señor! Cuando lo encontré, todavía estaba vivo y pudo decirme: ESTABA SEGURO QUE VENDRÍAS"
¡Ven y sígueme!
Celebramos hoy la fiesta de San Mateo, apóstol y evangelista. Su nombre significa: "regalo de Dios" y se le conoce también con el nombre de Leví. Era hijo de Alfeo.
Su oficio, recaudador de impuestos, era un cargo muy odiado por los judíos, porque esos impuestos se recaudaban para el Impero romano. Los publicanos o recaudadores de impuestos se enriquecían fácilmente. Y quizás a Mateo le atraía la idea de hacerse rico prontamente, pero una vez que se encontró con Jesucristo ya dejó para siempre su ambición de dinero y se dedicó por completo a buscar la salvación de las almas y el Reino de Dios.
Como ejercía su oficio en Cafarnaum, y en esa ciudad pasaba Jesús muchos días y obraba milagros maravillosos, ya seguramente Mateo lo había escuchado varias veces y le había impresionado el modo de ser y de hablar de este Maestro formidable. Y un día, estando él en su oficina de cobranzas, quizás pensando acerca de lo que debería hacer en el futuro, vio aparecer frente a él nada menos que al Divino Maestro el cual le hizo una propuesta totalmente inesperada: "Ven y sígueme".
Mateo aceptó sin más la invitación de Jesús y renunciando a su empleo tan productivo, se fue con El, no ya a ganar dinero, sino almas. No ya a conseguir altos empleos en la tierra, sino un puesto de primera clase en el cielo.
Mateo dispuso despedirse de su vida de empleado público dando un gran almuerzo a todos sus amigos, y el invitado de honor era nada menos que Jesús. Y con Él, sus apóstoles. Y estando en le banquete, los fariseos se escandalizaron horriblemente y llamaron a varios de los apóstoles para protestarles por semejante actuación de Jesús. "¿Cómo es que su maestro se atreve a comer con publicanos y pecadores?"
Jesús respondió a estas protestas de los fariseos con una noticia que a todos nos debe llenar de alegría: "No necesitan médico los que están sanos, sino los que están enfermos. Yo no he venido a buscar santos sino pecadores. Y a salvar lo que estaba perdido".Desde entonces, Jesús lo nombra como uno de sus 12 compañeros de camino, a los cuales llamó apóstoles. Según la tradición, se dice que predicó en Etiopía y que allí murió martirizado.Es el autor de uno de los cuatro evangelios, escrito especialmente para los judíos que se convertían al cristianismo, y por ello fue redactado en arameo, idioma que hablaba Jesús y los suyos.
Que San Mateo, gran evangelizador, interceda ante nuestro Señor Jesucristo, para que nos conceda un gran entusiasmo por leer, meditar y practicar siempre su santo evangelio.
6 de septiembre de 2011
La silla.
La hija de un hombre le pidió al sacerdote que fuera a su casa a hacer una oración por su padre que estaba muy enfermo. Cuando el sacerdote llegó a la habitación del enfermo, lo encontró en su cama con la cabeza alzada por un par de almohadas. Había una silla al lado de su cama, por lo que el sacerdote asumió que el hombre sabía que vendría a verlo.
- "Supongo que me estaba esperando", le dijo:
- "No, ¿quién es usted?", dijo el hombre.
- "Soy el sacerdote que su hija llamó para que orase con usted. Cuando vi la silla vacía al lado de su cama supuse que usted sabía que yo iba a venir a verlo".
- "Oh sí, la silla", dijo el hombre enfermo. "¿Le importa cerrar la puerta?".
El sacerdote, sorprendido, la cerró. "Nunca le he dicho esto a nadie, pero... toda mi vida la he pasado sin saber cómo orar. Cuando he estado en la iglesia he escuchado siempre al respecto de la oración, que se debe orar y los beneficios que trae, etc., pero siempre esto de las oraciones me entró por un oído y salió por el otro, pues no tengo idea de cómo hacerlo. Por ello, hace mucho tiempo abandoné por completo la oración. Esto ha sido así hasta hace unos cuatro años, cuando conversando con mi mejor amigo me dijo: "José, esto de la oración es simplemente tener una conversación con Jesús. Así es como te sugiero que lo hagas... Te sientas en una silla y colocas otra silla vacía enfrente tuyo, luego con fe mira a Jesús sentado delante tuyo. No es algo alocado el hacerlo, pues Él nos dijo 'Yo estaré siempre con vosotros hasta el fin del mundo'. Por lo tanto, le hablas y lo escuchas, de la misma manera como lo estás haciendo conmigo ahora mismo".
José continuó hablando: "Es así que lo hice una vez y me gustó tanto que lo he seguido haciendo unas dos horas diarias desde entonces. Siempre tengo mucho cuidado que no me vaya a ver mi hija, pues me internaría de inmediato en el manicomio".
El sacerdote sintió una gran emoción al escuchar esto y le dijo a José que era muy bueno lo que había estado haciendo y que no cesara de hacerlo, luego hizo una oración con él, le extendió una bendición, los santos óleos y se fue a su parroquia.
Dos días después, la hija de José llamó al sacerdote para decirle que su padre había fallecido. El sacerdote le preguntó: "¿Falleció en paz?". "Sí", respondió la hija. "Cuando salí de la casa a eso de las dos de la tarde me llamó y fui a verlo a su cama. Me dijo lo mucho que me quería y me dio un beso. Cuando regresé de hacer compras una hora más tarde ya lo encontré muerto. Pero hay algo extraño al respecto de su muerte, pues aparentemente justo antes de morir se acercó a la silla que estaba al lado de su cama y recostó su cabeza en ella, pues así lo encontré. ¿Qué cree usted que pueda significar esto?".
El sacerdote se secó las lágrimas de emoción y le respondió: "Ojalá todos pudiésemos morir de esa manera".
- "Supongo que me estaba esperando", le dijo:
- "No, ¿quién es usted?", dijo el hombre.
- "Soy el sacerdote que su hija llamó para que orase con usted. Cuando vi la silla vacía al lado de su cama supuse que usted sabía que yo iba a venir a verlo".
- "Oh sí, la silla", dijo el hombre enfermo. "¿Le importa cerrar la puerta?".
El sacerdote, sorprendido, la cerró. "Nunca le he dicho esto a nadie, pero... toda mi vida la he pasado sin saber cómo orar. Cuando he estado en la iglesia he escuchado siempre al respecto de la oración, que se debe orar y los beneficios que trae, etc., pero siempre esto de las oraciones me entró por un oído y salió por el otro, pues no tengo idea de cómo hacerlo. Por ello, hace mucho tiempo abandoné por completo la oración. Esto ha sido así hasta hace unos cuatro años, cuando conversando con mi mejor amigo me dijo: "José, esto de la oración es simplemente tener una conversación con Jesús. Así es como te sugiero que lo hagas... Te sientas en una silla y colocas otra silla vacía enfrente tuyo, luego con fe mira a Jesús sentado delante tuyo. No es algo alocado el hacerlo, pues Él nos dijo 'Yo estaré siempre con vosotros hasta el fin del mundo'. Por lo tanto, le hablas y lo escuchas, de la misma manera como lo estás haciendo conmigo ahora mismo".
José continuó hablando: "Es así que lo hice una vez y me gustó tanto que lo he seguido haciendo unas dos horas diarias desde entonces. Siempre tengo mucho cuidado que no me vaya a ver mi hija, pues me internaría de inmediato en el manicomio".
El sacerdote sintió una gran emoción al escuchar esto y le dijo a José que era muy bueno lo que había estado haciendo y que no cesara de hacerlo, luego hizo una oración con él, le extendió una bendición, los santos óleos y se fue a su parroquia.
Dos días después, la hija de José llamó al sacerdote para decirle que su padre había fallecido. El sacerdote le preguntó: "¿Falleció en paz?". "Sí", respondió la hija. "Cuando salí de la casa a eso de las dos de la tarde me llamó y fui a verlo a su cama. Me dijo lo mucho que me quería y me dio un beso. Cuando regresé de hacer compras una hora más tarde ya lo encontré muerto. Pero hay algo extraño al respecto de su muerte, pues aparentemente justo antes de morir se acercó a la silla que estaba al lado de su cama y recostó su cabeza en ella, pues así lo encontré. ¿Qué cree usted que pueda significar esto?".
El sacerdote se secó las lágrimas de emoción y le respondió: "Ojalá todos pudiésemos morir de esa manera".
2 de septiembre de 2011
Consagración de los jóvenes al Sagrado Corazón de Jesús.
Durante la JMJ en Madrid, Benedicto XVI, consagró a los jóvenes al Sagrado Corazón de Jesús. Hoy, como primer viernes de mes, recordamos la oración con la que el Santo Padre procedió a dicha consagración:
Señor Jesucristo,
Hermano, Amigo y Redentor del hombre,
mira con amor a los jóvenes aquí reunidos
y abre para ellos la fuente eterna
de tu misericordia
que mana de tu Corazón abierto en la Cruz.
Dóciles a tu llamada,
han venido para estar contigo y adorarte.
Con ardiente plegaria
los consagro a tu Corazón
para que, arraigados y edificados en ti,
sean siempre tuyos, en la vida y en la muerte.
¡Que jamás se aparten de ti!
Otórgales un corazón semejante al tuyo,
manso y humilde,
para que escuchen siempre tu voz
y tus mandatos,
cumplan tu voluntad
y sean en medio del mundo
alabanza de tu gloria,
de modo que los hombres,
contemplando sus obras,
den gloria al Padre con quien vives,
feliz para siempre,
en la unidad del Espíritu Santo
por los siglos de los siglos.
Amén.
Señor Jesucristo,
Hermano, Amigo y Redentor del hombre,
mira con amor a los jóvenes aquí reunidos
y abre para ellos la fuente eterna
de tu misericordia
que mana de tu Corazón abierto en la Cruz.
Dóciles a tu llamada,
han venido para estar contigo y adorarte.
Con ardiente plegaria
los consagro a tu Corazón
para que, arraigados y edificados en ti,
sean siempre tuyos, en la vida y en la muerte.
¡Que jamás se aparten de ti!
Otórgales un corazón semejante al tuyo,
manso y humilde,
para que escuchen siempre tu voz
y tus mandatos,
cumplan tu voluntad
y sean en medio del mundo
alabanza de tu gloria,
de modo que los hombres,
contemplando sus obras,
den gloria al Padre con quien vives,
feliz para siempre,
en la unidad del Espíritu Santo
por los siglos de los siglos.
Amén.
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