Como ya sabemos, el próximo 1 de mayo, Benedicto XVI, declarará beato a su antecesor en la “Silla de Pedro”, Juan Pablo II. Ante este evento tan importante para la Iglesia y tan esperado por todos los que tuvimos la dicha de conocerle y amarle como él nos amó a ejemplo e imagen del Maestro, relato un episodio poco conocido de la vida del Papa Juan Pablo II que tal vez muchos ya conocen.
"En Roma, un sacerdote norteamericano de la diócesis de Nueva York se disponía a rezar en una de las parroquias cuando, al entrar, se encontró con un mendigo. Después de observarlo durante un momento, el sacerdote se dio cuenta de que conocía a aquel hombre. Era un compañero del seminario, ordenado sacerdote el mismo día que él. Ahora mendigaba por las calles.
El cura, tras identificarse y saludarle, escuchó de labios del mendigo cómo había perdido su fe y su vocación. Quedó profundamente estremecido.
Al día siguiente el sacerdote llegado de Nueva York tenía la oportunidad de asistir a la Misa privada del Papa al que podría saludar al final de la celebración, como suele ser la costumbre. Al llegar su turno sintió el impulso de arrodillarse ante el santo Padre y pedir que rezara por su antiguo compañero de seminario, y describió brevemente la situación al Papa.
Un día después recibió la invitación del Vaticano para cenar con el Papa, en la que solicitaba llevara consigo al mendigo de la parroquia. El sacerdote volvió a la parroquia y le comentó a su amigo el deseo del Papa. Una vez convencido el mendigo, le llevó a su lugar de hospedaje, le ofreció ropa y la oportunidad de asearse.
El Pontífice, después de la cena, indicó al sacerdote que los dejara solos, y pidió al mendigo que escuchara su confesión. El hombre, impresionado, les respondió que ya no era sacerdote, a lo que el Papa contestó: "una vez sacerdote, sacerdote siempre". "Pero estoy fuera de mis facultades de presbítero", insistió el mendigo. "Yo soy el obispo de Roma, me puedo encargar de eso", dijo el Papa.
El hombre escuchó la confesión del Santo Padre y le pidió a su vez que escuchara su propia confesión. Después de ella lloró amargamente. Al final Juan Pablo II le preguntó en qué parroquia había estado mendigando, y le designó asistente del párroco de la misma, y encargado de la atención a los mendigos". (Relato extraído de Aciprensa)
Sencillamente impresiona como es otra medida distinta de la humana la que obra en la Iglesia.
ResponderEliminarFuera de este lugar sería impensable rescatar una persona de esa manera.
Una vez más mirando al Papa uno se da cuenta de cómo obra el Señor.
Está porque actúa.
Gracias, un saludo
Alberto.
Q gran Papa nos ha dado la Iglesia al mundo actual. Q gran testimonio para la humanidad. Un saludo.
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