En medio del tiempo cuaresmal y coincidiendo con la fiesta de San José, se celebra en la Iglesia el Día del Seminario. Todos sabemos lo necesarias que son las vocaciones para la vida, el testimonio y la acción pastoral de nuestras comunidades eclesiales. Y sabemos también que, a menudo, la disminución de las vocaciones en una diócesis o en una nación es consecuencia de la flojera en la intensidad de la fe y del fervor espiritual. No debemos por tanto, contentarnos fácilmente con la explicación según la cual la escasez de las vocaciones sacerdotales quedaría compensada con el crecimiento del compromiso apostólico de los laicos o que, incluso, sería algo querido por la Providencia para favorecer el crecimiento del laicado. Al contrario, cuanto más numerosos son los laicos que quieren vivir con generosidad su vocación bautismal, tanto más necesarias son la presencia y la obra específica de los ministros ordenados.
Por tanto, el empeño de la Iglesia en favor de las vocaciones debe basarse en un gran compromiso común, en el que han de colaborar tanto los laicos como los sacerdotes y los religiosos, y que consiste en redescubrir la dimensión fundamental de nuestra fe, para la cual la vida misma, toda vida humana, es fruto de la llamada de Dios y sólo puede realizarse positivamente como respuesta a esta llamada.
Dentro de esta gran realidad de la vida como vocación, y en concreto de nuestra vocación bautismal común, manifiesta todo su extraordinario significado la vocación al ministerio ordenado, la vocación sacerdotal. En efecto, es don y misterio, el misterio de la gratuita elección divina: «No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca» (Jn 15, 16).
El primer y principal compromiso en favor de las vocaciones no puede ser otro que la oración: «La mies es mucha y los obreros pocos. Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies» (Mt 9, 37-38; cf. Lc 10, 2). La oración por las vocaciones, significa fiarse de él, ponerse en sus manos, lo que a su vez, nos da confianza y nos dispone para realizar las obras de Dios.
La oración debe ir acompañada por toda una pastoral que tenga un claro carácter vocacional. Desde que los niños y jóvenes comienzan a conocer a Dios y a formarse una conciencia moral hay que ayudarles a descubrir que la vida es vocación y que Dios llama a algunos a seguirlo más íntimamente, en la comunión con él y en la entrega de sí. En este campo, las familias cristianas tienen una gran e insustituible misión y responsabilidad con respecto a las vocaciones, y es preciso ayudarles a corresponder a ellas de manera consciente y generosa.
Si los niños y los jóvenes ven a sacerdotes afanados en demasiadas cosas, inclinados al mal humor y al lamento, descuidados en la oración y en las tareas propias de su ministerio, ¿cómo podrán sentirse atraídos por el camino del sacerdocio? Por el contrario, si perciben en los sacerdotes la alegría de ser ministros de Cristo, la generosidad en el servicio a la Iglesia y el interés por promover el crecimiento humano y espiritual de las personas que se nos han confiado, se sentirán impulsados a preguntarse si esta no puede ser, también para ellos, la elección más hermosa para su vida.
Encomendamos a María santísima, Madre de Cristo, Madre de la Iglesia y, en particular, Madre de los sacerdotes, nuestra peculiar solicitud por las vocaciones. Le encomendamos de igual modo nuestro camino cuaresmal y, sobre todo, nuestra santificación personal. En efecto, la Iglesia necesita sacerdotes santos para abrir a Cristo incluso las puertas que parecen más cerradas. (Extraído de un encuentro del Papa con sacerdotes)
Por tanto, el empeño de la Iglesia en favor de las vocaciones debe basarse en un gran compromiso común, en el que han de colaborar tanto los laicos como los sacerdotes y los religiosos, y que consiste en redescubrir la dimensión fundamental de nuestra fe, para la cual la vida misma, toda vida humana, es fruto de la llamada de Dios y sólo puede realizarse positivamente como respuesta a esta llamada.
Dentro de esta gran realidad de la vida como vocación, y en concreto de nuestra vocación bautismal común, manifiesta todo su extraordinario significado la vocación al ministerio ordenado, la vocación sacerdotal. En efecto, es don y misterio, el misterio de la gratuita elección divina: «No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca» (Jn 15, 16).
El primer y principal compromiso en favor de las vocaciones no puede ser otro que la oración: «La mies es mucha y los obreros pocos. Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies» (Mt 9, 37-38; cf. Lc 10, 2). La oración por las vocaciones, significa fiarse de él, ponerse en sus manos, lo que a su vez, nos da confianza y nos dispone para realizar las obras de Dios.
La oración debe ir acompañada por toda una pastoral que tenga un claro carácter vocacional. Desde que los niños y jóvenes comienzan a conocer a Dios y a formarse una conciencia moral hay que ayudarles a descubrir que la vida es vocación y que Dios llama a algunos a seguirlo más íntimamente, en la comunión con él y en la entrega de sí. En este campo, las familias cristianas tienen una gran e insustituible misión y responsabilidad con respecto a las vocaciones, y es preciso ayudarles a corresponder a ellas de manera consciente y generosa.
Si los niños y los jóvenes ven a sacerdotes afanados en demasiadas cosas, inclinados al mal humor y al lamento, descuidados en la oración y en las tareas propias de su ministerio, ¿cómo podrán sentirse atraídos por el camino del sacerdocio? Por el contrario, si perciben en los sacerdotes la alegría de ser ministros de Cristo, la generosidad en el servicio a la Iglesia y el interés por promover el crecimiento humano y espiritual de las personas que se nos han confiado, se sentirán impulsados a preguntarse si esta no puede ser, también para ellos, la elección más hermosa para su vida.
Encomendamos a María santísima, Madre de Cristo, Madre de la Iglesia y, en particular, Madre de los sacerdotes, nuestra peculiar solicitud por las vocaciones. Le encomendamos de igual modo nuestro camino cuaresmal y, sobre todo, nuestra santificación personal. En efecto, la Iglesia necesita sacerdotes santos para abrir a Cristo incluso las puertas que parecen más cerradas. (Extraído de un encuentro del Papa con sacerdotes)
Soy católico practicante, pero se me hace, a veces, no siempre, cuesta arriba la vida de oración. A pesar de esto, tengo a Dios en mi mente durante el día. Lo que creo que nos pasa a todos es que, como decía Juan Pablo II, estamos en tiempos de tinieblas. Tenemos el deber de buscar lo que hay de positivo en las circunstancias de la vida. Verlo todo con la mente de un niño, con pureza, fiándonos. Tristemente el mundo está ennegrecido y nos "ennegrece" a todos. Pero, repito, por muy trágico que sea el mundo, hay que mantener una mente abierta y positiva.
ResponderEliminarOswaldo Quintana Déniz
La tarea vocacional es cosa de todos no de unos pocos. Recemos al Señor para que suscite verdaderas vocaciones al servicio de su Iglesia. Los sacerdotes del futuro estan hoy entre nosotros.
ResponderEliminarLa vida de oración y el ejemplo de sacerdotes eclesiales es fundamental para suscitar vocaciones.
ResponderEliminarSi quisiésemos más a la Iglesia, nos preocuparíamos de verdad de suscitar vocaciones, de valorar más el sacerdocio y la vida consagrada y de ser mejores cristianos, transmitiendo nuestra alegria, nuestro gozo y esperanza a un mundo desenfrenado y loco. Creo que aun nos falta... No nos desanimemos. Jesús está con nosotros.
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