29 de enero de 2009

Doctor Angélico.


Santo Tomás de Aquino, conocido también como el Doctor Angélico, es el filósofo escolástico de mayor trascendencia y uno de los más importantes filósofos cristianos de todos los tiempos, nació en Roccasecca (cerca de Aquino, Italia) en 1224. Tras realizar sus primeros estudios en el monasterio benedictino de Monte Cassino y en la Universidad de Nápoles, ingresó con veinte años de edad en la orden de dominicos. Marcha a París y allí estudia con San Alberto Magno, quien será su maestro.
Tomás era de cuerpo grande y solía presenciar las clases desde los últimos lugares, tomando apuntes y permaneciendo en silencio. Sus compañeros lo llamaban "el buey mudo", y según cuenta la tradición, San Alberto Magno dijo al respecto: “este buey mudo un día llenará al mundo con sus bramidos”, y por la bastedad y la repercusión de sus escritos, podemos decir que así fue.
En 1252 retornó a París para graduarse como Maestro de Teología. Enseñó en París entre 1256 y 1259, y continuó luego con esta labor en distintas ciudades italianas. Se estableció nuevamente en París en 1269 y en 1272, retornó a Nápoles. Redactó mientras tanto sus dos obras fundamentales: la Suma contra gentiles y la Suma teológica.
Murió en el año 1274, mientras viajaba al Concilio de Lyón, en el monasterio cisterciense de Fossanova.
Entre sus obras encontramos los Comentarios a Aristóteles, La Suma Teológica (su obra más extensa) es una presentación completa y simplificada de su pensamiento en Teología. La Suma contra gentiles, es una fundamentación más profunda de los temas tratados. Entre las cuestiones disputadas se destacan De Veritate y De Potencia.
Al mismo tiempo, sus demostraciones de la existencia de Dios, conocidas como "Las Cinco Vías", han tenido a lo largo de estos siglos, una trascendencia enorme.

27 de enero de 2009

Eucaristía y comunión.


Como nos dice el Papa, durante la celebración de la Misa, el altar se convierte, de cierta forma, en punto de encuentro entre el Cielo y la tierra; el centro, podríamos decir, de la única Iglesia que es celeste y al mismo tiempo peregrina en la tierra.

Cada celebración eucarística anticipa el triunfo de Cristo sobre el pecado y sobre el mundo, y muestra en el misterio el fulgor de la Iglesia.

La presencia real de Cristo en la Eucaristía, nos dice Benedicto XVI, es una presencia dinámica, que nos aferra para hacernos suyos, para asimilarnos a él; nos atrae con la fuerza de su amor haciéndonos salir de nosotros mismos para unirnos a Él, haciendo de nosotros una sola cosa con Él.

Pero una cosa fundamental al celebrarse la Eucaristía, es la unidad de los hermanos en la fe. Podemos preguntarnos, si posible estar en comunión con el Señor si no estamos en comunión entre nosotros, o si podemos presentarnos ante el altar de Dios divididos, lejanos unos de otros.

Es necesario el perdón y la reconciliación fraterna antes de comulgar. Nuestra alma debe abrirse al perdón y a la reconciliación fraterna, dispuestos a aceptar las excusas de cuantos nos hayan herido y dispuestos siempre a perdonar.

Cuando los creyentes estamos unidos por la caridad, y tomando la frase de San Agustín, nos convertimos verdaderamente en casa de Dios que no teme derrumbarse.

En este sentido, es urgente la necesidad no sólo de la comunión, sino también de la corresponsabilidad, pues la comunión eclesial es también una tarea confiada a la responsabilidad de cada uno.

Que el Señor nos conceda una comunión cada vez más convencida y operante, en la colaboración y en la corresponsabilidad en todos los niveles: entre obispos y presbíteros, consagrados y laicos, y entre las distintas comunidades cristianas.

26 de enero de 2009

La conversión de San Pablo.


Celebramos la Fiesta de la conversión de San Pablo. Con esta fiesta, la Iglesia recuerda y conmemora uno de los mayores acontecimientos ocurridos en los tiempos apostólicos; la conversión del que fue perseguidor y fanático exterminador de la naciente comunidad cristiana. Es ver morir al judío radical, y presenciar el nacimiento esplendoroso del cristiano y del apóstol". San Jerónimo afirmaba que "El mundo no verá jamás otro hombre de la talla de San Pablo".

La vocación de Pablo es un llamamiento personal de Cristo, y que tiene como respuesta la generosidad. En los santos Evangelio hay otros llamamientos personales del Señor, pero son llamadas que tuvieron por respuesta el no seguimiento y la no perseverancia.

San Pablo será ahora tras su conversión al Señor, como un fariseo al revés. Antes, sólo la Ley de ahora en adelante, únicamente Cristo será el centro de su vida. Por ello, Pablo es llamado "el Primero después del único".

Normalmente los llamamientos del Señor son mucho más sencillos, menos espectaculares. No suelen llegar en medio del huracán y la tormenta, sino que se presentan en medio de la suave brisa de los acontecimientos ordinarios de la vida, Todos tenemos nuestro camino de Damasco y a cada uno de nosotros nos llama el Señor en el tramo más inesperado del camino a ser sus discípulos.

Discípulo, por tanto, no es alguien que abandona algo; es aquel que, respondiendo decididamente a una llamada, ha encontrado a alguien. Lo que uno cree que ha perdido, se compensa con creces, y luego termina siendo una ganancia. El propio Pablo llega a afirma: "Todo lo que para mí era ganancia, lo tengo por pérdida comparado con Cristo. Todo lo tengo por basura con tal de ganar a Cristo. Sólo una cosa me interesa: olvidando lo que queda atrás y lanzándome a lo que está delante, corro hacia la meta, hacia el galardón de Dios, en Cristo Jesús".

Que siguiendo el ejemplo de Pablo tras su conversión, también nosotros sepamos estar siempre prestos a escuchar la voz del Señor y a trabajar incansablemente por la extensión del Reino.

11 de enero de 2009

En la fiesta del Bautismo del Señor


Las fiestas de Navidad, ya han finalizado, y comienza el Tiempo Ordinario en la Liturgia de la Iglesia.

Después de estas fiestas de Navidad y de Epifanía, que hemos vivido, la Iglesia nos invita este domingo, a contemplar los hechos y las enseñanzas de Jesús en el inicio de su vida pública, inaugurada con su Bautismo en el río Jordán.

Ahora es el tiempo de vivir con Jesús, proclamando la venida del Reino de Dios. Ahora es el tiempo de compartir la gloria del Señor, aclamado por todos como el salvador de Israel, pero además, es el tiempo de seguir a Jesús hasta el Calvario, para entrar por siempre en la Gloria del cielo.

El bautismo para el cristiano, es el sacramento por el cual nos incorporamos a la Iglesia, es la puerta que se nos abre para seguir a Jesús y entrar en su vida inmortal.

Juan Bautista bautizó con agua; Jesús ahora nos bautiza en el Espíritu Santo. Porque este es el Espíritu de Amor que, en el momento de la Creación, aleteaba sobre la superficie de las aguas, y este es el mismo Espíritu de Amor que condujo a Jesús a ofrecerse por Amor, a su Padre, para todos los hombres.

Jesús es nuestro Salvador: él está puro de cualquier pecado. ¿Entonces por qué lo bautizó Juan? Simplemente, para que se manifestara visiblemente en Jesús, la gloria del Padre, por medio del Espíritu Santo.

No nos olvidemos: el Espíritu Santo está ahí para recordarnos todo lo que el Señor ha dicho y hecho. El Espíritu Santo invita a la Iglesia a vivir otra vez la humildad de su Maestro, de manera que ella pueda compartir, un día, la Gloria de su Resurrección.

En el Bautismo, recordamos que Jesús fue glorificado por su Padre: Jesús se humilló ante Juan el Bautista, y su Padre manifestó su Gloria, Omnipotencia y su amor para con Él. Pero es el Espíritu Santo que viene para manifestar su presencia, visible, corporal, bajo la forma de una paloma nada más ser bautizado.

También nosotros hemos recibido en el sacramento del Bautismo al Espíritu Santo, que hace posible en nuestra existencia una vida nueva como hijos e hijas de Dios para en todo amarlo y servirlo, participando así en su reino de amor y de paz, en esta vida y en la eterna. Pero para que esto sea posible en nosotros, depende de la disposición que tengamos para escuchar y poner en práctica sus enseñanzas, identificándonos con Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios y el Servidor por excelencia. Hoy es un día para recordar nuestro propio bautismo y darle gracias al Señor por abrirnos las puertas de la Iglesia, de la gran familia de los Hijos de Dios. Hoy es un día propicio, para renovar nuestra fe, la fe que nuestros padres nos transmitieron, la misma fe que hace que descubramos cada día en Jesús, a nuestro Dios y Señor, al Salvador del mundo.

1 de enero de 2009

SANCTA MARIA, MATER DEI.


Hoy, como cada 1 de enero, celebramos a Nuestra Señora bajo el título de Madre de Dios. La Iglesia Católica quiere comenzar el año pidiendo la protección de la Santísima Virgen María. La fiesta mariana más antigua que se conoce en Occidente es la de "María Madre de Dios". Ya en las Catacumbas o subterráneos más antiguos, cavados debajo de la ciudad de Roma y donde se reunían los primeros cristianos para celebrar la Santa Misa, en tiempos de las persecuciones, hay pinturas de la Virgen María con este título de "María, Madre de Dios".

Si nosotros hubiéramos podido formar a nuestra madre, ¿qué cualidades no le habríamos dado? Pues Cristo, que es Dios, sí formó a su propia madre. Y ya podemos imaginar que la dotó de las mejores cualidades que una criatura humana puede tener.

Pero, ¿es que Dios ha tenido principio? Sabemos que no. Dios nunca tuvo principio, y la Virgen no formó a Dios. Pero Ella es Madre de Jesús, segunda persona de la Santísima Trinidad, el Verbo hecho carne en las entrañas puras de la Virgen Santa y por eso, la Virgen María es la Madre de Dios.

Decía San Estanislao: "La Madre de Dios es también madre mía". Quien nos dio a su Madre santísima como madre nuestra, en la cruz al decir al discípulo que nos representaba a nosotros: "He ahí a tu madre", ¿será capaz de negarnos algún favor si se lo pedimos en nombre de la Madre Santísima?

Cuando en el año 431 el hereje Nestorio se atrevió a decir que María no era Madre de Dios, se reunieron los 200 obispos del mundo en Éfeso, e iluminados por el Espíritu Santo, declararon: "La Virgen María sí es Madre de Dios porque su Hijo, Cristo, es Dios". Y acompañados por todo el gentío de la ciudad que los rodeaba portando antorchas encendidas, hicieron una gran procesión cantando: "Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén".

El título "Madre de Dios" es el principal y el más importante de la Virgen María, y de él dependen todos los demás títulos y cualidades y privilegios que Ella tiene.

Los santos muy antiguos dicen que en Oriente y Occidente, el nombre más generalizado con el que los cristianos llamaban a la Virgen era el de "María, Madre de Dios".
Sancta Maria, Mater Dei, ora pro nobis.